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El 18 de julio de 1994, a las 9.53, un coche bomba manejado por un terrorista se incrustó contra el frente del edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). En el atentado murieron 85 personas y más de 300 resultaron heridas. Fue el hecho más trágico de la historia Argentina y es una herida que aún sigue abierta. Sin embargo, en el medio del horror, hubo historias de desconocidos que se cruzaron y lograron torcer parcialmente el fatídico destino.
Como sucedió con Adrián Furman y Mirta Regina Satz, compañeros de trabajo, que mientras intentaban escapar de los escombros ayudaron a salvar la vida de un bebé. O el caso de Horacio Neuah, un comerciante que recuerda con gratitud que logró sobrevivir porque la camioneta de Juan Carlos Terranova se interpuso en el camino de la onda expansiva. Fueron instantes, apenas unos segundos, en los que sus caminos se cruzaron y dejaron una huella imborrable.
“Nos pasamos el bebé para que pudiera escalar los techos”
Adrián Furman reconoce que no hay día que pase sin que piense en lo que sucedió y lo que le pasó a su hermano mayor. En ese momento, tenía 26 años. Desde 1987 trabajaba en Recursos Humanos de la AMIA. Su hermano Fabián Furman tenía 30 y también era empleado de la mutual israelita, pero en el sector Sepelios. “Me levanté como todos los días para ir a trabajar. Llegué a las 9 y, como siempre, subí al cuarto piso para saludar a mi hermano antes de empezar con mis tareas. Yo estaba en el segundo piso. Todo parecía normal hasta que a las 9.53 nos sorprendió un estallido terrible, no sabíamos qué era”, dice Furman. Nunca imaginó que no volvería a ver a Fabián...
A unos metros, en el mismo edificio, pero en la oficina de tesorería, trabajaba Mirta Regina Satz. Aunque no recuerda el estallido del que habla Adrián y lo atribuye a un mecanismo de defensa, para ella, lo atronador fue el silencio. “Tuve el impulso de correr y lo hice hacía el lugar correcto, la derecha del edificio... Dicen que corría como una japonesita, cada paso que daba el piso se caía detrás”, cuenta Satz.
El edificio de AMIA, ubicado en Pasteur 633, estaba compuesto por dos bloques. Uno se derrumbó completamente y el otro permaneció en pie. Mirta estaba a centímetros de donde se produjo el quiebre del edificio. “El ambiente se llenó de un humo blanco que no nos dejaba respirar. En el piso éramos unas 20 o 25 personas... no sé cuanto habrá durado ese momento.. primero fue una gran explosión y una segunda que fue el derrumbe del edificio. Cuando se disipó el humo logré ver algunos compañeros conmigo”, dice Furman. Y en ese grupo estaba Satz.
Rápidamente los sobrevivientes pensaron que la única manera de salir era trepando la medianera. Y lo intentaron. “Cuando logré hacerlo miré para atrás, para el lado de Pasteur, y vi que medio edificio de AMIA no estaba más. Había desaparecido. Lo primero que me vino a la cabeza fue mi hermano, porque el lugar físico de su trabajo no estaba más”, dice Furman.
En medio del caos, los gritos y la desesperación, fue un bebé el que trajo la esperanza. Esa mañana, una mamá había ido con su hijo pequeño a hacer un trámite a la mutual cuando ocurrió el atentado. A pesar de la adversidad y el riesgo, los sobrevivientes salvaron al chico pasándolo de mano en mano hasta llevarlo a un lugar seguro: “Recuerdo que era muy tibio, inocente... Yo lo llevaba y para mí era como si llevara un sol, una luz, un fuego que había que cuidar”, explica Satz.
“Cuando logramos salir del lugar, todos nos dispersamos pero la mujer que me dio el bebé se quedó dándole de mamar en lo que fue la puerta del edificio, sentada en un escalón inexistente, en medio de los escombros, los gritos... mientras, nosotros seguíamos escapando”.
El cuerpo de Fabián Furman, el hermano de Adrián, fue encontrado el lunes siguiente entre los escombros. Fue uno de los últimos hallados.
“Él me cubrió a mí”
Otro caso fue el del comerciante Horacio Neuah que estuvo en el lugar durante el atentado y salió ileso gracias a que Juan Carlos Terranova se cruzó en su camino. Aunque reconoce con tristeza que su “suerte” fue la “desgracia” de otro.
Ese día, Juan Carlos Terranova, distribuidor desde 1984 de los productos Sacaan, se encontraba con su hijo Sergio realizando un reparto de mercadería en la calle Pasteur cuando se produjo la explosión. “Estacionaron la camioneta frente a la AMIA. Mi hermano había cruzado por un vuelto y Juan Carlos se había quedado en el vehículo acomodando la mercadería. En ese momento que se fue, sucedió la explosión”, cuenta la hija de Juan Carlos, Alejandra Terranova.
Minutos antes del estruendo, Neuah llegó al lugar. Había terminado de hacer unas compras de mercadería cuando subió a su auto que había dejado estacionado frente a la AMIA. “Delante mío estaba una camioneta que repartía pan. Cuando arranqué el auto y me puse delante de la camioneta, se produjo la explosión. Al pasarlo, él me cubrió a mí. Por eso murió el señor de la camioneta y no morí yo. La onda expansiva jugó con mi coche como si fuera una pelota. Lo levantó, recorrió el frente de tres edificios y cayó en la esquina de Viamonte y Pasteur. Yo fui una monedita en el aire”, dice.
“Me subí arriba del coche... Pensé si arranca, arranca. En ese momento, llegó la gente del Hospital de Clínicas que me revisaron para ver si estaba herido... felizmente no tenía nada, pero no estaba bien. No es fácil, fue un shock muy grande”, añade Neuah.
En cambio, para la familia de Juan Carlos la pesadilla recién comenzaba. “Se acercaron dos personas que él no recuerda, agarraron una puerta, acostaron ahí a mi padre y salieron corriendo... El diario Página 12, la tapa del 19 de julio, es mi papá y mi hermano levantándolo. Llegaron al hospital, era una locura. Más tarde fue mi tío y para reconocer a mi papá tuvo que entrar cuatro veces porque destrucción de la cara era tal que no la podía reconocer”, cuenta la hija.
Para Alejandra y Horacio 30 años sin justicia es demasiado tiempo, “un vacío muy grande” y difícil de sobrellevar. No tienen fe en que la justicia llegue algún día. Para ellos, la memoria “es la única justicia que nos queda”.
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