Un recorrido por el museo del cannabis montevideano, parte de lo que deja haber legalizado la producción y el consumo de marihuana en Uruguay.
Desde hace algunos meses, quienes visiten la capital oriental tienen la posibilidad de conocer, en el histórico Barrio Sur de Montevideo, entre el sonido hipnótico de los tambores del candombe y las esquinas inmortalizadas en las canciones de Jaime Roos, una de las nuevas atracciones de la ciudad: el Museo del Cannabis de Montevideo (MCM). A primera vista se trata de una casona circa 1930, con paredes color terracota y un discreto cartel. Basta atravesar la puerta para ver desplegados, en varias salas, una infinidad de elementos que conforman la primera colección de estas características expuesta a todo el público en América del Sur.
El anfitrión, Eduardo Blasina, es un ingeniero agrónomo vinculado desde hace años con los esfuerzos por despenalizar y regular el cultivo de cannabis en Uruguay. En la actualidad, es el director responsable del MCM: “El museo es un emprendimiento privado que inserta al país en un circuito global, junto a museos de la misma temática en ciudades como Barcelona y Ámsterdam”, dice.
En la sala principal, hay una línea del tiempo donde se resume el camino histórico de las libertades individuales, en las que el país fue vanguardia. “La legalización fue una confluencia de varios factores –dice Blasina–: una historia de leyes aperturistas como el voto femenino, el divorcio por voluntad única de la mujer, el matrimonio igualitario y el aborto legal”.
EL RECORRIDO
“Para elaborar el guión ponderamos un relato ameno que permita conectar al público con la asombrosa versatilidad de la planta de cannabis, que ha provisto a la humanidad de alimento, indumentaria, papel, redes y medicamentos desde tiempos remotos”. La información del museo revela que no todas las variedades de cannabis son psicoactivas y que su efecto lo determina la presencia de delta tetrahidrocannabinol (THC). Las plantas que se usan para alimentos, textiles y otros fines industriales se las conoce como “cáñamo”.
A propósito de esta idea se exhiben allí varios elementos construidos con los residuos del cáñamo (bioplástico), un material que por su resistencia y durabilidad le gana la pulseada a la fibra de vidrio. De esta manera, es posible observar el interior de una puerta de automóvil, además de una antigua rueca que se utilizaba para trabajar la fibra de la planta; ambos elementos fueron cedidos por el Hash Marihuana and Hemp Museum de Ámsterdam. “El acervo del MCM se constituyó a través de donaciones, compras y regalos. Tanto el museo de Ámsterdam como el de Barcelona colaboraron con objetos y capacitación”, explica el director. “Además, recibimos donaciones de varios amigos, como una botella de champannabis, una deliciosa bebida de origen mendocino, o injertos de Peyote y san pedro, dos tipos de cactus con propiedades alucinógenas que adornan el singular jardín botánico del lugar”.
Por otra parte, la Fundación Hempstead Project HEART, que trabaja con cáñamo en las comunidades de pueblos originarios en Estados Unidos, aportó algunos textiles. Otros elementos, como camisas y zapatos confeccionados en India, fueron adquiridos online.
En referencia al aspecto medicinal de la planta de cannabis, el museo ostenta una gran vitrina central: “Recopilamos medicinas para mostrar lo que nos parece especialmente una situación injusta: que haya variedad de medicamentos disponibles en el mundo, pero que todavía no haya acceso práctico en el Río de la Plata”, explica Blasina.
Para ilustrar esta situación, además de láminas que dan a conocer las propiedades de la planta, hay varios estantes que exhiben recipientes con aceite de cannabis, vaporizadores, cremas y hasta una guía médica orientativa. Se trata de elementos que fueron adquiridos en viajes a California y Colorado, donde existen industrias desarrolladas especialmente para los usos medicinales y curativos.
IN THE SKY WITH DIAMONDS
En el centro de la sala principal se propone, en clave pop, el primer acercamiento al uso recreativo del cannabis. Allí se identifican instrumentos musicales elaborados con la resina del cáñamo y tapas de discos de los Beatles, Bob Marley y Eduardo Mateo. “Hasta qué punto las corrientes artísticas surgieron directamente a partir del consumo es un debate abierto, pero no cabe duda de que este vínculo viene acompañado por una apreciación especial hacia el arte, la naturaleza, el pacifismo y el cuestionamiento sobre las grandes estructuras de poder”, sostiene Blasina. Y, mientras habla, en la sala suena Magic Time de Opa, una mítica banda de candombe-funk de los 70. Este guiño permite profundizar en los orígenes de la propiedad. “Esta casa fue sede de un club deportivo (Mar de Fondo) y luego funcionó como el punto de reunión de músicos como los hermanos Fattoruso o Eduardo Mateo, quien incluso le dedicó la canción «Siestas de Mar de Fondo»”.
El museo también funciona como un espacio de diálogo y reflexión multicultural que en temporada alta es visitado por más de 600 personas al mes. Por las noches hay espectáculos musicales, cafés filosóficos, un área lounge y un restó bar. Se prevé la apertura de un hostel exclusivo. Otro de los puntos interesantes que exceden la lógica del espacio tradicional es la biblioteca: allí se pueden consultar libros, revistas y material audiovisual de divulgación. “Llegan viajeros de Australia, Hong Kong, Finlandia, Sudáfrica y Latinoamérica, además del público local que nos visita asiduamente. Sin embargo, los intercambios más interesantes surgieron con representantes de la comunidad mapuche, quienes tienen conocimientos muy profundos sobre las plantas y sus usos”.
Según el origen de los turistas, las consultas pueden variar, pero en el caso de los argentinos, los intereses son bien concretos: quieren saber cómo conseguir cannabis, conocer las plantas y entender por qué Uruguay fue el primer país del mundo en legalizar su producción y consumo. En este sentido, vale destacar su función educativa. En el jardín botánico, entre plantas de yerba mate, maracuyá, palmeras y cactus, se percibe el aroma dulzón de la planta de cannabis.
CULTURA CANNÁBICA
El jardín es el lugar donde se dan las clases teóricas y prácticas para que los asistentes tomen contacto directo con la planta. La intención es reconocer ejemplares de ambos sexos e identificar las tres subespecies: cannabis sativa sativa, cannabis sativa índica y cannabis sativa ruderalis. Las sativas pueden superar alturas de cuatro metros, poseen hojas delgadas y su efecto psicoactivo es recreativo; las índicas son de porte más pequeño, con hojas más gruesas y su efecto psicoactivo tiende a la introspección. Las ruderalis son una subespecie que surgió en Siberia; no tienen efecto y su ciclo de vida es muy corto.
En este punto, Blasina ofrece respuesta a las dudas más comunes de los asistentes: “Para que la planta libere los compuestos psicoactivos debe efectuarse la combustión de las hojas a cierta temperatura; de otro modo, no produce ningún efecto. Suelo aclarar que los espacios abiertos del museo son aptos para fumar, como en cualquier otro lugar al aire libre en Uruguay: rige el mismo criterio que con el tabaco. También explico que no es posible comprar marihuana en el MCM porque no puede haber intercambio de dinero”.
El circuito concluye en el gift shop, donde abundan los objetos típicos: desde tazas con logos y dibujos hasta jabones y cremas elaborados con aceite de cannabis, ropa confeccionada con la fibra de la planta o elementos para personalizar el uso recreativo, como picadores y pipas.
La memorabilia es variada, pero hay un objeto que materializa la importancia atávica de la planta: un simple anotador. Un objeto que viene de la mano de otros orientales, los chinos, quienes, con los residuos del cáñamo, elaboraron el primer papel que reemplazó los antiguos papiros egipcios e impulsó de modo contundente el desarrollo de la escritura.
En una elipsis de sentido, entendemos ahora que hombres de las letras como William Shakespeare, Charles Baudelaire y Honoré de Balzac encontraron en el cannabis no solo una posible inspiración, sino, lisa y llanamente, la materia prima de su trabajo.
Cabe preguntarse si el desafío es seguir hablando del tabú o subir la apuesta para dar cuenta, de manera literal y simbólica, del papel real del cannabis y de la posibilidad de comenzar a escribir, este soporte ancestral, una nueva historia.
Mariana Iglesias
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