En plena crisis del 2001 Enrique se separó de su novia y decidió que era el momento para realizar esa aventura. Vendió todo para no tener ninguna excusa para regresar. Y lo que obtuvo en Bélgica superó todas sus expectativas.
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A la hora de presentarse, Enrique Noviello (48) cuenta que nació en 1974 en CABA, pero por cuestiones familiares se radicó con sus padres en la Costa Atlántica. Primero vivió en Necochea y luego en Mar del Plata donde estudió Psicología durante cuatro años hasta que decidió volver a la Capital para dedicarse a la música. Antes de eso, cuenta, trabajó en bares, en un laboratorio, fue camionero y hasta se desempeñó como peón en un criadero de ranas en Batan.
Unos meses antes de que en la Argentina estallara la crisis política, social y económica de finales de 2001 Enrique vivía en la ciudad de Buenos Aires con la que en ese momento era su novia. Por aquellos días tocaba el saxo en algunas bandas porteñas y en las temporadas veraniegas trabajaba haciendo promociones en la Costa Atlántica.
Cuando se terminó la relación con su pareja decidió que era el momento ideal para que comenzaran a sucederle otras cosas. Tenía 28 años y era consciente de que si no tomaba el riesgo de embarcarse en esa aventura más adelante sería mucho más difícil. “Así que vendí todo lo que tenía. Todo. No quería que quedara ningún cabo suelto, no quería que nada fuera una razón para mirar hacia atrás”, cuenta Quique, a la distancia.
Con lo puesto
Sin pensarlo demasiado el 28 de mayo del 2001 se subió a un avión que lo trasladaría a Ámsterdam y solamente empacó su pasaporte, el saxo, 500 euros, cinco pares de medias, una docena de libros y varios CD´s.
“Llegué a Ámsterdam el día anterior a ´El día de la reina´. Esa misma noche me fui a un coffee shop y sentado en un sillón abandonado hice amigos que hasta hoy me acompañan. Al día siguiente la ciudad era una locura de colores y gente, de olores desconocidos y lenguas que jamás había escuchado. Pensándolo retrospectivamente, era todo fantástico, surreal, no había nada ni nadie esperándome en ninguna parte cada día, era agarrar la bicicleta y salir a perderme”.
Se hizo amigo de un grupo de punks
Ese mismo día, cuenta, Kike conoció a unos punks que le iban a cambiar la vida. Lo primero que le llamó la atención fue que todos tenían mohawk (los pelos parados de los colores más intensos), camperas de cuero, tachas y las típicas botas que utilizan estos grupos.
Este encuentro para Quique resultó ser una especie de amor a primera vista con estos hombres y mujeres que, como él, amaban la música. En el caso de ellos conformaban la fanfarria (conjunto musical compuesto por instrumentos de viento) “Den Ambrassband”.
“Conocer a los punks me cambió la vida. Compartimos todo. La música, las fiestas, las peleas, la resistencia antifascista. Son mis amigos hasta el día de hoy. Con algunos de ellos trabajé más de 10 años en distintos proyectos musicales, con otros visitamos la Argentina. Con todos me une una profunda amistad”.
De Ámsterdam a Amberes
Sin embargo, los meses fueron pasando y Quique, que vivía como ocupa con esta fanfarria de punks, no le encontraba la vuelta a la ciudad, demasiado turística y lejos de aquella bohemia que él mismo le había atribuido. Por aquellos días tocaba el saxo en la calle, no tenía dinero, era ilegal y su pasaporte se había vencido.
“Una amiga colombiana me dijo que tenía que ir a Amberes (Bélgica) por sus exámenes de bailarina clásica y como no tenía nada para hacer me sumé al plan. Nos hospedamos en la casa ocupa de los punks que había conocido en Ámsterdam meses atrás. Fue un fin de semana increíble. Me sumé a tocar con la fanfarria y nos fuimos de bar en bar tocando canciones de Kusturica y Ciocarlia al grito de ´Geen drank, geen klank´ (si no hay bebidas, no se toca).
Ese mismo fin de semana mi amiga volvió a Ámsterdam y yo me quedé a ocupar con los pibes. Ese verano fue inolvidable”.
Ese viaje marcó un antes y un después en la aventura europea de Quique que dejaba atrás la capital holandesa para echar raíces en una ciudad portuaria con una rica historia medieval.
Tocaba el saxo en la calle
Como lo había hecho durante seis meses en Ámsterdam, al llegar a su nuevo destino Quique continuó compartiendo sus canciones en las calles de su nueva ciudad. “Tocar en la calle es una de las cosas más lindas que hay. Cuando llegué a Europa, los primeros años trabajaba como saxofonista para una decena de grupos, pero con la Fanfarria siempre encontrábamos un momento para ir a tocar a la calle donde el transeúnte no espera nada, así que tenés que sorprenderlo, seducirlo y convencerlo de que deje algo cuando pase la gorra. Hasta el día de hoy sigo haciendo cosas en la calle”, dice.
Tocó en castillos y en las fiestas más exclusivas de Europa
En una de esas tocadas callejeras un muchacho, que había disfrutado varias de sus interpretaciones con el saxo, lo invitó a tocar en el grupo en el que trabajaba. Esa misma noche Quique fue a conocer a los demás integrantes y al poco tiempo grabaron un disco que sonaba en las principales radios de la ciudad. “Este loco trabajaba como representante de un champán muy famoso, de modo que vendía a clubes, discotecas y sitios super exclusivos. Un día me contó que también tocaba con DJ’s en esos lugares y me propuso acompañarlo con el saxo. Así empezó. Tocamos en castillos, en las fiestas más exclusivas de Europa, con los DJ’s más famosos de aquella época. ¿Lo más gracioso? jamás me gustó la música electrónica”, se ríe.
Casi de la noche a la mañana Quique comenzó a hacerse conocido y a ganar dinero, algo que no le había ocurrido durante los primeros meses que había emigrado. Hasta pudo ahorrar unos cuantos euros por mes aunque hasta ese momento, como todavía era ilegal, tenía muy pocos gastos.
“Lo que pasaba era que a mí no me gustaba tocar en esos lugares. Yo prefería irme con los punks a las fiestas, a ver bandas o a tocar con mis otros proyectos más artísticos. Pero era un gran trabajo y estoy muy agradecido que pude vivir también esa aventura”.
Dejó su huella en uno de los escenarios más prestigiosos del mundo
Si de logros laborales se trata, un quiebre en la carrera de Quique fue cuando lo invitaron a tocar el saxo en una banda que se llamaba “Proyección Latina”. Por aquellos tiempos lo hacía jueves, viernes y sábados y después de los conciertos se iba a trabajar a la discoteca. La grata e inesperada sorpresa fue cuando el conjunto fue invitado a participar del Jazz de Montreux, un reconocido festival anual de jazz creado en 1967 por Claude Nobs que se lleva a cabo en Montreux, Suiza, frente al lago Lemán. Es el más conocido de los festivales de música de ese país.
Este argentino que había llegado a Europa con tan solo 500 euros unos años atrás comenzaba a palpar esa sensación de que los momentos importantes, por fin, estaban golpeando su puerta.
“Faltaba un pequeño detalle: yo seguía siendo ilegal. Por eso, cuenta la leyenda que crucé la frontera en el baúl del auto en el que viajaba, que toqué en una de los más prestigiosos escenarios del mundo y que volví a Bélgica de la misma manera”, cuenta.
Si bien ese fue un paso muy importante en su ascendente carrera de músico, Quique asegura que aprendió que los cambios no se presentan en saltos cuantitativos, sino que cada pequeña experiencia lo va preparando para lo que sigue. “No hay hechos definitivos, como no hay obras definitivas. Ganamos tiempo antes de la muerte para poder seguir haciendo cosas y cuando ya no estamos más, los críticos, los amigos y los deudores dirán si cambió algo o si solamente fuimos esforzados trabajadores de la música”.
¿Por qué dejó de ser ilegal?
A los seis años de haber aterrizado en Europa Quique conoció a una mujer italiana de ojos azules de la cual se enamoró profundamente. Estaba cansado, cuenta, de tanta locura. Pensaba que era el momento de sentar cabeza. Por eso, no dudó en proponerle casamiento. Y más allá de que ella dio el si y de que contrajeron enlace, la relación no prosperó como el deseaba y a los nueve meses se separaron. Pero más allá de la no continuidad del proyecto amoroso, casarse le sirvió para dejar de ser ilegal. “Lo que más cambió fue que empecé a pagar un montón de impuestos, ja. Después de tantos años ya hablaba el idioma, tenía una red de amigos y colegas bastante grande y vivía con algunos de esos amigos con los que había ocupado así que las cuestiones prácticas las tenía bastante solucionadas”.
Un nuevo amor y 4 hijos
Hablando de amores, hace 15 años que Quique está en pareja con Joana, una mujer que es hija de argentinos exiliados en Brasil. Al año de haberse conocido ya vivían juntos, mientras esperaban a sus mellizos Astor y Luisa que actualmente tienen 13 años. Con ella también tuvo a Fausto y a Cosme, los gemelos de cuatro años.
“Mi mujer y mis hijos son la piedra fundamental no solo de mi carrera sino también de mi vida. Ellos me enseñaron que todos esos sueños jóvenes de éxito, de reconocimiento y de fama son absolutamente intrascendentes. Que mucho más importante es llegar a casa y abrazarlos fuerte y verlos crecer, y que sean hombres y mujeres de bien, solidarios, comprometidos. Mi familia es mi fortaleza”, se emociona.
Su trabajo en la Ópera de Flandria
Pese a que Quique trabaja con la Ópera de Flandria y con los teatros más grandes de Bélgica, se define como callejero ya que proviene del punk y de la murga. Sin embargo, eso no le impide poder valorar cada uno de los logros que viene concretando en el plano laboral.
“Mi trabajo es muy variado. El año pasado, por ejemplo, conduje un coro para una ópera contemporánea escrita por Wim Hendrickx. Este año comienzan los ensayos de Hannibal, una coproducción entre el KVS (Teatro real Flamenco) y la Ópera de Flandria, donde me tocara actuar, cantar y dirigir el coro”.
Además, en otra casa de teatro, “Madam Fortuna”, hace cinco años que lleva adelante un proyecto artístico con la comunidad Roma en Europa, haciendo teatro, música y comunidad entre Macedonia, Barcelona y Bélgica. “Personalmente aprecio la posibilidad de colaborar con grandes casas de cultura, pero me siento más a gusto trabajando en instancias donde tengo más libertad creativa”.
Durante su estadía en Europa Quique grabó más de 10 discos como saxofonista y lleva compuestas más de 200 canciones. Además, editó cinco discos con sus bandas “El Juntacadáveres” y “La Murga Armada”. También compuso música para 10 obras de teatro. Y se fue de gira por Europa, Corea del Sur, África y México. Y sigue, ya con algo más de 500 euros y 5 pares de medias.
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