El médico llegó a La Pampa con 26 años, recién graduado de la carrera de medicina, para realizar una suplencia
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“El 25 de mayo de 1950, por pura coincidencia no más, partí en un tren del Ferrocarril General Roca. Quién iba a decir que el destino transformaría tres meses en casi doce años de tanta trascendencia para el resto de mi vida” (Dr. René G. Favaloro, en Recuerdos de un médico rural)
Tenía 26 años cuando pisó por primera vez la estación de Jacinto Arauz. Llevaba un breve equipaje: ropa para tres meses, el tiempo que pensaba permanecer en aquél pueblo remoto, y su recién estrenado diploma de médico. La primera impresión, en aquella fecha patria, no fue de alto impacto: “Tenía solamente unas diez manzanas desparramadas a lo largo de las vías”, escribiría luego. Se instaló en la casa de su tío y, 48 horas después, se presentó con guardapolvo blanco en el único consultorio local. Comenzó entonces una etapa definitiva que marcaría el resto de su existencia. En aquella comunidad lejana, de la que nunca antes había escuchado hablar, aprendió “el profundo sentido social de la vida”.
Aún después de crear la técnica del by pass coronario que salvó millones de vidas, cuando todo el mundo lo reconocía como una eminencia de la Medicina, René Gerónimo Favaloro seguía presentándose con gran orgullo como “un médico rural”.
“Vino por 3 meses, se quedó 12 años”
María Elena Bertón (48) nació en Jacinto Arauz, en la Clínica Médico Quirúrgica que fundó René Favaloro junto a su hermano Juan José. “Y mi madre –aclara- fue empleada doméstica en la casa donde vivió el doctor”. Hoy trabaja en la municipalidad, es la encargada del Museo Histórico del Médico Rural Dr. René Favaloro que funciona en la antigua estación ferroviaria. Nadie sabe más sobre la historia de este pueblo, en cuyas calles y esquinas todavía permanece intacta la gratitud hacia el cardiocirujano.
–María Elena, ¿cómo llega Favaloro a Jacinto Arauz?
–El tío de Favaloro, Manuel Rodríguez Diez, vivía acá junto con su esposa, Ofelia Rodríguez Diez. El único médico del pueblo, Dardo Rachou Vega, debía viajar a Buenos Aires para tratarse de un cáncer de pulmón. Es decir que durante dos o tres meses íbamos a estar sin atención médica. Entonces Manuel le envía una carta a su sobrino René, recién recibido como médico, proponiéndole que hiciera esa suplencia.
–¿Cómo fueron los primeros días de Favaloro en Jacinto Arauz?
–Él llega soltero. Estaba de novio, por supuesto, pero al principio vino solo. Se instaló temporalmente en la casa de su tío. Durante un mes trabajó junto al doctor Rachou Vega, quien lo presentó en sociedad.
–¿Con qué tipo de instalaciones médicas contaba el pueblo?
–Solo había un consultorio al que iban los familiares de los enfermos a buscar al médico. Luego el médico iba a las casas, atendía a domicilio, incluso a familias que vivían en el campo. Esa fue una de las costumbres que, de a poco, René fue revirtiendo. Siempre propició que fuera el paciente el que se trasladase para la consulta. Al sistematizar eso, podría recibir más gente y hacer un mejor uso del tiempo.
“Diez manzanas desparramadas a lo largo de las vías”
La fundación de Jacinto Arauz tiene fecha cierta: 6 de abril de 1889. Fue bautizado con el nombre del terrateniente que donó las tierras para extender la red ferroviaria. En enero de 1891 se escuchó allí, por primera vez, el silbato del ferrocarril que ingresó a La Pampa desde la provincia de Buenos Aires. Diez años después, en 1901, se radicó un grupo de italianos miembros de la Iglesia Evangélica Valdense, un movimiento cristiano laico que fue brutalmente perseguido y encontró refugio en las montañas de Piamonte, norte de Italia.
Continúa María Elena: “En la zona ya había pobladores, españoles en su mayoría, pero los valdenses imprimieron su impronta. Hoy en Jacinto Arauz coexisten 7 iglesias de diferentes credos, pero los valdenses todavía son mayoría”.
El pueblo, que se recuesta sobre el límite con la provincia de Buenos Aires, a 133 kilómetros de Bahía Blanca y a 201 kilómetros de Santa Rosa, hoy tiene 2500 habitantes. Decía Favaloro: “Es la primera población en territorio pampeano yendo por la ruta 35. Una zona difícil, donde todo había sido conseguido con esfuerzo. Allí aprendí el profundo sentido social de la vida. Sin compromiso social, mejor no vivir”.
–Favaloro llegó a Jacinto Arauz para hacer una suplencia de 3 meses y se quedó 12 años. ¿Qué pasó con el doctor Rachou Vega?
–Cuando regresó de Buenos Aires, estaba en una etapa terminal. Ahí es cuando René decidió quedarse. Primero le pidió permiso a Rachou y luego lo consultó con su familia: su hermano, su novia, la novia del hermano...
–¿Qué cree usted que lo motivó a extender su estadía?
–Además del diagnóstico del doctor Rachou, él veía la realidad del pueblo y sabía que podía hacer mucho para mejorarla.
–¿Cómo era su vida en Jacinto Arauz?
–Él era muy amigable, tuvo muchos pacientes-amigos. De hecho, había un abuelito de quien se había hecho muy amigo. Los dos tenían huertas en sus jardines e intercambiaban semillas. Además, compartían conocimiento: cómo germinarlas, cómo obtener el mayor rendimiento… Cuando atendía, primero le hacía preguntas de índole general a los pacientes y luego pasaba a las preguntas específicas para saber por qué habían ido a la consulta. Bueno, de esa manera conoció la idiosincrasia del pueblo y, al mismo tiempo, contuvo a esas personas.
–Imagino que dejó la casa de su tío…
–Cuando decidió instalarse, alquiló una casa. Fue ahí que viajó a La Plata, se casó con Antonia, su novia, y la trajo para acá. Y juntos emprendieron su proyecto: la “Clínica Médico Quirúrgica” del pueblo.
–Su gran legado para Jacinto Arauz.
–Sí. Armaron un consultorio y construyeron la primera habitación con camas para internación. Llegaron a colocar 23 camas. Toda la familia Favaloro estaba involucrada de alguna manera. Su padre hizo las mesas y repisas con las que amoblaron los ambientes.
–También convocó a su hermano Juan José, médico, para trabajar con él.
–Sí, ese fue el otro puntal. Juan José lo ayudó a construir el quirófano de la clínica. Este proyecto despegó gracias a la contribución financiera del propietario de la casa que alquilaba Favaloro. Él creyó en ese médico joven que había llegado con conocimiento y con ganas de mejorar la calidad de vida de sus habitantes. No recuerdo su nombre, pero ese hombre siempre ayudó. Le ofició de prestamista. Y en algunas reformas, como la de la ampliación de la clínica, no pidió la devolución del dinero.
–¿Qué pacientes atendía la clínica?
–Todos, los que imagine. Cuando abrió la clínica empezaron a venir también de localidades vecinas. En determinados días, era tanta la demanda que no daban abasto. Tuvieron que traer a médicos especialistas de otras ciudades. Se hicieron famosos. Había gente que venía desde Río Colorado, en Río Negro, para ser atendidos.
–¿Tenían algún tipo de ayuda, enfermeras o auxiliares?
–Sí. Cuando inauguraron empezaron a contratar chicas adolescentes como mucamas. A algunas, las que tenían condiciones, las adiestraban para que fueran enfermeras. Y las que más se destacaban se perfeccionaban con ellos para poder trabajar dentro del quirófano durante las operaciones.
–¿Se involucraba en la actualidad del pueblo, más allá de la medicina?
–Sí, siempre buscaba el bienestar de los vecinos. En 1955, ya funcionando la clínica, compró un equipo de rayos X. Pero cuando lo instalaron se dieron cuenta de que un determinado tipo de radiografía no salía bien porque la usina local no podía generar la energía suficiente para alimentarla. Entonces Favaloro organizó una comisión con vecinos del pueblo y fundó la Cooperativa de Servicios y Obras Públicas. Tan involucrado estaba que integró la primera comisión. Con eso mejoró las instalaciones energéticas de Jacinto Arauz.
–Hoy, la mayoría de los partos se atienden en la clínica que fundó Favaloro. ¿Cómo era antes?
–Había dos parteras: Doña Irene y Doña Aurelia. Durante un tiempo, Favaloro les dijo que continuaran con su trabajo. Les decía que lo llamaran ante cualquier complicación. Durante un tiempo trabajaron en conjunto. Luego de la reforma de la clínica, ellas siguieron trabajando, pero las mujeres ya podían optar por dar a luz en el quirófano. Bajó mucho el índice de mortalidad infantil. René daba muchas charlas a las madres embarazadas, les enseñaba sobre todo tipo de cuidados. Los pueblos vecinos comenzaron a contagiarse de la revolución de Jacinto Arauz. Empezaron a crear cooperativas y centros de salud. Pero justo en ese momento de auge de la clínica, Favaloro decidió irse a vivir a los Estados Unidos para perfeccionarse en el campo de las intervenciones cardiovasculares.
–¿Cómo reaccionó el pueblo?
–El municipio organizó una cena de despedida, pero fue unos meses después; él y Juan José vinieron específicamente para eso.
–¿Cómo continuó el trabajo en la clínica?
–Ellos ya habían negociado una transición con otros doctores, Britos Bray y Céspedes. Después fueron cambiando, los médicos se fueron sucediendo, pero la obra siempre continuó. En 1983, el doctor Juan Carlos Zabala compró la clínica. Actualmente sigue siendo el dueño.
–¿Favaloro volvió a Jacinto Arauz?
–Solo una vez, en 1989, para la celebración de los 100 años del pueblo. Él sentía mucha nostalgia, por eso no venía.
–¿Cómo impactó la noticia de su muerte entre los habitantes de allí?
–Fue un shock importante para sus pacientes, sus amigos, los de la cooperativa… Nadie esperaba esa decisión.
–Jacinto Arauz se convirtió, para siempre, en “la ciudad de Favaloro”.
–En 2001 se inauguró el monumento a Favaloro. En la fecha de su cumpleaños, cada año, se hace un acto conmemorativo. También hay distintas instituciones locales que organizan sus propios homenajes: han hecho carreras de autos, torneos de ajedrez, vuelos de bautismo y también saltos en paracaídas en su honor. Acá se idolatra mucho a Favaloro.
En agosto del 2000, las cenizas del doctor René Gerónimo Favaloro fueron esparcidas en Jacinto Arauz. Fue su último pedido, que dejó escrito en una de las cartas que escribió antes de quitarse la vida. Fue un acto privado, del que solo participó su familia. “Nadie más sabe con certeza dónde dejaron las cenizas. Supongo yo que fue debajo de algún caldén, porque él era un enamorado de la naturaleza de este lugar”, arriesga María Elena.
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