Guadalupe Alessia quiso darle una segunda oportunidad al vínculo; pero la vida tenía otros planes para ella y una frustración la llevó a descubrir su destino
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Aunque no tenían un plan concreto, sino que pretendían recorrer y llenar sus mochilas de experiencias, confiaban en que ese viaje en pareja los ayudaría a resolver viejas asperezas que amenazaban con complicar la relación. Sin embargo, luego de seis meses, ni la idea ni la convivencia funcionó y decidieron separarse. “Fue duro darme cuenta de que las cosas eran distintas y que estaba sola en otro continente. Lo mas difícil fue buscar mi propio rumbo. Y, con treinta y tantos años, encontrar respuesta a qué iba a hacer me abrumaba. Me aferraba a la incertidumbre de un futuro que de todos modos estaba viviendo hasta que finalmente me dejé llevar por la situación y las cosas comenzaron a acomodarse por su cuenta”.
Entendió que debía seguir su camino y hacerlo con su propio andar. Sola, con la única compañía de sus recuerdos y las nuevas experiencias por vivir, Guadalupe Alessia viajó por España y Portugal. Fue voluntaria en cada lugar que pudo, a cambio de alojamiento y comida. Y, aunque es diseñadora grafica de formación y luthier de vientos por herencia y oficio, trabajó en rubros impensados para ella. “Arreglo saxos y flautas pero los trabajos que encontré en España fueron de camarera, que no es nada sencillo. Tuve que aprender todo y hoy puedo decir que soy bastante experta. Además, como tengo facilidad con los idiomas, la experiencia tanto en voluntariados como en hostales y restaurantes fue buena. Incluso me animé a hacer recorridos de bares y comidas típicas como guía para públicos diversos”.
Ser camarera le sirvió a Guadalupe para poder entrar en las cocinas, aprender sobre los procesos de cocción y adentrarse en un mundo que la llevó a conocer otras culturas y costumbres. “La comida es muy importante en mi vida, para mí y para los que quiero. es el mimo diario, es unión. Me gusta hacer crónicas de las personas a través de la comida. Cociné en muchísimos hostales. Y trabajé literalmente en cien bares distintos”. Gracias a esas experiencias, pudo adentrarse en las costumbres de otro países, algo que siempre había deseado experimentar y comenzó a elaborar sus propios quesos veganos.
“Tuve que alejarme de mis afectos y de mi seguridad”
Hizo nuevos amigos y trabajó en gastronomía en cada ciudad visitada. Se encontró con la adversidad y entendió que estaba lejos de casa. Pero se sentía bien. “Comprendí que debía alejarme de mi comodidades, de mis afectos y de mi seguridad. Tenía que atravesar y sumergirme en lugares foráneos, costumbres y gente nueva. Pero también visitar castillos que no eran de colores. Necesité despojarme de muchos objetos materiales y cargas espirituales. Y, con una mochila y una guitarra, emprendí un viaje por cielo y tierra al Viejo Continente”. Sin embargo, al cabo de diez meses, Guadalupe tuvo que regresar al hogar. Su cuerpo le pasó factura por tantos cambios y sintió que era el momento de hacer un alto y recargar energías.
“Tenía una relación maravillosa con mi papá”
Criada en el barrio de San Cristóbal de la ciudad de Buenos Aires, había vivido una infancia junto a su hermana, sus padres y sus abuelos, que tenían una casa en la provincia. Allí pasaba las tardes paseando en bicicleta y jugando en la vereda con los vecinos de la cuadra.
“Mi padre hoy ya no vive. Era el luthier de la familia, multiartista, hacía bonsái, era músico por hobby, pintaba y rehacía todas las casas en las que vivía. El último taller que tuvo lo demuestra con sus paredes de madera y sus lámparas con viejos instrumentos sin arreglo. Falleció de cáncer hace diez años, era muy joven. Mi relación con él era maravillosa, era mi papa pero también mi amigo. Nos crió con la mente abierta para que pudiéramos hacer lo que nos diera la gana. Incluso con la muerte era abierto, para él morir era un estado más. Con su partida, no pude ver que el taller quedaba abandonado. Me instruí con colegas y me dedico al oficio desde 2012″.
Instalada en Buenos Aires, aprovechó cada momento para recuperarse y recibir el afecto de su abuela, de su mamá y de sus amigos. También se despojó de objetos que ya no necesitaba, vendió pertenencias e hizo orden en el taller que había heredado de su padre y que todavía está en funcionamiento.
Volver a las raíces
Pronto sintió ganas de volver a aventurarse en el mundo. Y decidió que España era el lugar donde quería comenzar, una vez más. “Volví porque entendí que podía vivir experiencias que en mi ciudad no se estaban dando. Además sentí que había algo de la sangre que me llamaba: mi abuelo era gallego pero había llegado a Buenos Aires a sus 18 años escapando de la guerra. Y, mientras él vivió, en la familia España siempre había estado presente de alguna manera. Como si fuera poco, él había tenido un restaurante en San Telmo durante 40 años”.
A fuerza de mucho trabajo, había comenzado como mozo -igual que su nieta- y con el correr de los años se había convertido en uno de los dueños del lugar emplazado en la esquina de México y Bolívar y elegido por el escritor argentino Jorge Luis Borges.
“Tenía ganas de seguir recorriendo y buscarme la vida. No voy a negar que en España es un poco mas fácil en cuanto a economía y bienestar. Igual sigo sosteniendo que a los lugares los hace la gente. Y acá, por más que se viva mejor, falta algo. Me falta mi gente y mis costumbres porteñas. Pero así y todo regresé. Tenía que ver las olas más grandes del mundo en Nazaré. Retomé mi vida europea en febrero 2021 y acá sigo, en Barcelona, buscándome la vida. A veces vuelvo, A veces me voy. Creo que hoy soy nómade culinaria”.
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