Psicólogo y fotógrafo, Gastón Fournier de 31 años se dedica a su pasión: viajar por el mundo; luego de recorrer 48 países, ahora se propuso unir Ushuaia con La Quiaca y retratar la diversidad del país
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Oriundo de Rio Negro, Gastón Fournier (31) lleva tatuado en su brazo un planisferio, al que va “pintando” cada vez que conoce un nuevo país, al igual que su termo para mate, al que le pega calcomanías de las banderas de los países que visita.
Psicólogo y fotógrafo de viajes, se declara apasionado por la cultura del mundo, del cual lleva recorridos 48 países que inmortaliza a través del lente de su cámara y luego publica en distintos formatos.
“Mis primeros viajes han sido por Latinoamérica, cuando estudiaba en la universidad, y siempre estaba ese anhelo de realizar un viaje realmente largo, donde pudiera experimentar en carne propia la lejanía del hogar, de las costumbres, de los seres queridos, aprender del desarraigo”, cuenta Fournier, que por estos días recorre el país en una Volkswagen Transporter del 98, con su cámara, sus cuadros, libros, cama, heladera, anafe y escritorio. Su objetivo es recorrer de Ushuaia a La Quiaca todas las provincias argentinas por más de un año y registrar la diversidad cultural y tradiciones de nuestro país.
Pero volvamos a principios de 2018, cuando Fournier apenas se recibía de psicólogo y quedaba en libertad para emprender su tan anhelado viaje por el mundo. Luego de vender muchas de sus pertenencias y regalar otras, el resto de las cajas las guardó en la casa de su abuelo Mario, sin saber que iba a ser la última vez que lo vería.
Partió a los 27 años hacia Francia con una visa para trabajar por un año. Allí se hospedó en la casa de una familia francesa y trabajó primero en un restaurante del Sur y luego en un café de París, mientras hacía una pasantía como psicólogo en un hospital neuropsiquiátrico de niños y jóvenes. El dinero ahorrado durante ese primer año le permitió seguir viaje hacia Palestina y recorrer varios países de África como Kenia, Ruanda, Uganda, Tanzania, Egipto y Marruecos.
Gastón Fournier recorre el país en una Volkswagen Transporter del ´98, con su cámara, sus cuadros, libros, cama, heladera, anafe y escritorio. Su objetivo es recorrer de Ushuaia a La Quiaca todas las provincias argentinas por más de un año y registrar la diversidad cultural y tradiciones de nuestro país
“Luego de estas fuertes experiencias encontré la pasión por la fotografía, como un medio de conexión con la gente, como un medio de denuncia y agente de cambio. Aunque nunca me había gustado sacar fotos, y me enojaba mucho la gente que sacaba fotos en los viajes, haciendo del mundo un zoológico humano”, señala Gastón.
De regreso a Europa sacó una visa para trabajar en Dinamarca por otro año, donde se desempeñó en un hotel y en un bar. En ese tiempo pudo recorrer casi toda Europa del Este, los Balcanes, la ex Yugoslavia y visitar Chernobyl, para luego continuar viaje por Asia, donde permanecería casi todo 2020, el año que comenzó la panedmia.
Asia era muy barato y su modo de viajar fue siempre gasolero, llevaba ahorros de Dinamarca y con el objetivo de sumar otro ingreso vendía fotos a través de su página web (www.gastonfournier.com) en distintos países. También se las ingeniaba haciendo fotos y videos a hoteles a cambio de estadía, a la vez que ponía en marcha un micro documental.
“Me fui para recibir el 2020 en la India y trabajar sobre este proyecto documental sobre la importancia de lo comunitario en la vida de las personas, que me permitió registrar la labor de varias organizaciones sociales en distintas partes de la India rural y de la ciudad”, explica Forunier sobre el proyecto basado en su primer fotolibro India, los rostros de las instituciones (disponible en Youtube).
Después de permanecer tres meses en India, la llegada de la pandemia tuvo como consecuencia el cierre de todas las fronteras de los países asiáticos, excepto los de la lejana Indonesia, razón por la cual Fournier decidió viajar hacia allí para ingresar a la isla de Bali un día antes del cierre total, donde permaneció seis meses conviviendo con una familia local.
Concebida como “El hogar de los dioses”, una vez en Bali se hospedó en el hostel de una familia balinesa en un pueblo rodeado de montañas verdes, colmadas de campos de arroz, a orillas del mar y custodiado por el volcán más grande y sagrado de Bali, el Gunung Agung.
¿Cómo fue la estadía durante durante esos meses en Bali?
Al comienzo aproveché el tiempo para terminar de editar las miles de fotos que tenía y pasar en limpio las notas de mi cuaderno, escribir y editar el primer fotolibro de la India. Luego haría un libro sobre los Sadhus (hombres santos de la India) y otro de Noruega. Mucho tiempo después tendría el propio de Bali.
Creo que al igual que mucha gente, al comienzo de la pandemia, y por desconocer cuánto duraría, aproveché para hacer cosas que siempre postergaba. Pero al pasar los meses, el desconcierto y la incertidumbre ganaban terreno, y en ocasiones me encontraba absolutamente desganado y con total apatía. Por suerte, para romper con el tedio, estaba mi nueva familia balinesa que me brindaba apoyo, como tal vez yo también a ellos. Y así, me adoptaron y me llevaron a todos lados a conocer. Íbamos a la playa, a caminar por las montañas, a ver torneos de barriletes, y durante ceremonias especiales íbamos a llevar ofrendas a los dioses en los templos.
¿Recordás algún evento en particular que te haya sorprendido?
Tuve la suerte de ser invitado al casamiento de la sobrina de mi anfitrión. Fue una fiesta inolvidable. Duró cuatro días, dos fueron en la casa de la familia de ella y dos más en la casa de él. Personas llegaban con ofrendas en las cabezas, todos los hombres estaban con las polleras y pañuelos (sarong y udeng), incluido yo, el único extranjero, y las mujeres con la tradicional blusa llamada kebaya.
¿Qué fue lo que más te llamó la atención de su vida cotidiana?
Me fascinó la naturalizada mezcla entre lo sagrado y lo cotidiano. No sólo porque todos los días ofrendan comida a los dioses, sino porque en este evento tan importante, se rezaba y se bebía con la misma devoción, se veneraba a los dioses con absoluta seriedad y al segundo siguiente todo el mundo rompía en carcajadas y disfrutaba como si fuera la última fiesta de sus vidas.
La foto del casamiento
La reciente pareja había quedado contenta de tener algunas lindas fotos de su casamiento. A la semana de publicar una foto de Sri, con su hermoso atuendo dorado, lo contactaron desde Atlas of Humanity (www.atlasofhumanity.com), un grupo de curadores de arte y fotografía, interesados en aquella foto para exponerla en la International Photo Exhibition de París 2022, seleccionado entre cincuenta fotógrafos y fotógrafas de todo el mundo, algunos hasta de National Geographic. Para entonces comenzaba a dedicarse cada vez más a la fotografía. Ya colaboraba con Canon Middle East (Canon Medio Oriente), obtuvo la mención como Mejor foto de la semana para National Geographic España (2020 – 2021), se consagró ganador de dos Honorable Mention de los premios International Photography Awards 2020, entre otras menciones.
Sin embargo, el viaje se complicaría cuando el gobierno de Bali retiró las visas de emergencia que había otorgado por motivo de la pandemia, que lo impulsó a partir primero a Turquía, luego a Croacia y finalmente a Barcelona, donde permanecería por tres meses antes de partir a Marruecos, donde conoció el desierto de Sahara y consiguió trabajo en un pequeño hostel a cambio de hospedaje.
Luego de desplazarse por siete países durante el 2020, las dificultades se hicieron sentir hasta el cansancio. La falta de dinero y trabajo, las restricciones y limitaciones para moverse, los hisopados, los costos de los viajes y el clima de la gente local, no eran los mejores. Fue bajo este contexto, y teniendo en cuenta que en la Argentina estaban dejando entrar vuelos internacionales, que decidió partir de África, ese enero del 2021, para volver a casa después de tres años de viaje. No sin el pesar de quien queriendo seguir viaje, se ve obligado a regresar. “Sentía que volvía derrotado por la pandemia”.
Sin embargo, su regreso venía acompañado de una nueva pasión, la fotografía y una exposición itinerante por la Argentina que llamó “Identidades: un viaje cultural a través de la diversidad” (más tarde declarada de Interés cultural, social, educativo y turístico, por la Legislatura de la Provincia de Río Negro y por la Municipalidad de Necochea, Provincia de Buenos Aires), con el proyecto de recorrer el país y exhibir imágenes de la diversidad del mundo, a la que también sumó la escritura de un libro con las experiencias vividas estos años de recorrer 48 países y distintos rincones de Latinoamérica, Europa, África y Asia: Los años nómades, un viaje entre fotografías y culturas.
A su vez puso en marcha su último proyecto, que consiste en vivir y viajar en una furgoneta con los libros, las fotos y la cámara por cada rincón de Argentina. Mientras que presenta su libro y la exposición fotográfica, documenta la bella cultura de Argentina.
-¿Cuál fue el mayor aprendizaje en todos estos años de viaje?
-Aquellos primeros viajes fueron de asombro y de descubrimiento. Del mundo y de mí mismo. Si nunca hubiera salido, nunca hubiera sabido que viajar me apasionaría tanto. Que había tanto por conocer y aprender. A decir verdad, los primeros viajes no varían mucho de los últimos. Aún me sigo sorprendiendo como cuando tenía dieciocho, y el camino me sigue enseñando cosas nuevas a cada paso. Sin embargo, no comparto esa idea lineal y acumulativa del conocimiento, que plantea que tener miles de kilómetros recorridos es sinónimo de sabiduría. Se puede recorrer el mundo y tener mucha experiencia, pero si esas experiencias no se trasforman en aprendizaje, quedan en meras anécdotas. El aprendizaje es dialéctico, aprendemos y desaprendemos.
Cada vez que encuentro a una persona de los países donde estuve, me siento hermanado, siento que la conozco, que compartimos algo, que caminamos el mismo suelo. Esa sensación de patria grande, es una de las fantásticas secuelas de viajar. Luego de mucho andar, el concepto de hogar deja de ser tan absoluto y se vuelve relativo. El mundo se torna posible de recorrer y habitar, siempre se encuentra un techo y una familia que nos brinde cobijo.
-¿Qué le dirías a aquellos que sueñan con viajar así pero no se animan?
-En nuestros días, viajar y conocer el mundo ha devenido en una especie de mandato. Coincido en lo valioso de recorrer nuestro planeta, pero cuando ya se establecen imposiciones, algo se quiebra. Los tiempos cambian, y los paquetes turísticos siempre se adaptan. Así crean rutas preestablecidas y estereotipadas, disfrazadas de “aventuras para mochileros”, que nos hacen caer en la trampa para convertirnos en turistas consumidores de mundo. En palabras de Chesterton: “El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que ha venido a ver”. Podemos ser turistas en ciertas ocasiones, pero el desafío está en darnos cuenta, e intentar ser el viajero que descubre el mundo, lo trasforma y se transforma a sí mismo.
IG: @gaston_fournier_
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