La escena pareciera repetir una situación usual: el plano se cierra sobre una lista pegada en la heladera: "Cambiador, empapelado cuarto del bebé, nombre…". Jazmín (Julieta Díaz) la mira aterrada intentando tildar alguna de las cosas pendientes, como si el gesto le pudiera devolver la certeza, el control. Pero el parto se adelantó y ya no queda nada por escribir, o tachar. Todo puede pasar, todo va a pasar. Hasta ahí, nada fuera de lo común. Pero entonces asoma el primer dato para el espectador. "Voy a ser mamá", grita en el ascensor mientras el encargado le mira el vientre plano. Y ahí, de pronto, aparece la mayor apuesta de Pequeña victoria, la nueva tira de Telefe. Una historia que se anima a bucear en el universo de la maternidad desde el prisma actual, plagado de preguntas que no quieren ceñirse a ningún mandato.
Jazmín puso el óvulo, Bárbara (Natalie Pérez) el cuerpo, Emma (Mariana Genesio) el esperma y Selva (Inés Estévez) el auto, en una trama que abre el juego frente a una realidad que se construye en la diferencia, que está plagada de complejidades, donde el amor y el sexo admiten otros nombres, enfrentándonos con grandes preguntas: ¿Cómo es ser madre hoy? ¿Qué entendemos hoy por "familia"? O, en todo caso, ¿debe ese nombre seguir teniendo un lugar central en la definición de los vínculos? ¿Han cambiado las formas de amar y el deseo?
En una época en la que las familias se redefinen y los vínculos se corren de los estereotipos, ¿en qué lugar queda la materia que les da sentido? ¿Qué es eso que todos llamamos amor y que cada uno vive de manera diferente?
El amor libre es
"El amor libre es una mierda". Federico, 27 años, ojos claros, pelo revuelto, orejas perforadas, se sonríe. Nos conocimos a través del grupo que tiene en Facebook Experiencias Amor Libre Argentina. Llevo unas semanas viendo los posts, escuchando experiencias en primera persona para comprender un poco mejor esto del "poliamor". Al parecer se sufre bastante. Mucha catarsis, gente que busca escribir su relación de otra manera, pero le cuesta. Para mi sorpresa, Federico, que tiene dos parejas, una chica y una persona de género fluido, me da la razón: "En realidad, te hace enfrentarte con un montón de cosas, y a veces no tenés ni las ganas, ni las fuerzas ni el tiempo para hacerlo. Pero creo que es una forma más sana de plantearse el amor, de preguntarnos qué queremos y por qué queremos eso… No se trata de estar con muchas personas".
Federico conoció a Natalia hace dos años. Ella venía con otra relación, que de hecho hoy continúa. Hace seis meses se fueron a vivir juntos.
–Tal vez para mí es más fácil. No sé, nunca fui celoso. No me molesta que mi pareja salga y se vaya a ver con otra persona. Pero reconozco que no es lo más usual. Es difícil…
–¿Por qué?
–Y no es fácil entender que una persona sienta de manera diferente. Es decir, intelectualmente lo podemos hacer. Ahora, que algo que nos hace sentir bien, a la otra persona la haga sentir mal es mucho más complicado. Diría que hoy estamos mucho más capacitados para entender estas cosas intelectualmente que emocionalmente. En el grupo usamos una palabra que es compersión.
–¿Y qué significa?
–Ponernos contentos de ver contenta a la otra persona… Cuando ves a tu pareja que está contenta porque se va a ver con alguien. A mí me encanta que Naty se ponga linda y esté feliz de ver a otros…
–¿Y estar con dos personas no supone dificultades cotidianas?
–Claro, muchas…
–¿Por ejemplo?
–Y me llama Lean [N. de A.: su otra pareja] para que le dé una mano en su casa, y yo justo tenía un compromiso con Naty. Entonces tengo que ver cómo se lo digo… Y, claro, ahí Naty tiene que enfrentarse con que su novio está yendo a ver en ese momento a la otra novia, y entender que, bueno, tuvo esa necesidad… Y esos son polidramas. Sé que es difícil entenderlo…
–¿No creés que ahora es más fácil?
–No.
–En tu opinión, ¿no hay un cambio cultural?
–Tal vez se habla mucho más, sí. Pero nos siguen mirando raro. Ojo, no digo que eso esté mal. Son procesos largos, que conllevan un montón de cosas. Tal vez, el problema sea que en este último tiempo nos estamos poniendo demasiado ansiosos.
El amor no es
"Creo que mi idea acerca del amor va creciendo hacia lugares más sanos, autónomos y de liberación". Jazmín, menuda, sonrisa enorme e ideas firmes, apenas roza los 20. Es maestra y estudiante de psicología. Para ella, el amor no tiene género. Tuvo novios y novias. Habla con seguridad, parece haber pensado en el tema muchas veces.
–Igualmente, creo que me es más fácil en este momento poder decir qué no es amor.
–¿Y qué no lo es?
–La extrema dependencia, la simbiosis, el celar, el querer imponer algo al otre pensando que es lo mejor para esa persona sin realmente preguntarse qué quiere o necesita, acomodar al otre para los intereses propios, querer cambiar al otre para que un vínculo dure…
–¿Has estado enamorada?
–Estuve enamorada de una pareja con la que estuve desde los 17 hasta los 21 y tenía la sensación de querer construir con él para toda la vida. Era el paradigma de la media naranja, y me generaba mucha dependencia emocional. Si eso es enamorarse, espero no enamorarme nunca más… O, por lo menos, me gustaría descubrir otro tipo de locura…
–¿Locura?
–Sí, algo que te desborda el cuerpo y el bocho, y te potencia para construir y movilizar cada fibra.
El secreto es
Mónica y Eduardo se conocieron en el 76. Se vieron por primera vez en la casa de una amiga. Pero no hubo flechazo. Lo reconocen: lo de ellos no fue amor a primera vista. Tiempo después se cruzaron en un centro de estudios sobre pensamiento nacional. Eduardo, para entonces, estaba por llegar a los 30, había comenzado a estudiar ingeniería electrónica y militaba en el Frente de Izquierda Popular de Jorge Abelardo Ramos. Mónica tenía 23 y estaba por terminar la carrera de trabajo social. Ahí la cosa se aceleró. A los 15 días se fueron a vivir juntos, a los tres meses se comprometieron y a los seis se casaron. Nueve meses después nació su primera hija.
–Y si no nos mudamos antes fue por don Julio, el papá de ella –se sonríe él.
Ya llevan 40 años juntos.
–¿Cuál es el secreto? –caigo en el lugar común.
–Mirá, para que te des una idea, cuando nos conocimos, él era excesivamente ordenado, superestructurado. Ahora terminé yo siendo más puntual…
–Sí, ahora soy uno más del montón de los que llegamos tarde.
–Pero nunca perdimos los intereses en común.
–Siempre pisamos, más o menos, el mismo lugar…
–Yo creo que también es importante la mirada ideológica…
–Sí, lo ideológico te hace vivir y sufrir de una forma común.
–Pero tampoco estamos de acuerdo en todo.
–No.
–Él escucha todo el día la radio, como que se mete demasiado en la realidad. Y yo llega un momento en que quiero ver Netflix o estar en silencio.
–Nos peleamos en la cotidianeidad por las cosas pequeñas. Pero en lo importante pensamos igual, aunque hagamos distinto recorrido, eso sí.
También es importante la mirada ideológica. Eso te hace vivir y sufrir de una forma común.
–Sí. Por ejemplo, yo a mi hija no la recuerdo en sus últimos días, no la quiero recordar. Pero nos respetamos y entiendo que él sí.
Y ahí, en ese instante, aparece la historia de Juliana, su hija menor.
Faltaban dos meses y medio para su casamiento cuando empezaron los picos de fiebre. Juliana tenía lupus y, hasta entonces, eso había significado dos cosas: someterse a toda clase de tratamientos y evitar cambios bruscos de clima, por ejemplo, no podía sumergirse en un mar frío. Sin embargo, nunca nadie había hablado de peores consecuencias. Tal es así que cuando la temperatura de su cuerpo comenzó a dispararse, su única preocupación eran los zapatos para la fiesta. Los corticoides le hinchaban demasiado los pies y aún no los había comprado.
Juliana murió en junio de 2015. El diagnóstico fue síndrome hemafagocítico, un trastorno del propio sistema inmunológico.
Cuatro días después ambos decidieron ir a un grupo. Renacer se llama. Mónica cuenta que en ese momento lo único tolerable era estar con aquellos que habían pasado lo mismo. Hoy, cuatro años después, hablan de Juliana y se sonríen. Con una sonrisa que tiembla. Pero se sonríen.
–El otro día nos dieron el audio de una entrevista que ella dio por su trabajo en una radio local –cuenta Eduardo–. Porque no teníamos la voz. Teníamos fotos, videos… Pero no la voz. Lo último que recordaba de su voz fue lo que me dijo antes de que le indujeran el coma.
–¿Y qué fue?
–"Chau, pa, me voy a dormir una siestita".
Estar enamorada es
Mi vieja siempre fue de hablar mucho y decir poco. Pero con la muerte de papá fue al revés. Habla poco, como entendiendo y respetando mis silencios. Eso sí, cada vez que lo hace, las dos o tres palabras que dice pueden convertirse en una homilía.
El otro día, sin embargo, fui yo quien rompió el acuerdo. Pensando en esta nota, pregunté.
–¿Estabas enamorada?
–No –contestó con una inmediatez cordial.
No me sorprendió, pero la miré con tristeza. Como si adivinara, entonces siguió:
–Pero lo quise muchísimo…
Y, aunque de eso no tenía dudas, ya para ese momento solo pensaba en los gestos, vacaciones, abrazos, discusiones, besos, cenas, desdichas y toda clase de recuerdos con los que de chica comencé a entender o tener algún registro de lo que es el amor, un amor que ahora, muchos años después, mi mamá me blanqueaba de manera austeramente clara.
Pero la cosa no quedó ahí. Al parecer, mi inquietud despertó en ella una súbita necesidad de ventilar el árbol amoroso de toda la familia.
–Mamá cómo lo quería también a papá… Y eso que era muy chica cuando se casó con él. La que sí la pasó mal fue mi tía María Elena. Mi abuela no tenía plata para mantener a todos sus hijos y la casaron con un hombre mucho mayor, tendría unos 40…
La miro con perplejidad.
–¿Y ella?
–Solo 16.
Me pongo entonces a calcular. Pienso cuánto tiempo pasó entre aquella escena de una tía sufriendo por un matrimonio arreglado y la de mi hija, por ejemplo, que con solo 6 años nos explica que ella es quien decide sobre su cuerpo: pasaron 107 años.
La cuenta fue fácil. Lo que no puedo decidir es si es mucho o poco tiempo para que todo haya cambiado tanto.
Las formas del amor son
"Yo no creo que hayan cambiado las formas del amor. Lo que cambió fueron las condiciones".
Luciano Lutereau es psicoanalista y doctor en Filosofía, con una nada cuestionable productividad literaria. Podría decirse que sus libros se han puesto de moda. Él prefiere decir que, simplemente, se limita a escribir lo que ve en el consultorio.
–Creo que acá la distinción generacional es fundamental. Para nuestra generación, la pareja era algo impuesto, era una idea obvia: la matriz para pensar el amor. Para los jóvenes no sé si es algo dado; justamente, lo que están haciendo es revisar esa cuestión. De ahí que recuperen mucho más el papel de la amistad.
–En un ensayo, hacés referencia a cierta adolescentización actual de los vínculos…
–Es que hoy en día los adolescentes parecerían tener más en claro cómo tratar ciertas cuestiones. Se lo puede ver en cómo se movilizan por causas sociales y también en cómo viven sus relaciones amorosas. El poliamor o el concepto de relación abierta para ellos es una forma de nombrar un vínculo de cuidado con el otro y no de autorizar infidelidades, como sería la lectura de los adultos.
El poliamor o concepto de relación abierta para los adolescentes es una forma de nombrar un vínculo de cuidado con el otro y no de autorizar infidelidades.
–La cosa parecería estar atravesada por cierta cuestión ética.
–En realidad, están repensando el amor romántico, los roles dentro de relaciones que no son necesariamente de pareja. Foucault decía que lo que más escandalizaba a Occidente era la amistad y no el deseo. En ese sentido, sí creo que hay otra ética. Estoy bastante en contra de la imagen de los adolescentes como promiscuos o perdidos. Esa es una visión adulta, que en muchos casos proyecta nuestros propios problemas. Ahora, fíjate cómo cambió la dinámica familiar…
–¿En qué sentido?
–Y el conflicto generacional ya no es con las figuras domésticas. Los jóvenes ya no se pelean con el padre…
–¿Y contra quién lo hacen?
–Contra las figuras de autoridad social. Hoy prefieren pelearse directamente contra el patriarcado y las instituciones.
Estar casado ya no es
¿Los números dan cuenta de estos cambios? Por lo pronto, para las estadísticas, el paradigma tradicional, más conocido como matrimonio, parece haber entrado en crisis. En pocas palabras, la gente se casa menos y se divorcia más. Muchos responsabilizan de esto a la reforma del Código Civil llevada a cabo en 2015. Claro que aparece la pregunta de siempre: ¿el cambio de norma fue causa o consecuencia de la transformación social?
Más allá de esta cuestión, lo cierto es que el Estado hace cuatro años aceptó que la fidelidad no es un deber –pensar que hasta el 2015 se la pensaba así– y reconoció que para que una pareja se separe, no es necesario que estén de acuerdo los dos. Y, así las cosas, en la Ciudad de Buenos Aires prácticamente se duplicó el número de divorcios. De acuerdo con el informe realizado por la Dirección General de Estadística y Censos, publicado el año pasado a partir de los datos obtenidos en 2017, las cifras alcanzaron un aumento del 41% respecto del año anterior. Y si se las compara con el número de matrimonios, podría decirse que entre las parejas porteñas se casa una por cada otra que se divorcia: 10.511 matrimonios contra 8.217 separaciones formales.
¿Estamos ante el final de una institución? O, en todo caso, ¿la institución debería seguir aggiornándose a los cambios sociales? Así como el género dejó de ser una condición para casarse en Argentina, ¿el número dejará de serlo?
Volver al amor es
"A mí me encantaría casarme de vuelta. Pero, eso sí, casas separadas", asegura Mercedes, belleza afirmada, con una voz cálidamente metálica y una verborragia ordenada que le permite retomar la idea inicial en oraciones infinitas. Conoció a Claudio a los 48, en un seminario que dictaba él sobre violencia en el aula. Además de ser actriz, dirige una reconocida institución de formación inicial. Él es psicoanalista y, como parte de su profesión, brinda asesoramiento escolar.
La relación arrancó con un llamado. "Me acabo de separar por segunda vez y no quiero nada formal", dijo él, de manera tácita, del otro lado del teléfono. Pero desde aquel día les costó andar separados. Y así llegaron la presentación a los hijos, las Navidades en familia y lo que puede llamarse un verdadero culto a las relaciones ensambladas. Sin ir más lejos, hace unos meses viajaron a México para el casamiento del hijo de la exmujer de él.
–La capacidad de elegir estando con otro es fundamental. Pero eso lo aprendí con el tiempo. Nosotros la pasamos muy bien juntos, aunque nos gusta exactamente lo contrario. Yo, por ejemplo, puedo pasar tres horas en un museo, y él lo detesta. Entonces si estamos de viaje, él se va a la playa y yo me voy a recorrer.
–Nuevamente, el tema de la libertad…
–Y creo que pasa con todo, en cómo la otra persona valora lo que él no elige, valora que a vos te guste y que lo disfrutes. Creo que es un gran secreto para el encuentro con el otro.
–¿Alguna vez te dijiste, sin embargo, "uy, por qué no lo conocí antes"?
–[Piensa, bastante] Sí, por ejemplo, me hubiera gustado tener un hijo con él porque es un padrazo… Pero también es un hermoso padre sustituto para mis hijos. Mi hijo siempre me dice: "Qué suerte que lo conociste, mamá, sos otra mujer".
–Pero también tenés una buena relación con tu ex…
–Excelente. Y Claudio con las suyas, y nos vemos todos en los cumpleaños de nuestros nietos. Para esta Navidad vino a casa Ricky, el papá de mis hijos, con su segunda exmujer, y la pasamos muy bien. Pero todos colaboramos para que eso suceda… No creo que hubiera podido estar con una persona que no eligiera mi historia de vida, porque esa historia forma parte mía. Yo soy esa historia. Hay algo que aprendí después de separarme. Con Ricardo estuvimos 16 años y sufrí mucho esa separación. Me daba tristeza, me angustiaba la pérdida de una familia. Hasta que por fin entendí…
–¿Qué?
–Que lo único que se había desecho era una pareja. Pero esa familia que habíamos armado seguía estando.
Estar en pareja es
Es de noche, estoy escribiendo. De pronto, aparece el aviso en Facebook: Second love–Mujer casada busca hombre. Cedo ante el imperativo de internet, que indudablemente ha descubierto el tema sobre el que estoy trabajando. Entro. Es otro de los tantos portales de citas, pero con una especificidad: al parecer, solo es para personas en pareja. Así lo explica la leyenda apenas se entra en la página: "Coquetear no es solo para solteros o solteras". Unos íconos más abajo, la cosa se pone más explícita: "Un portal de citas para hombres y mujeres que están comprometidos, pero que están buscando una relación paralela o extramatrimonial". No es un invento nuevo. Se trata de una aplicación creada hace 10 años en los Países Bajos que hizo furor en Europa y que ahora está haciendo lo suyo por estas latitudes. Según informó la empresa, en Brasil logró alcanzar más de 100.000 usuarios en solo un mes.
"Las redes sociales cambiaron muchas cosas".
Analía Domínguez Neira es psicóloga. Atiende a jóvenes, adultos, madres, divorciados. Escucha sobre esta y sobre otro sinfín de aplicaciones todo el tiempo.
–Lacan hablaba del "amor cortés" como la figura para dar cuenta de aquel amor que se construye en torno a un objeto perdido. Creo que hoy el uso de las redes puede pensarse desde ahí. En el consultorio, te encontrás con muchos pibes, sobre todo, aunque también con gente grande, que arman un relato en las redes en el que, en definitiva, dialogan con ese alguien imaginario todo el tiempo. Por ejemplo, hay una aplicación donde te hacen una suerte de encuesta en la que uno va completando qué esperaría de la persona con la que te vas a encontrar. Es un sistema de filtros que busca, de alguna manera, prometer cierta garantía de las expectativas, como si fuera posible controlarlo. Nadie es tan consciente de sí mismo y, además, hay algo del amor que, en realidad, en algún punto se juega de una forma inconsciente, que no puede ser nombrado. Vivimos en una sociedad donde mediante la palabra se busca garantizar el encuentro de la media naranja.
–¿Y qué observás en los pacientes?
–Y, muchas veces, estas situaciones generan angustia, porque después de un encuentro y otro encuentro y otro, se dan cuenta de que hay algo que esa máquina no puede garantizar.
–¿Se está perdiendo la magia?
–No afirmaría eso, el amor es el mismo de hace dos siglos. El amor sigue generándose… Algo que me llama poderosamente la atención es que estoy viendo que en lo que antes eran relaciones de amistad entre dos chicas –las típicas adolescentes de 14 años que están todo el día juntas y hacen todo juntas– hoy se plantea la posibilidad de experimentar sexualmente. Incluso algunos vínculos toman la configuración de una pareja, aunque después optan por una vida heterosexual. Y los padres lo saben, y está aceptado socialmente…
–¿Y lo ves exclusivamente entre las chicas?
–Sí, especialmente en la mujer. Tiene que ver con un momento, con tener esa experiencia antes de un encuentro heterosexual, que es lo que les da mucho miedo. Y sí, ahí hay algo de época, que tiene que ver con los relatos que circulan y el temor a las distintas formas de violencia.
–¿Y, en el caso de las personas más grandes, encontrás algún otro rasgo?
–Hoy estoy trabajando con muchas mujeres solas… En realidad, no le encuentro mucho lugar al matrimonio.
–¿La soledad es motivo de consulta?
–Sííí, claro, en la mayoría de los casos, aunque se escuche que es una soledad elegida. Es que, más allá de todo, la soledad pesa.
El amor
Mónica y Eduardo hablan del amor. Del suyo, pero también del amor a un hijo, que es un amor más cutáneo, más permanente. Eduardo lo resume con una sencillez que conmueve:
–Duele, porque aunque Juliana no está, yo ese amor lo sigo sintiendo. Solo que ahora no tengo dónde ponerlo.