Viva el futuro
Imprescindible es declarar la juventud y su futuro como cuestión de Estado. Dedicarle tiempo presente para asegurar su desarrollo es una necesidad que parecemos postergar cada año, y así han crecido por lo menos tres generaciones.
Un informe en La Nacion (del 4 de abril último) revelaba que la mayor preocupación de los adolescentes argentinos es no aburrirse. Otras informaciones recientes han dado cuenta del fracaso en el ingreso a una facultad de Ingeniería, del limitado nivel educativo de aspirantes a la carrera de Economía, del alto número de rechazados en otros centros públicos. Reconozcamos que la falla no radica en la juventud, sino en cómo se le reclama protagonismo con la transmisión de una sobredosis de información a la que no acompaña el conocimiento. El conocimiento requerido debería incluir la familiaridad con la historia de su sociedad, base necesaria para avanzar. En este momento, el pasado se les ofrece como motor político. Se les informa de que los años 70 fueron un período de acción y utopía, esfuerzo vano en busca de una región imaginaria.
Hay políticos ignorantes e hipócritas que, con poca lectura y un léxico patéticamente limitado, han alentado pasiones insuperables que hacen imposible escribir la historia de los 70.
Los mayores les negamos esa posibilidad al sumergirnos aún en diferencias y rivalidades. Y cuando nos cansamos de los 70 lamentamos los nefastos 90, como si hubiésemos estado ausentes de esa década.
La estabilidad constitucional debe darnos las herramientas para crecer en libertad y facilitar el acceso al saber. No debemos desperdiciar este gran beneficio.
El pasado reciente tiene que ser divulgado y debatido. La juventud, y también muchos adultos, merecen conocerlo y dejar de sufrirlo.
Las listas deben existir, las identidades pendientes tienen que ser descubiertas, los errores políticos deben ser analizados.
Quizá pueda aclararse lo que el país vivió a través de un informe de una comisión de notables, pero ese pasado no puede seguir paralizándonos. Otros países lo han logrado a través de modelos diferentes. Alemania comenzó a reconocer el Holocausto a partir de la compensación que introdujo Konrad Adenauer.
Fue desde la cultura -especialmente en la obra Recordando con ira, de John Osborne, en 1955- que Inglaterra comenzó a salir de su ensimismamiento en la Segunda Guerra europea. Charles de Gaulle les puso fin a ese debate y a la culpa con la independencia de Argelia, por entonces colonia francesa. España cambió el pasado por el presente con el Pacto de La Moncloa, en 1975.
Aquí hemos demostrado que podemos construir una forma de democracia durante veintidós años, y logrado esto podemos encarar vivir el presente para el bien del futuro.
Es una enorme crueldad seguir manchando a nuestra juventud con la sangre y las banderas que pertenecen a una generación cada vez más distante, pero que los mayores no quieren abandonar.
A partir del conocimiento de lo vivido por la República, liberemos a los adolescentes y a los jóvenes del peso inútil de la pasión pasada y démosles el saber para construir su propia nación.
El autor es periodista y escritor