Vinos: ¿cuál es el techo del Malbec en Mendoza? Nuevas alturas llegan a las copas
Cuando Luján de Cuyo era el epicentro del vino argentino, allá por los 80’s y 90’s, pocos se atrevían a pensar en una frontera que escalara en altura hacia los cerros nevados. Hoy, sin embargo, Mendoza parece no tener techo: con algunos lunares de viñedos que ascienden hasta 2000, la góndola comienza ofrecer vinos de otro planeta.
Nada de eso era previsible hasta la llegada del riego por goteo, a mediados de los noventas, que permite plantar sin nivelar el terreno. Así, en las dos décadas siguientes los viñedos fueron escalando, primero los 1200 metros, luego 1450, hasta alcanzar ahora cotas insospechadas. Como se trata de pequeños lunares de vid, los vinos resultantes ofrecen pocas botellas aún, pero vienen en aumento. El salto de la altura se nota mucho en las copas. Más aún en los Malbec: en ellos, la acidez que hace a la frescura es tan elevada, que sumada al cuerpo medio y la intensidad de aromas y sabores ofrecen un perfil fuera de los parámetros esperables.
Nuevos vinos
La semana pasada se presentó un Malbec que marca un hito en esta carrera por la altura. Se llama Terrazas de Los Andes Parcel Nº1 El Espinillo Malbec 2017 y está elaborado con uvas de un viñedo plantado a 1630 metros en Gualtallary, Tupungato. El más alto en la zona, por ahora, en donde las condiciones de frío son extremas para la vid.
El nombre del viñedo da una buena idea del entorno: El Espinillo. Vengo siguiendo personalmente los pasos a este viñedo desde que lo descubrí por azar buscando en Google Earth. Plantado en 2012, está aislado, al pie de lo cerros son 30 hectáreas de las que 7 están plantadas con Malbec. Pero si su condición extrema y solitaria lo hace singular, más lo es el vino resultante: con un perfil de hierbas que va del tomillo a la jarilla, de las flores como violetas al geranio, y con fruta ácida, como guindas, la boca es tan ágil como sedosa.
Si bien la singularidad de El Espinillo podría convertirlo en una rara avis, la verdad es que no está tan solo. A 6 kilómetros de allí en línea recta, dentro de la IG San Pablo, Tunuyán, y a 1700 metros de altura, Sebastián Zuccardi junto al productor Walter Sibila desarrollaron 1ha de Malbec y Pinot Noir, encajonado en la quebrada del arroyo que le da nombre a la IG. Llevan tres cosechas de las que dos ya está embotelladas. La marca comercial será Un lugar en Los Andes. Saldrán para marzo-abril del año que viene.
Pero para parámetros elevados, La Carrera en Tupungato, tiene otros lunares en pleno desarrollo. A 1950 metros Susana Balbo plantó en 2017 un Pinot Noir y en octubre pasado Chardonnay, dentro de Estancia Atamisque. Este año cosecharon para elaborar media barrica. Pero no están solos allá arriba. Alambrado afuera, Matías Michelini plantó un Pinot Noir 2016 que se lo llevó un incendio. Viñedo que volverá a plantar en 2021.
Otros rincones en exploración
En los últimos años son varios los viñedos que trepan a 1500 metros y más en Mendoza. Dos lindos ejemplos son Potrerillos y Uspallata.
El de Potrerillos mira hacia el espejo de agua del dique y pertenece a la firma Staphyle, se vende con la marca Staphyle Dragón de Vino Malbec 2017, en un estilo que combina madurez y frescura. No lejos de allí, en la villa montañosa de El Salto, la familia Camsen, propietaria de Huentala Wines, plantó en octubre pasado 7 hectáreas de Malbec, Chardonnay y Sauvignon Blanc a 1800 metros. Claro, habrá que darle tiempo para saber qué rumbo tienen los vinos.
Con todo, una pista nos la puede dar el viñedo más espectacular de la montaña mendocina, ubicado en Uspallata. Escondido en una quebrada encerrada por la que discurre el Arroyo Minero, Estancia Uspallata cultiva 4,5 hectáreas entre Malbec, Pinot Noir y Chardonnay a 2000 metros sobre el nivel del mar. Este año plantarán 4 más. Delgado, ágil y fragante, Estancia Uspallata Malbec 2018 ofrece un paladar de taninos moderados y largo sabor frutal.
Del otro lado de los cerros, sin embargo, hacia el este y en la precordillera, de cara a la ciudad de Mendoza, hay dos lunares más. Uno es el viñedo de Matervini, el proyecto de Santiago Achával y el enólogo italiano Roberto Cipresso –ambos ex Achával Ferrer–, cuyas vides crecen a 1550 metros entre quebradas y jarillales, regado con el hilo de agua que desciende por la Quebrada Agua de la Falda. De ahí producen Matervini Piedras Viejas 2014, embotellado en un estilo maduro y corpulento, rico en frescura sin embargo.
El otro, es un viñedo de la familia Vila en la Quebrada de San Isidro plantado a la misma altura. Lo probé hace algunos años, allá por 2015, luego no tuve más noticias.
Con todo, a la hora de soñar en altura Mendoza no parece tener techo. De eso hablan cada vez más los vinos, sean de los conocidos Gualtallary y Los Chacayes, pero también de Potrerillos y alrededores. Algo que irá afilando el perfil de los vinos en las copas y comienza a cobrar forma.
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