:: Cairú tiene el segundo monasterio franciscano más antiguo de Brasil y una panadería que vende pan de coco por 50 centavos de real. Dicen que por acá entraron al país los primeros esclavos. Se llega remontando un río marrón desde Morro de São Paulo y es una escala de media hora en la excursión que va a las piscinas naturales de Boipeba. Nosotros descubrimos Cairú buscando un fondadero para descansar, sin olas ni barcos piratas.
Morro de São Paulo es un destino hermoso para conocer desde tierra, pero no para vivir en el mar. La bahía donde se fondea tiene una boca ancha que deja entrar el swell del océano, y el río que empieza ahí y forma una especie de delta tiene una corriente muy fuerte, de hasta 4 nudos. En los picos, la corriente nos cruzaba el barco a la ola –dormíamos con los brazos y las piernas abiertas para no girar–, complicaba la remada hasta la orilla o de regreso a la embarcación, y hasta volvía peligroso un simple chapuzón: una mañana me tiré de cabeza desde la planchada de popa y, cuando salí a respirar, estaba a unos seis metros del barco; traté de nadar para volver, pero cada vez estaba más lejos. Juan y Ulises tuvieron que buscarme en el bote, con el motor de popa, y cuando entré en el cockpit, estaba temblando.
Con todo esto, llegar a Cairú fue un alivio. Después de navegar todo lo que navegamos hasta Bahía, de alojar huéspedes y de hacer paseos a vela por el día con familias y amigos de Instagram, sentíamos que nos merecíamos dormir bien. Y en Cairú dormimos. Pero después de algunas noches de sueño ininterrumpido, y varias caminatas al monasterio como plan de vuelta al perro, nos llamaron unos chicos para salir a navegar al día siguiente. Dijimos que sí y arrancamos el motor para volver a Morro, que queda a unas tres horas de navegación con la corriente a favor. Le dimos a la llave, con la palanca en punto muerto y bien acelerado, como siempre. Rum rum rum, todo normal, hasta que, de repente, clanc clanc clanc y una humareda de color blanco en el escape. Se paró, no conseguimos volver a arrancarlo, y con total sinceridad, no teníamos ni idea de qué le pasaba. Cancelamos el paseo.
Si bien en Cairú estábamos a pocas remadas de tierra, casi no había nada para comprar, mucho menos repuestos de un motor que no se vende en Brasil, y Juan, que es psicólogo, resultó ser el mejor mecánico de todo el pueblo y alrededores. El problema estaba en el circuito de diésel: en la bahía de Camamú, unas 60 millas al sur, nos habían vendido combustible malo, que hizo una especie de moco negro y decantó barro en el tanque, los filtros, las mangueras, y arruinó los inyectores.
Por audios y videos de whatsapp con Ariel desde España, que es un amigo mecánico de barcos, y con nuestro maestro Jorge Correa desde Buenos Aires, que además de navegante corre en Fórmula 4 y es un loco de los fierros, más algunos tutoriales en YouTube, Juan pudo desarmar el motor y llegar a los inyectores, hacer varias pruebas y sacarlos, y una semana después, ya con las piezas que tuvimos que mandar a traer desde São Paulo, volver a armar el motor con cada partecita en su lugar (rotulamos y sacamos foto de todo a medida que desarmaba). Claro que los inyectores nuevos no llegaban a Cairú, sino a Valença, a un ferry y dos buses de distancia. Alguien nos había hablado de Valença como "la India de Brasil".
Veinte días después del humo blanco, de mucha incertidumbre, de muchos panes de coco con café con leche en polvo en la panadería donde ya se sabían nuestros nombres y la historia del Barco Amarillo, de la ansiedad por el viaje parado y cruzando los dedos con la mejor de las energías, le dimos a la llave y el motor arrancó: rum rum rum, humo normal en el escape y el termómetro en 45, como debe ser. Gritamos toda la angustia acumulada en esos 20 días y Ulises se sumó al "¡bieeeen!" a los saltos. Esa noche festejamos, nos relajamos, y al otro día dejamos el pequeño Cairú en la popa. Nos fuimos agradecidos, encariñados y con cierta nostalgia, porque no creemos que vayamos a volver. Un mes después, sabríamos que además de protección, seguridad y tiempo, Cairú nos dio nuestro esperado segundo hijo. Un hijo del mar.
El motor
Para hacer este viaje instalamos un Nanni de 21 caballos, que es un kubota marinizado, de tractor, usado. Hasta Cairú, nunca dio problemas. Ahora sabemos que el diésel en Brasil puede ser malo y somos muy cuidadosos con qué le ponemos.
Más info: instagram.com/el_barco_amarillo