Si los sucesores del homo sapiens hacen las cosas mejor que nosotros, podrán disfrutar de la energía del Sol durante otros 5000 millones de años; le queda tanto tiempo como el que lleva en el Universo. En su viaje de 150 millones de kilómetros hacia la Tierra, la luz de nuestra estrella deposita 10 veces más energía que la que consumimos. Es una de las alternativas más confiables al petróleo, cuyas reservas podrían agotarse este mismo siglo. Nada menos contaminante, nada más omnipresente. Con un potencial que todavía no aprendimos a explotar del todo, de a poco se abre camino en aplicaciones de consumo (calculadoras, relojes, cargadores) y sistemas que energizan casas, enclaves remotos como la Base Marambio y hasta los satélites nacionales SAC y Saocom. Del espacio a la Tierra, de la Tierra al espacio.
Hay dos formas básicas de transformar la radiación solar. Una es a través de los colectores que concentran el calor y aumentan la temperatura del agua; las aplicaciones más extendidas son los termotanques solares y la generación de energía eléctrica por producción de vapor. En 2017 se registraron 7000 instalaciones y 225 empresas dedicadas al rubro, un crecimiento del 68% en dos años, motorizado sobre todo desde Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe.
La otra es a través de paneles que absorben fotones, liberan electrones y generan la corriente que se incorpora a una red. No necesitan combustible ni partes móviles. "Y, al reemplazar parcialmente la energía de origen fósil, aportan a la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero", detalla Julio Durán, presidente de la Asociación Argentina de Energías Renovables, en un informe de la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Atento a estas ventajas, el gobierno de Mauricio Macri inauguró en septiembre de 2018 los dos primeros parques solares argentinos en San Luis: Caldenes del Oeste puede abastecer a 17.000 hogares; y La Cumbre, a 13.500. Un año más tarde, el líder del PRO celebró por videoconferencia la apertura de Cauchari, listo para alimentar 160.000 casas. Entre más de un millón de paneles que se desplegaban como un océano plateado sobre la puna jujeña, el exjefe de Gabinete Marcos Peña lo promocionó como el parque solar más grande de Sudamérica y "el más productivo del mundo", aunque sólo es uno de los que tienen mayor capacidad instalada. Inaugurado con un año y medio de retraso, seguía sin funcionar al cierre de esta edición; la pandemia impidió concretar las pruebas de energización, etapa previa a la apertura. De los 61 parques adjudicados desde entonces, la Compañía Administradora del Mercado Mayorista Eléctrico (Cammesa) registra 31: 15 en San Juan, 6 en San Luis, 4 en Catamarca, 3 en La Rioja, 2 en Mendoza y 1 en Salta.
El Sol sale para todos
En paralelo a las grandes obras, la energía solar se abre paso como una suma de voluntades dispuestas a cambiar las cosas desde adentro. Hasta febrero de este año,400 usuarios habían iniciado el trámite para generar su propia electricidad, volviéndose ecológicamente conscientes y eléctricamente neutrales, con la posibilidad de vender los excedentes que inyectan a la red. Aunque la instalación de un juego de seis paneles cuesta unos US$2.500, la inversión se amortiza en menos de ocho años. Los sistemas con baterías, además, aseguran el suministro cuando se corta la red estándar. Esos pequeños usuarios suman apenas un megavatio de los 1000 que se propone para 2030 la Ley de Fomento a la Generación Distribuida de Energía Renovable, pero el objetivo sigue siendo alcanzable según Juan Carlos Villalonga, ex diputado nacional por Cambiemos y extitular de la filial local de Greenpeace.
"La energía solar hogareña es limpia, silenciosa y fácil de mantener", se entusiasma Miguel Aguirre, director del departamento de Ingeniería Electrónica del Instituto Tecnológico de Buenos Aires. "Pero conviene usarla donde hay mucho sol y poca disponibilidad de energía. En la ciudad no es económicamente viable: los paneles son caros y la electricidad es barata". Más bien se trata de aprovecharlos en lugares remotos y sin servicio convencional, donde quitar radiación a la tierra no afecte los cultivos ni implique deteriorar el ambiente con desmontes masivos.
Con el calentamiento global como una preocupación creciente, el reemplazo de los sistemas a base de combustibles fósiles empieza a convertirse en un imperativo moral.
En el lejano oeste porteño, la escuela Antonio Devoto fue el primer edificio público del país en inyectar energía a la red, después de que estudiantes y docentes recibieron capacitaciones para conocer secretos y beneficios. Con incentivos del Gobierno de la Ciudad y Naciones Unidas, de a poco se fueron sumando otras escuelas e instituciones religiosas. Pero –en línea con el planteo de Aguirre– los aportes diferenciales de la energía solar se notan sobre todo en el interior, donde todavía hay 120.000 familias rurales sin acceso a la electricidad.
Desde fines del siglo pasado, el Proyecto de Energías Renovables en Mercados Rurales entrega kits con linternas y radios solares a esas familias, que así reemplazan mecheros y velas, para bajar la emisión de humos contaminantes y el riesgo de accidentes. El proyecto también busca llegar a 2000 escuelas con sistemas fotovoltaicos que permiten el uso de computadoras, televisores y fotocopiadoras; y a productores agrícolas, con boyeros solares para el ganado y equipos de bombeo. El objetivo es concretar esas instalaciones en ocho provincias.
La luz y la matriz
La energía solar tiene un rol humilde, pero un crecimiento sostenido en la matriz energética nacional. En agosto de 2018 su participación era de apenas el 0,1%; en marzo de este año había subido al 0,9%. Entre todas las renovables, pasó del 2,5% al 10,8%, según la base de datos de Cammesa. Son cifras que, a nivel regional, posicionan bien al país. "Chile está más desarrollado y Uruguay tiene menos desarrollo, pero una mayor proporción" de energía solar en sus sistemas, ejemplifica Aguirre.
También es cierto que, en algún punto, su avance choca con el éxito del Sistema Argentino de Interconexión (SADI), que a pesar de las críticas y los cortes de los últimos años, sigue luciendo estable, robusto y previsible. En los años previos al boom de las energías alternativas, incluso se lo estudiaba desde Europa. El octavo país más grande del mundo, con habitantes separados por miles de kilómetros, había diseñado su red bajo una filosofía democrática e igualadora: una ciudad pequeña del interior tendría la misma calidad de energía (pocos cortes y tensión estable) que una metrópolis como Buenos Aires. Perocon el calentamiento global como una preocupación creciente, el reemplazo de los sistemas a base de combustibles fósiles –aportan más del 80% de la matriz eléctrica nacional– empieza a convertirse en un imperativo moral.
Para que la energía solar siga ganando terreno, se necesitan estudios que determinen cómo responderá el SADI. Los convertidores que transforman la energía continua en alterna "inyectan perturbaciones que pueden confundir a las protecciones, haciendo que salten cuando no deberían y no salten cuando deberían", explica Aguirre. En junio del año pasado "hubo una muestra grande de lo que puede pasar cuando se altera el sistema" (por una falla en las protecciones, y en apenas 30 segundos, casi 50 millones de personas se quedaron sin luz en Argentina, Uruguay y partes de Brasil, Paraguay y Chile). Mientras se cocinan esas decisiones, la luz de nuestra estrella seguirá llegando adonde el Estado no llega. La clave es aprovechar los recursos de cada rincón del país, sociabilizar la energía y construir un sistema todavía más justo, inteligente y responsable.