Cuando las temperaturas bajan, el cuerpo pide tintos. Pero sucede que muchas comidas de invierno, desde una fondue a una rica y mantecosa polenta, desde un marmitako de pesca blanca a una sopa de cebolla y un suculento puchero con mostaza, rara vez se acomodan al paladar robusto y tánico de algunos tintos. Y ahí hay un asunto a resolver.
Puede parecer trivial, pero mirado con sana curiosidad el asunto encierra un buen plan: primero, conocer que hay blancos perfectos para el invierno; segundo, que en tiempos de encierro hay que encontrar nuevos divertimentos y que jugar a combinar platos con vinos puede ponerle pimienta a los mismos bocados por cien días cuarentenados.
Blancos para el frío
Mientras que en el mundo del vino los blancos suelen estar enfocados en la jovialidad del verano, por frescura y perfil frutado de una mayoría, hay un grupo de blancos que funcionan bien en el invierno. Son vinos de cuerpo y textura untuosa, donde la crianza en madera –con sus notas de avellana, vainilla y pizca de humo– envuelven la garganta como envuelve el cuello y abriga una bufanda.
Por ello mismo no son los más accesibles del mercado. Y en su mayoría son Chardonnay, pero también algunos Semillón y blends juegan en el mismo campo. La razón es que ofrecen buen cuerpo y, por ello mismo, envuelven la frescura para quitarle protagonismo. Precisamente por esta condición, no se beben muy fríos, sino más bien a unos 12 grados centígrados. Y nuestro país ofrece una linda condición para elaborar este tipo de blancos de invierno.
Chardonnay de invierno
Por un lado, en las zonas altas del valle de Uco, los Chardonnay consiguen concentración y energía suficiente. Todo, sin perder la vibración que les da una tensa acidez y con aliento suficiente como para que la madera no los gobierne. Regiones como Gualtallary y La Carrera en Tupungato, junto con Los Árboles y San Pablo en Tunuyán, Mendoza, están definiendo un camino propio en este sentido. En total alcanzan las 1.700 hectáreas lo que le da volumen.
Algunos ricos Chardonnay en esa línea son:
- Salentein Reserve 2019,
- Tapiz Alta Collection 2019,
- Puramun 2019, Trapiche Medalla,
- Luca Lote G 2018,
- Cadus Vista Flores Appelation 2019,
- Domain Bousquet Gran 2019,
- Angélica Zapata 2018, B
- Ramare Zingaretti 2018,
- Buscado Vivo o Muerto El Cerro 2019,
- Riccitelli Vinos de Montaña Gualtallary 2019.
Todos ofrecen un perfil amplio y con untuosidad no exagerada, pero siempre presente.
Semillón de abrigo
Por otro, las viñas viejas de Semillón alcanzan un balance especial debido a que hunden sus raíces bien profundo y, con baja carga, ofrecen uvas igualmente concentradas –dentro de los parámetros medios de la variedad– pero con nervio suficiente como para dejar a la madera en apreciable y gustable segundo plano. Brindan, en su conjunto, más boca que nariz. Semillón de viñas con más de 40 años hay unas 270 hectáreas en Mendoza (111 en Tupungato, 93 en Luján de Cuyo) y otras 30 en Patagonia, lo que da la medida exacta de dónde encontrarlos.
Puestos a buscar, estos cuatro son la gloria:
- Teho 2019,
- El Enemigo 2018,
- Mendel 2019 y
- Callejón del Crimen Perlas de Parcela 2018.
Los blends, también
Fuera de esas dos variedades, pero en el mismo plan envolvente, están algunos blancos de corte que consiguen dar la misma expresión combinando uvas. Cuatro que elevan la vara en este estilo cremoso y concentrado:
- Rutini Antología L 2017,
- Gran Corte Friulano 2019,
- Luigi Bosca del Alma 2019 y
- Alandes Paradoux 4 eme Edition (sin añada).
Y ahora sí, puestos a darse un gusto, conviene pensar el menú. ¿Alguien dijo raviolones de calabaza con manteca de salvia y amaretis? Al menos ahora ya están listados los vinos.
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