Complejo de Adonis, anorexia invertida o adicción a los músculos: una psicosis masculina que comparte rasgos con los trastornos de conducta alimentaria y los obsesivo-compulsivos. Mientras los gimnasios aumentan la cantidad de inscriptos, una radiografía de la vigorexia.
Por Mariana Fusaro.
Por más que a muchos especímenes cultores de músculos como piedras ni se les pasaría por la cabeza tomárselo como un problema serio, fue un profesor de la prestigiosa Facultad de Medicina de Harvard (el psiquiatra norteamericano Harrison G. Pope) quien acuñó el término "vigorexia", refiriéndose a cierta novedosa patología que descubrió en la década de los 90 mientras estudiaba el uso y abuso de los esteroides anabólicos. En realidad, la primera vez que escribió acerca del cuadro lo llamó "anorexia invertida", porque quienes lo padecen –en su gran mayoría, hombres– están obsesionados con su apariencia, pero, en lugar de la búsqueda enfermiza de la delgadez, viven preocupados por ganar masa muscular.
Aunque el ideal corporal que se persigue es el opuesto a la anorexia, la base de ambas enfermedades es la misma: un desorden emocional que impide percibir el propio cuerpo como es y, en general, evoluciona hacia un trastorno obsesivo-compulsivo, que compele a repetir patológicamente determinado patrón de conducta. Los vigoréxicos se ven siempre muy pequeños, desagradables y débiles. Obsesionados por no ser lo suficientemente musculosos, pasan mucho tiempo en el gimnasio y llegan a desistir de realizar otras actividades sociales. Entrenan compulsivamente, incluso si se encuentran enfermos o en cualquier condición climática: no pueden dejar de hacerlo. Y ellos también viven bajo la tiranía de la balanza. Ponen especial atención a sus dietas, bajas en grasas y ricas en hidratos de carbono y proteínas; consumen barras fortificantes de todo tipo, licuados especiales, huevos crudos, mucha carne y leche. Poco a poco, inevitablemente, empiezan a interesarse por los "beneficios" de anabolizantes, hormonas del crecimiento y demás productos (adictivos) de doping. En estadios avanzados, se proponen ingerir cócteles de estos preparados a intervalos regulares, durante todo el día y, a veces, toda la noche. Sin embargo, nada más alejado de la salud que el sobreentrenamiento.
El exceso de carga en el gimnasio lesiona huesos, ligamentos, tendones y músculos, ocasionando desgarros, esguinces y dolores permanentes. El uso de anabólicos y esteroides genera afecciones cardíacas, atrofia testicular, menor producción de espermatozoides, impotencia sexual y cáncer de próstata; los cambios metabólicos desequilibran los neurotransmisores del SNC, amén de repercutir en el hígado, aumentando el colesterol en sangre, los calambres y problemas renales. Y, para terminar, el shock desaforado de endorfinas –las hormonas del bienestar, que segregamos, entre otras cosas, haciendo ejercicio–, altera el estado de ánimo, provocando una sensación de euforia y mayor tolerancia al dolor, y también todo lo opuesto: una especie de bajón, parecido al de los drogodependientes, cuando falta una gota de la dosis de entrenamiento.
La personalidad característica del vigoréxico es similar a la de quienes sufren otras adicciones: tienen baja autoestima, dificultad para integrarse, son introvertidos y rechazan o les cuesta aceptar su imagen corporal. Se sienten frustrados constantemente, porque, aunque abandonen todo el resto de su vida para matarse entre los fierros, por más sacrificios que se impongan, o musculatura que consigan inflar, igual siguen percibiéndose como flacuchos y carentes de atractivo físico. En otras palabras, no hay forma de que su cuerpo los complazca.
Para los neurocientíficos modernos, podría existir cierta predisposición biológica para desarrollar este raro trastorno nuevo, pero la gran responsabilidad hay que atribuírsela a la cultura. Bombardeados por las imágenes de cuerpos masculinos "perfectos" –desde los andróginos modelos de las publicidades, longilíneos y de abdominales raviolados, hasta las musculaturas extremas, abastecidas de esteroides, de un Rambo, un Vin Diesel o un Van Damme–, los adolescentes y hombres jóvenes desarrollan la creencia de que es así como un varón debería verse. "Este trastorno, que aún no se halla incluido en el DSM IV (clasificación y criterios diagnósticos sobre afecciones psiquiátricas), es sin duda el reflejo de los tiempos que corren y comienza a observarse un crecimiento progresivo en entornos determinados –gimnasios de aparatos, deportes en los que no se efectúa control antidoping, deportistas muy obsesivos, físicoculturistas, etcétera–, que afecta a la población adolescente y adulta preferentemente masculina", señala la licenciada Adriana Mirella, autora del Informe sobre vigorexia publicado por la Asociación de Psicología del Deporte Argentina, una de las pocas investigaciones sobre el tema que se hicieron en el país. Los datos estadísticos son escasos, pero, tras estudiar una muestra significativa de los nueve millones de norteamericanos que concurren a los gimnasios, el equipo de Pope concluyó que alrededor de un millón de ellos podría estar afectado por la vigorexia. Esto es, un 11,11 por ciento.
Existe un tratamiento para este tipo de perturbación mental, pero el principal obstáculo radica en que la inmensa mayoría de quienes lo padecen no se considera enferma ni busca ayuda especializada. Para los que sí lo hacen, hay terapias de comportamiento y fármacos que pueden ayudar a revertir la obsesión y la compulsión. El enfoque se basa en modificar la conducta, por ejemplo, cambiando gradualmente el programa de ejercicios a una rutina razonable, para disminuir el entusiasmo y la ansiedad por la práctica deportiva intensa, hasta lograr interesarse por otras actividades; así se logra ir suprimiendo las compulsiones, como la necesidad de pesarse varias veces al día. El objetivo es dejar de vivir obsesionados por cómo el otro ve el cuerpo y modificar la perspectiva distorsionada sobre la autoimagen.
Según los psicoanalistas, una musculatura exagerada, contrariamente a lo que se cree, tiende a borrar la percepción del cuerpo como un agente sexual; un cuerpo tan tenso por hacerse ver deja afuera el deseo. En palabras más sencillas, como decía Bruce Lee, un maestro de artes marciales, bajito, fibroso y flexible como un junco: "los grandotes musculosos, para lo único que sirven, es para hacer más ruido cuando caen".
CLAVES PARA RECONOCER A UN VIGORÉXICO
1 /// Fisonomía romboidal.
Tiene la cabeza muy pequeña en relación con el cuerpo voluminoso, con una desproporción muy marcada entre las partes.
2 /// Pérdida de la realidad en la percepción de la imagen corporal y obsesión por ella
(percibirse como escuálidos, aunque se observe todo lo contrario; mirarse todo el día en el espejo, especialmente durante las sesiones de entrenamiento; compararse con otras personas que hacen físicoculturismo).
3 /// Conducta de tipo adictiva.
El gimnasio pasa a ser el segundo hogar. Sentimientos de depresión, ansiedad, culpa y mal humor cuando no se puede ejercitar (debido al incremento de endorfinas). Baja autoestima, aislamiento social, problemas laborales o personales derivados.
4 /// Modificación de la dieta.
Con ingestas excesivas de proteínas e hidratos de carbono y tendencia a la automedicación: anabólicos, testosterona, esteroides, aminoácidos. Alteraciones nutricionales, metabólicas, androgenización, deformaciones óseas y problemas articulares por hipertrofia y sobreesfuerzo.
5 /// La edad de los afectados.
Oscila entre los 17 y los 35 años, y pertenecen a la clase media o media-alta.
6 /// Período de incremento de casos: época primaveral.
(Fuentes: Asociación de Psicología del Deporte Argentina y Fundación Cormillot.)
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