Un casco histórico de traza colonial, ranchos barrocos y farolas sobre el empedrado en desnivel. El solar que perteneció a los hermanos Reynafé, acusados del asesinato de Facundo Quiroga. Homenajes callejeros a Carlos Di Fulvio y Ariel Ramírez, dos hijos pródigos. Otra casa histórica, la del padre Hernán Benítez, quien fuera el confesor nada menos que de Eva Perón.
Villa Tulumba es parte del circuito de Pueblos Históricos, que busca "reconocer, rescatar y poner en valor poblados históricos de todas las provincias". Caminar este espacio introvertido, 150 kilómetros al norte de Córdoba capital, es descubrir una fuente de relatos potentes.
La iglesia de la Virgen del Rosario organiza todas las miradas. En 1881 Fray Mamerto Esquiú colocó la piedra fundamental del templo que cobijaría tesoros como un tabernáculo jesuítico tallado en cedro paraguayo, un Cristo articulado de facciones mestizas y el conjunto de frescos neorrománicos que Martín Santiago -discípulo del paisajista Fernando Fader- pintó sobre la cúpula abovedada: los 12 apóstoles y los cuatro evangelistas. Debajo de la multitud celestial, la Virgen de 1592, celebrada en andas por la multitud cada primer domingo de octubre. Afuera, otro viaje al pasado: las ruinas de la antigua capilla, nada menos que de 1698.
En los últimos dos años se devolvió el color a los muros externos, se repararon techos y pisos. "En las zonas con grandes faltantes se hicieron una base de color y la integración cromática con la técnica del trateggio o punteggio, de modo que a ojo desnudo se integre con el conjunto", explicó la restauradora Marcela Mammana, con experiencia en Florencia, Venecia, Ámsterdam y París. "Su tabernáculo, sus altares y cada imagen tienen una carga histórica, cultural y estética extraordinaria".
Tulumba se abre, tímida, pero decididamente al turismo. Uno de los ejemplos más notables es la existencia de Andaluzia Casa de Campo, una cálida posada que funciona en una casa criolla de 1905, en medio del pueblo, con un precioso jardín y arroyo propio.
Con inspiración en Miguel Ángel
Orlando Mizzau Pizarro se refiere al proyecto que lo obsesiona: restaurar las fachadas de toda la cuadra de la iglesia con revoque solaque, una mezcla de cal reposada (o "de guarda"), arena, polvo de ladrillo y arcilla. El primer vistazo -la prueba piloto de un concurso que ganó en el Fondo Nacional de las Artes- es la casa que perteneció a Lorenza Reynafé, hermana de los involucrados en el asesinato de Facundo Quiroga.
Liso y suave al tacto, beige oscuro a la vista, el revoque se desplegará como un muestrario de distintas épocas constructivas en Tulumba, de 1600 a 1900: la casa-rancho barroco mestizo, los techos de cañizo entortado (con madera, barro y paja brava), la teja muslera (moldeada en los muslos de esclavos), las fachadas neoclásicas con parapeto, la llegada del zinc.
El objetivo es que la cuadra luzca como un museo a cielo abierto, con cartelería auto-explicativa. Después de contar su proyecto en las escuelas, Orlando vio cómo la información entusiasmaba a todas las generaciones del pueblo. Entusiasmado, renueva un pedido: que la Secretaría de Cultura nacional libere los 700 mil pesos que adeuda para avanzar con la obra (el Municipio ya invirtió 300 mil en andamios y maquinaria). "Hay un fundamento político, social y cultural en esto", plantea el restaurador, que suma una teoría que entusiasma: "Es muy probable que en la Casa Rosada [inaugurada en 1898] se haya usado una de las siete variantes del solaque". En sus primeras versiones, la mezcla -que se amalgamaba con sangre de buey- era rosada, fiel a la moda europea de aquellos años.
Aunque su hipótesis debería confirmarse con estudios de estratigrafía, Orlando tiene razones para creer. Su tesis de investigación recuerda cómo un grupo de arquitectos, ingenieros y maestros europeos trajeron la técnica a Sudamérica a mediados del siglo XIX. Los exponentes más famosos fueron los hermanos suizos Camponovo, contratados por el gobierno boliviano para construir el Palacio Quemado, sede de gobierno hasta el año pasado.
Destacados en Sucre -donde el restaurador se radicó para estudiar la técnica- irradiaron su maestría a todo el continente. "Algunos historiadores también especulan con que el solaque se remonta al Templo de Jerusalén", agrega Orlando, que ilustra el potencial de las cales de guarda con un ejemplo imbatible: Miguel Ángel usó una de 35 años para pintar los frescos de la Capilla Sixtina. Las autoridades deberían tomar nota; el maestro del Renacimiento no podía estar equivocado.
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