Primero fue a Monterrey, en California, al año siguiente pudo ir a Napa, a Francia y a Nueva Zelanda donde conoció los secretos que necesitaba para cumplir un sueño.
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“No te gradúes sin antes haber trabajado en la vendimia”, le dijo un profesor. Hoy recuerda esa frase como el gran consejo que recibió en su carrera como enólogo. A los 23 años Emiliano Lorenzo emprendió un camino de formación internacional que se prolongó por 36 meses en los que fue de vendimia en vendimia, intercalando las temporadas del hemisferio boreal y el austral. Empezó por su tierra natal, San Juan, para seguir por Estados Unidos, Nueva Zelanda y el sur de Francia.
Todavía estudiaba la carrera de enología en la Universidad Católica cuando decidió anotarse para hacer una pasantía en la bodega Graffigna, una de las más tradicionales de San Juan, y en 2014 inició su etapa viajera en California. Primero fue a Monterrey, al terminarla fue a Nueva Zelanda y al año siguiente ya pudo hacer una experiencia en el valle de Napa. Luego regresó a Nueva Zelanda y realizó trabajos más prolongados por seis meses.
Ya de vuelta al país, se afincó en San Juan para trabajar como docente en la universidad y, también, como responsable de una bodega en Calingasta, Villa Corral, donde se le encendió la chispa emprendedora. “Tuve un romance con el valle. Eso me llevó a plantearme por qué no realizar mi propio vino de autor Y, para prepararme, fui al último lugar que me faltaba para seguir aprendiendo: Francia. Concretamente, fui a realizar una elaboración a la zona sur Languedoc Rosellón.”, narra Emiliano.
Con el sueño de volar alto
En esos días fue que Emiliano Lorenzo y Carlos Tinto, que eran compañeros de trabajo en la misma bodega, iniciaron el proyecto de crear desde cero una bodega de vino artesanal. La instalaron en “Las Cambachas”, la finca que Tinto posee en el Valle de Calingasta. Tinto, propietario de la finca, que es abogado, y ejercía como apoderado de la bodega, era también el encargado de llevar al enólogo desde la capital al valle.
En esos largos y sinuosos trayectos entre montañas en los que el copiloto conversa de lo que sea con tal de mantener al conductor despierto y entretenido, Emi le contó que tenía el sueño de, algún día, elaborar un vino propio, que imaginaba honrar así la memoria de su abuelo, enólogo y aviador. Carlos Tinto también se sinceró: hacía tiempo que guardaba el deseo de recuperar la memoria de Aniceto Tinto, su abuelo y fundador de la sidrera La Capilla. “Ambos buscábamos retomar nuestras raíces y conectar con el pasado”, cuenta Emiliano. “Carlos terminó por dejar por completo su trabajo como abogado para abocarse de lleno a Casimiro. Cumplimos el sueño de elaborar vinos con nuestra impronta”
Así nace Casimiro Wines, en 2018, para elaborar vinos que se destacan por ser frescos y amables, de gran aceptación entre los paladares que no están habituados a beber. Sus productos que al comienzo apuntaron al mercado provincial ahora se distribuyen en el resto del país, donde también fueron muy bien recibidos, gracias a las acciones de promoción que lleva adelante el gobierno provincial, conocidas como “Encuentro de vinos sanjuaninos”, que ya celebró tres ediciones en Buenos Aires.
Casimiro elabora diferentes varietales: Torrontés sanjuanino, Malbec, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Syrah, todos ellos con uvas del valle de Calingasta, de zonas como Hilario, Barreal y Tamberías.
Los vinos del valle de Calingasta presentan notas olfativas que remiten a frutas de zonas frías, como frutillas o cerezas pero muestran temperamento y cierta rebeldía. Se distinguen. “A manera personal lo que destaco es la amabilidad y aceptación de nuestros vinos sin importar el varietal ni la edad del mismo”, evalúa Lorenzo y ofrece una explicación técnica para el carácter de sus vinos: “El Torrontés sanjuanino, es una variedad criolla que se encuentra en el valle, única en su especie, son parrales con edad de más de 80 años, donde su perfil a torrontés es indescifrable ya que no es terpénico sino más bien cítrico, fresco y elegante”.
La etiqueta de cada botella lleva el dibujo de un aeroplano a hélice en honor a Casimiro Lorenzo, ese tío abuelo, enólogo y aviador que inspiró a Emiliano. “Casimiro es un proyecto artesanal que tiene en cada parte nuestra impronta, ya que la mayoría de las etapas estamos presentes, por la dimensión de la empresa.”, revela.
Cómo es Calingasta
Calingasta es el departamento más grande de la provincia de San Juan, limita con Chile y la Cordillera de los Andes y, hacia el sur, con Mendoza. Se ubica a alturas que en distintas partes de su geografía van desde los 1400 a los 1700 metros sobre el nivel del mar. El Valle recorre largos 120 kilómetros, al refugio por un lado de la cordillera de los Andes y por la precordillera, la sierra de El Tontal. Al estar ubicada entre cordilleras, la zona posee mucha variedad de suelos y diversidad. Gracias a obras de canalización del agua del río se convirtió en un oasis artificial.
Las estaciones están bien marcadas; con veranos calurosos, pero con noches frescas, e inviernos muy rigurosos que llegan a temperaturas de 12 a 15 grados bajo cero y con días muy cortos. Lo más determinante es que posee amplitud térmica con diferencias extremas entre las temperaturas diurnas y nocturnas. Esas cualidades del terroir se imprimen en el carácter de los vinos.
Además, el clima es muy seco: solo llueven 50 milímetros al año y la humedad relativa promedio es de 15 por ciento, lo que es una ventajas en términos de la sanidad de los viñedos que hace que no sea necesario aplicar fungicidas ni pesticidas.
Ser profeta en su tierra
En su experiencia por las vendimias de otras regiones Emiliano pudo conocer distintos estilos de producción y aplicarlos a su trabajo en San Juan “Con esta corta carrera que tengo ya he armado tres bodegas. Son pocos los enólogos de San Juan que hacen vendimias afuera, es algo más común entre los de Mendoza, pero yo quería darle un valor agregado a mi formación y ahora, con Casimiro, veo lo importante que fue tomar las palabras de ese profesor que me dijo que no me recibiera sin hacer vendimia”, cuenta.
De la experiencia en Napa, a Trinchero Wines, la segunda bodega familiar más importante de Estados Unidos, descubrió la importancia del control de los procesos, las normas de calidad, los protocolos y el etiquetado en cada paso de la elaboración del vino. “Fue impactante, en Napa sobre todo, trabajar en una bodega tan grande y con tantas normas”, cuenta Emiliano. “Cuando había que transportar instrumentos de limpieza, máquinas, bombas o mangueras nos daban un carrito de golf para trasladarnos. A los pasantes nos daban un kit con la mochila con una máscara y guantes para el caso de manipular soda cáustica, vestimenta e identificación y no teníamos permitido pesar la cosecha solos. Cada vez que me tocaba pesar tenía que llamar a un jefe que midiera la orden de peso con el producto, él lo chequeaba y ponía su firma en una planilla. A mí me parecía ridículo, siendo enólogo, que no me dejasen hacerlo pero ellos tenían un sistema de estandarización que cumplían a rajatabla”, recuerda y agrega: “Había que hacer recreos cada dos horas de trabajo, almorzar a las cinco horas y usar la vestimenta para protegerse. También, nos dieron un curso de inducción de una semana donde nos explicaron cómo usar correctamente la fuerza, como agacharse y no forzar la espalda y nos mostraron los porqué. La mayoría de los accidentes laborales son por hacer mal la fuerza, por no respetar las normas, por no usar las máscaras, por no usar lentes”.
En Francia, disfrutó de la magia del contacto con la naturaleza y la gente, como en su propia tierra. “Allí son más latinos, no era todo tan reglado, hacíamos recreos largos, nos juntábamos a comer y se vivía más el ambiente de vendimia”, evoca. En Nueva Zelanda le ofrecieron que se quedara a trabajar como encargado pero él quiso volver a su tierra, donde tenía su proyecto de futuro.
Casimiro Wines, representa el sueño cumplido de la bodega propia, Emiliano quiere ser profeta en su tierra. Junto con su socio actualmente están relocalizando el centro de operaciones de Cambacha hacia el departamento de Angaco, a solo dos kilómetros de la capital sanjuanina. Los vinos de Casimiro siguen elaborándose con uvas de Calingasta. Con una nueva meta por delante, el plan es ayudar a promover los vinos de San Juan, la segunda provincia productora, después de Mendoza.
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