Viajó a Australia para ahorrar dólares, el Covid paralizó todo y encontró su verdadera pasión
Felipe Lifschitz quería comprar un terreno en Córdoba junto a su novia, pero no les alcanzaba el dinero; emigraron para juntar el capital y su vida dio un giro
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Mientras Felipe Lifschitz caminaba junto a su novia, Mailén Zelman, por las sierras de Córdoba en unas vacaciones, visitaron un sitio que les cambió su vida. La naturaleza les presentó un terreno paradisíaco en Los Hornillos. Al sentir el aire puro, se dieron cuenta de que su futuro iba por otro camino. La experiencia los invitó a reflexionar y a rememorar sus “sueños olvidados”. Entonces, notaron que la gran Ciudad de Buenos Aires ya no era lo que querían para el resto de sus vidas. Hoy, recorren Australia en su nuevo hogar: un motorhome llamado “la Vieji”.
Agobiados por la acelerada vida porteña, Felipe, un profesor de educación física, y Mailén, una psicóloga que trabajaba en el prestigioso colegio ORT, tomaron una tajante decisión: viajar al exterior para ahorrar dinero y así poder concretar su mayor anhelo. Más de dos años después de aquel día crucial en sus vidas, en la madrugada de Tasmania y junto al mate que lo acompaña cada día, Felipe atendió la llamada de LA NACIÓN para relatar esta experiencia que cambió sus vidas. “Empezamos a charlar sobre sueños olvidados y apareció esta idea. Cuando nos encontramos con la posibilidad comprar ese terreno de Los Hornillos para llevar adelante un proyecto de hospedajes en colectivos reciclados, no lo dudamos, pusimos todos nuestros ahorros y fuimos para adelante”, comenzó explicando.
En pocos días, advirtieron que se enfrentaban a otro dilema. Para llevar adelante su sueño, debían ahorrar una cantidad de dinero importante y les sería muy difícil hacerlo en la Argentina. “Mi novia quería irse al exterior a probar la experiencia y varios amigos nos aconsejaron que Australia era una gran lugar para hacerlo”, recordó Lifschitz, y aclaró: “Ya no me hallaba en la Ciudad ni en el estilo de vida. En cada paseo que hacía en la naturaleza me daba cuenta de que eso era lo que quería”.
En ese momento, Felipe era instructor de gimnasia de una mujer que, casualmente, resultó ser profesora de inglés. “Tuvimos señales de que había sido la elección correcta. Justo ella daba inglés y nos preparó solo por amor al arte para sacar la visa australiana. En tres meses rendimos el examen, aprobamos, vendimos todo lo que teníamos y nos fuimos”, relató. Hoy desde Tasmania y todavía con sorpresa en su voz, agregó: “Cuando nos quisimos acordar, estábamos subidos al avión. Fue una locura”.
La dura experiencia de emigrar y la sorpresa de la pandemia
Solo con sus pertenencias más importantes, pero con bolsos repletos de ilusiones y coraje, en marzo de 2020, Felipe y Mailén arribaron a Sídney, dos semanas antes de que el aeropuerto internacional cerrara debido a las restricciones por la pandemia de coronavirus. Al llegar a la capital australiana, a él le escribió por Instagram un conocido de Israel para ofrecerle un trabajo en el área de construcción. “Obvio que le dije que sí”, asumió.
Mientras Felipe comenzaba su primer empleo, Mailén empezó a limpiar casas y a hacer Uber en bicicleta. Sin embargo, a pesar de los buenos indicios, se encontraron con una cultura inesperada: “Es un país blanco y capitalista al máximo, es como estar en Estados Unidos. No existe la comida típica y en temas culturales, Australia es muy triste, muy vacío”, describió el argentino y reconoció: “Me agarró mucho estrés con los precios de las cosas. Es muy caro y empezamos a dudar de poder conseguir los ahorros que habíamos venido a buscar”.
“En Argentina vemos al obrero como alguien que gana poco y se rompe el lomo laburando, pero acá ganan muy buena plata. El problema es que hay mucha falta de educación. Se ven drogas blancas, alcohol y en esa área hay una cultura que no está buena”, explicó Felipe. Sin embargo, a pesar de los altos ingresos ofrecidos, que llegaron a superar los mil dólares estadounidenses por semana, a los dos meses de haber conseguido el empleo la situación empezó a complicarse por la pandemia de Covid y se quedó sin trabajo.
Sin embargo, gracias a su carisma, Felipe entabló contacto con una comunidad judía-israelí y las puertas se abrieron nuevamente para la pareja argentina. Cuando tenía 19 años, el joven había viajado a Israel, donde vivió cinco años y aprendió a hablar hebreo con fluidez. Por esta habilidad y por sus raíces, se insertaron en este nuevo grupo que los ayudó en su adaptación en Australia: “Ahí empecé a trabajar en jardinería, que me gustaba más que lo anterior, y conseguimos una organización judía que nos daba la comida gratis. De repente, era todo ahorro. Y como Maili seguía con la limpieza, nos mudamos a una casa chiquita”.
En ese momento, en el que todo marchaba bien, una nueva pasión llegó a su vida: “Ahí compramos la primera van. Era una chiquita y le pusimos ‘La Vanchuli’. Empezó una nueva historia”, adelantó.
La permacultura y su nueva pasión
En medio de una sociedad muy consumista, Felipe sacó provecho de lo que desechaban los australianos y empezó a recolectar maderas y muebles que la gente tiraba: “Así se dio el primer proyecto de armar mi van y fue un camino de ida. No entendíamos mucho, pero me re gustaba y un mecánico chileno que se hizo nuestro amigo, nos arregló la parte mecánica”. Entusiasmado con el proyecto, sus jefes de jardinería le prestaron algunas herramientas y, luego de varias semanas de trabajo, terminó su primer motorhome. “Ahora miro fotos y en comparación a las próximas que iban a llegar, era muy precaria”, reconoció entre risas.
Una vez terminada la van, la pareja tuvo que trabajar tres meses en blanco para conseguir la extensión de la visa, luego siguió su rumbo hacia Queensland. “Teníamos que laburar ese tiempo obligados y llegamos a una estación de servicio en Walgett. Yo atendía a la gente y Maili cocinaba. Fue horrible porque vivimos en una casa donde la gente ni nos miraba y tuvimos malos tratos”, recordó Felipe.
Sin embargo, ese tiempo le sirvió para aprender más sobre su nueva pasión: “Empecé a hacer la reconstrucción de la van. La desarmamos entera y la volví a construir con más planificación. Me compré una caladora y un taladro, y con eso la armé toda reciclada, hasta los tornillos”. En un ambiente que sintieron algo hostil con los extranjeros, Felipe y Mailén cumplieron los tres meses, lograron la extensión necesaria y, entusiasmados por el futuro, partieron hacia la paradisíaca costa este de Australia.
“¡Wow! Llegamos a Airlie Beach y no lo podíamos creer, era una fantasía. Gente por todos lados, latinoamericanos, buena onda y unos paisajes soñados”, contó todavía emocionado. Al poco tiempo, debido a que allí las lluvias son muy intensas en esa época del año, tomaron la van y bordearon la costa australiana hacia el sur.
“Si Airlie Beach era lindo, Noosa Heads no te das una idea”, aseguró Lifschitz. Siempre con “La Vanchuli” como refugio, hogar y vehículo, Felipe y Mailén llegaron al nuevo sitio y la mala racha se cortó. Consiguieron buenos empleos y tras vivir casi dos meses en la van, la entonces jefa de Mailén, les ofreció una casa para seis personas. Junto a otros mochileros que andaban por Australia la ocuparon.
“Era un sueño, una mansión. De repente teníamos cine, pool y mesa de ping pong, era tremendo. Yo volví al área de la construcción, pero después me quisieron recortar el sueldo y conseguí trabajo para remodelar el patio de un chileno que había conocido. Todo empezó a funcionar muy bien”, describió Lifschitz. Además, allí pudo retomar su profesión y comenzó a dar clases de gimnasia a un grupo de latinoamericanos. “Fue como volver a mi esencia”, aseguró.
En ese momento, apareció la posibilidad de pasar a una nueva van más grande. “Ahí compramos a ‘La Vieji’. Una Nissan 1985 que solía ser una ambulancia. Pero el problema era que estaba llena de agujeros del tamaño de mi mano, entonces tuve que arreglarla toda”, reveló Felipe. De esta manera, junto a unos amigos, aprendió el arte de mancillar, la arregló, la pintó y logró dejarla lista para sus siguientes aventuras.
Su realidad mejoró y junto a su pareja se enfrentaron a la posibilidad de mudarse solos. Allí Felipe terminó de descubrirse: “Tenía una cochera inmensa donde guardaba la van y me hice un taller. Al poco tiempo me habló un italiano que vio la van que había hecho en mis redes y quería arreglar la suya. Cerramos un precio y me puse con eso. Fue la primera van paga que construí”.
A partir de ese primer trabajo, Felipe comenzó a dedicarse con más convicción a la construcción de motorhomes y tras realizar algunos retiros espirituales, advirtió nuevos horizontes en su vida: “Es como una explosión creativa que nunca había vivido. Me descubrí siendo un artista y entendí que lo que hago es una obra de arte. Cuando comprendí esto, me relajé del laburo que demanda armar una van y empecé a disfrutarlo muchísimo”.
Con la convicción de apostar a este nuevo rubro, invirtió parte del dinero ganado en herramientas e hizo de la construcción de vans su trabajo: “Después de ese primer laburo pago, apareció un chileno que nos habíamos hecho amigos y armamos una van para él, y así llegaron varios proyectos con los que pude aprender y mejorar”.
Además de haber hallado una posibilidad laboral que lo apasionaba y, a la vez, era completamente impensada para él, Felipe se volvió un fiel promotor de la permacultura. Así empezó a compartir cada trabajo que realizaba en sus redes sociales, donde también comparte consejos, algunos tips y cuenta su experiencia en este arte. A continuación, apareció otro mochilero que quería preparar su motorhome y con la ayuda de uno de sus amigos, llamado Nicolás, “afloró algo que trabajo hace un tiempo, que es la permacultura”.
“Si bien todos tenemos conocimientos que deben ser remunerados, está bueno enseñarle al otro y darle herramientas para que aprenda a hacerlo por sí mismo. Y ahí les enseñaba lo que yo había aprendido durante estos casi dos años y fue el proyecto que más me gustó”, explicó Felipe.
El futuro
Al tiempo que Felipe conectaba con su nueva pasión, Mailén profundizó sus conocimientos en terapias alternativas, “trabajó con pacientes de Argentina y se abrió camino en la comunidad latina” que vive o visita Australia.
Con los dos años de estadía casi cumplidos en el país, se dieron cuenta de que el objetivo monetario para su proyecto en Los Hornillos estaba casi cubierto, pero notaron que eso no era lo que finalmente habían ido a buscar. En una mañana de marzo del 2022, Felipe tomó otro sorbo de su mate mientras reflexionaba en la ruta y le contó a LA NACIÓN: “Decidimos ponerle fin a la vida laboral. Ya ahorramos lo que queríamos y ahora vamos a disfrutar. Estuvimos en lugares muy lindos pero fue mucho sacrificio y dijimos basta”.
Con “la Vieji” terminada al 100% y lista para recorrer las rutas australianas y poder hospedarlos en el camino, decidieron aventurarse a descubrir nuevos horizontes: “Nos privamos de muchas cosas como pasear y conocer. Ahora queremos hacerlo. En esta nueva aventura vamos a viajar y si tomamos un trabajo es porque queremos hacerlo y no por una necesidad”.
En cuanto al futuro proyecto en las sierras cordobesas “lo afrontaremos cuando sea el momento, pero basta de trabajar por trabajar”, afirmó Felipe con convicción. Tras otro breve silencio, cerró: “Cuando regresemos a la Argentina va a ser porque queremos hacerlo. Y también está el tema de la paternidad, que es algo que cada vez hablamos más con Maili. Pero bueno, vamos a vivir el momento”.
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