Vive diecisiete horas adelantada a su novio, al que en un período de un año solamente vio durante dos semanas. Por eso a Julieta se le hace eterno el cierre de fronteras durante la pandemia, que la encuentra anclada en Wolumla, un pueblo rural de tres manzanas y solo 700 habitantes, en el sur de Australia. No ve la hora de reencontrarse con Mati, que está en continente americano, en un pueblo ubicado en la costa del Pacífico, al otro lado del mundo. Planean encontrarse en Barcelona ni bien se vuelvan a abrir las fronteras y seguir viaje juntos, recorriendo los países, trabajando de lo que surja y buscando un lugar adonde, tal vez, algún día, puedan establecerse.
Pero por ahora, mientras el rumbo de todo el planeta esté sujeto a la evolución del Covid-19, Juli se encuentra lejos de todos sus seres queridos experimentando esa vivencia única que es la de estar a miles de kilómetros de distancia, en un pueblo desconocido, en una cultura completamente diferente, conviviendo con una familia extraña e inmersa en una rutina temporal que le resulta ajena. Juli tiene 21 años, es porteña y estaba acostumbrada a un ritmo acelerado, como el de cualquier joven de una gran ciudad.
En Wolumla, en cambio, el tiempo parece eterno en su trabajo como
El día arranca a las 7 de la mañana, cuando despierta a los chicos, les hace el desayuno y los lleva a la escuela, donde los retirará a las 3 de la tarde. Los padres, él enfermero y ella funcionaria de una ONG, salen con el auto hacia una ciudad cercana en donde trabajan y vuelven a las 5 de la tarde, cuando ya oscurece, para cenar todos juntos a las 6 y a las 7 nuevamente irse a dormir. Los fines de semana no hay adonde ir, entonces sale con la familia, aprovechando que la invitan y que a ellos los mueve las ganas de darle la oportunidad a una viajera de vivir una experiencia así. Ya fue a una granja a comer asado a la australiana, y a dar paseos por ese pueblo tranquilo, de casa bajas, con el cielo siempre azul y de largos caminos rodeados de vegetación silvestre.
"Estoy en un pueblo alejado de todo"
"Cuando llegué era de noche y ahí dudé, no sabía en qué lugar me había metido y tuve todas las fantasías de miedo que te pueden agarrar en una situación así. ¿Y si me matan acá y nadie se entera?", cuenta Juli que tuvo que hacer un viaje de 10 horas en micro desde Melbourne a Wolumla para llegar y nadie la estaba esperando en la estación.
Las ganas de viajar le vienen de familia, todos los Yanani son grandes viajeros. Desde chica, con sus padres y hermanos, Juli pudo conocer varios países. Aunque siempre, claro está, yendo de vacaciones y con las comodidades propias del modo turista. Esta vez, cuando el 12 de marzo se decretó la cuarentena por coronavirus, pudo tomar el vuelo reservado para ir a estudiar inglés a Sydney. Pero en ese momento lo supo: la onda del viaje sería diferente. Y además, no pensaba volver. Con el apoyo de su mamá que la alentó a irse sin ataduras ("Terminaste de estudiar, tu novio ya se fue, tus amigas están en otra, qué vas a hacer acá, es momento de viajar", le había dicho en una de esas conversaciones que solían tener) se subió al avión, apostando a descubrir lo que el mundo tenía para ofrecerle.
Recién se empezaba a hablar del coronavirus y solo sabía que estaba iniciando una aventura. Como no se animaba a viajar completamente por su cuenta, sola, sin novio, padres ni amigas, se anotó en un plan para aprender inglés de la empresa Education First. El plan, el marco de una empresa internacional, le daba una sensación de mayor seguridad: clases presenciales todos los días, alojarse en una residencia universitaria y la posibilidad de conseguir un trabajo temporario que, según le dijeron en la agencia en Australia, era mucho más viable que en Estados Unidos: ellos podrían contactarla con futuros empleadores, le dijeron o ella creyó entender. Pero se desilusionó cuando al llegar solo le dieron un link de Google con lugares posibles adonde presentar su CV.
"Por la pandemia no pude seguir yendo a clases de inglés"
A las dos semanas de clases, empezó la pandemia de coronavirus y el programa se suspendió: le dieron clases a distancia, no pudieron hacerse las excursiones programadas y la empresa no se contactó para saber cómo estaba o si necesitaba algún tipo de contención.
Eso la bajoneó un poco. Durante ese primer mes en Sydney Juli dejó de lado su aspiración de encontrar un trabajo y se dedicó a estudiar, conocer y hacer muchos amigos. En la residencia compartió habitación con una chica japonesa que ahora es su amiga para siempre y le sorprendió conocer lo restrictivo de su cultura. "Allá el matrimonio igualitario es ilegal; en cuanto a las relaciones, el hombre es el que siempre tiene que dar el primer paso, la mujer nunca puede expresar primero sus sentimientos hacia el otro", se sorprendió.
Otra diferencia muy notoria es la relación con el dinero que pudo ver en el primer mundo. "Acá la gente tiene acceso a comodidades que en la Argentina solo disfrutan ciertas clases sociales. La preocupación por la plata no es tan angustiante", observó.
Los nuevos amigos es una de las mayores riquezas que le da este viaje. "Yo sé que cuando vaya a sus países voy a a tener una casa donde quedarme, o a quien ir a visitar. Eso es algo nuevo que nunca me había pasado. Me hice amistades muy fuertes, sé que cuando vaya a Barcelona o a Japón tengo a mis amigos allá. ¡Eso es genial!", se alegra.
No se define como una nómada porque está buscando un lugar a donde quedarse, pero está casi segura de que a la Argentina no va volver. " Una de las cosas por las que quería viajar era para encontrar un lugar en el que sí sintiera que pertenezco. Buscaba coincidir con la gente en el tipo de trato, con las costumbres, quizá hasta con la forma de gobierno. Eso es algo que en Argentina no me pasaba". Y sí o sí, su lugar de referencia es adonde esté Mati, su novio, al que solo vio unos días en un año. "Lo fui a visitar, volví a Buenos Aires, mi familia y mis amigos me hicieron una super fiesta de despedida y me vine para Australia", recuerda. "Pero los dos sabemos que queremos estar juntos, aunque obvio conocimos personas en este tiempo, estamos ahorrando plata los dos para encontrarnos en Europa y seguir buscando nuestro lugar en el mundo".
"La situación del Covid me trajo algunos beneficios inesperados"
La pandemia la perjudicó con el plan de estudios y en que uno de sus amigos argentinos, con quien iba a encontrarse en Sydney, no pudo viajar por la suspensión de vuelos internacionales una semana después de que ella se tomara el avión. Sin embargo, tuvo algunos efectos inesperados que le resultaron positivos.
El principal: la gran cantidad de contacto con amigos y familia por videollamadas. "La cuarentena puso a toda mi gente de Argentina con más tiempo para hacer camaritas, así que me siento mucho más cerca y eso me da lugar a no extrañar tanto. Porque por más amigos que te hagas, eso que tenés con los tuyos, los que creciste, tus amigas de siempre va a seguir siendo único", asegura.
El otro, es la gran cantidad de clases de movimiento que se dan online. Entreno todos los días con vivos de Instagram o clases por Zoom, está buenísimo porque cuando los chicos están en el colegio, después de pasar la aspiradora, tengo un montón de tiempo libre y la oportunidad de hacer deporte, mi cable a tierra.
Además, en Wolumla las restricciones sociales fueron mucho más leves que en Argentina (en las escuelas no cerraron, por ejemplo), así que Juli se alegra por haber seguido su instinto y negarse a volver cuando, al comienzo de la pandemia, sus padres le pedían que volviera para no estar sola en un lugar lejos de la familia.
"Aprendí a confiar en mis decisiones", evalúa. El tiempo le dio la razón -Australia fue uno de los países que mejor lograron contener la pandemia: en una población de casi 25 millones de habitantes, al día de hoy solo se registraron 7519 casos, de los cuales 6924 ya se recuperaron y 103 personas murieron. y al final cambiaron de opinión: "Ahora mi mamá me dijo que no vuelva"
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