Lejos de los afectos, en su estadía en la capital de Kenia, descubrió una nueva forma de apreciar la vida. Y guardó un aprendizaje para su futuro.
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Fueron tiempos de profunda introspección para Diego Massaccesi. Luego de meditar el asunto por varios meses, sintió que había llegado el momento de perseguir aquello que lo inquietaba. La curiosidad lo empujaba, cada vez más, a buscar una experiencia en el extranjero. Había terminado hacía poco una relación de pareja y ya no tenía nada que lo atara a su vida en la Argentina.
“Quería conocer lo que es vivir fuera de lo que acostumbraba, poder expresarme diariamente en otro idioma y adentrarme en nuevas culturas de una manera profunda y no solamente durante algunos días de vacaciones. También pensaba que era una buena manera de identificar y entender los prejuicios que tengo y que compartimos varios argentinos. Profesionalmente significaba una oportunidad para entender la manera de trabajar en otras regiones, vivirlo en carne propia y ampliar la red de contactos”.
Ya había hecho experiencia en diferentes viajes alrededor del mundo. En solitario, había tenido un espacio genuino para profundizar su lectura sobre filosofía, reflexionar sobre el paso del tiempo y reencontrarse con algunos conceptos e ideas sobre la vida que sentía ganas de explorar. Casi al finalizar su ruta, se encontraba por Marruecos cuando le confirmaron un cambio profesional desde Argentina al continente africano. “Hacía varios meses estaba buscando alguna oportunidad para trabajar en otro país, con un idioma diferente y otro tipo de culturas. Luego de tocar varias puertas surgió la opción de trasladarme a Nairobi para trabajar en proyectos de energía. Todo se dio muy rápido, me confirmaron el traslado y en 27 días estaba en el avión cruzando el océano”.
“Lo más difícil fue alejarme de los lazos”
Criado cerca del río, en el municipio de Tigre, Diego Massaccesi tuvo una infancia alegre junto a su hermano y sus padres. Estudió Ingeniería en Electrónica en la Universidad de Buenos Aires y luego hizo un máster en Administración de Negocios. Para poder viajar dejó atrás a sus afectos junto con los momentos que compartía a diario con familiares y amigos. En cuanto a lo material, dijo adiós a casi todos sus libros, instrumentos musicales y su pequeña colección de mates, un objeto tan típico de los argentinos.
“Lo más difícil fue la incertidumbre y alejarme de los lazos primarios que tenía: mi familia, amigos y compañeros de trabajo. Incluso me costó despedirme de los lazos secundarios como el grupo para jugar al fútbol cada semana, los amigos de amigos con los que se genera un debate interesante, los comerciantes que uno saluda cada mañana. Aunque uno no se de cuenta, todos forman parte del horizonte de cada día en el que nos desenvolvemos como personas”.
Luego de los primeros meses de exploración y asombro, hubo otras cosas de la cultura argentino que Diego comenzó a echar de menos: la comida tradicional -como las milanesas, las empanadas o el asado-, compartir mates con amigos, ir al río o improvisar y organizar una cena con amigos. En esos inicios, sin duda alguna, la lección más importante que experimentó fue aprender a valorar lo que extrañaba.
La calidad de vida como actitud consciente
Instalado en un barrio somalí frente al Parque Nacional, los días de Diego transcurrían de forma uniforme, con temperaturas templadas y jornadas mayormente soleadas. Pero las sorpresas estaban a punto de comenzar. Abierto a todo tipo de experiencias, tuvo la oportunidad única de caminar entre cebras y jirafas mientras se ponía el sol en una isla que se había formado como consecuencia de diferentes inundaciones y a la que se accedía solo a través de una canoa. También hizo paseos en bicicleta por colinas de plantaciones de té. Una noche de luna, tuvo que empujar el auto en el que viajaba y que se había atascado en el barro durante un safari con búfalos, elefantes y leones. O dormir al aire libre en un parque donde reinaban los hipopótamos y descubrir, a la mañana siguiente, que un grupo de hienas había estado en el campamento, mordiendo y despedazando los botellones de agua.
Sin embargo, más allá de lo increíbles que resultaron aquellos días, Diego reconoce que fueron varias las enseñanzas de las que se apropió al estar fuera de su entorno conocido. “Por un lado, entendí mejor la cultura ajena más allá de las diferencias y, a veces, contradicciones con mis prejuicios. Me sirvió para trabajar la empatía y mi receptividad a las nuevas ideas y experiencias. Por otro lado, descubrí que la calidad de vida depende mayormente de la actitud frente a las diferentes circunstancias a las que nos enfrentamos y que se puede dar incluso en los entornos más frágiles y desfavorecidos”.
Actualmente Diego trabaja como responsable de licitaciones energéticas complejas en Europa con equipos dinámicos que varían según el país que desarrolle el nuevo negocio. Hace ya un año que se mudó junto a su pareja francesa al Viejo Continente. Pasa la mayor parte de su tiempo en Sevilla, la capital andaluza, por motivos profesionales. También viaja a París con frecuencia. “Mi estadía en Kenia me sirvió para aprender a apreciar y disfrutar la simpleza de las cosas. Sin duda alguna, gané en bienestar”
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