Viaje al interior de la Rocinha
Es un vivo ejemplo de los contrastes de un país con deudas pendientes. LNR estuvo en la favela más grande de América del Sur, que recibe visitantes gracias a un plan de turismo sustentable
Si los niños les piden dinero, por favor no les den. No les saquen fotos a ellos ni a los vendedores de droga."
Estas son las primeras advertencias para comenzar un recorrido de casi tres horas por la Rocinha, la mayor favela sudamericana. En Río de Janeiro, colgada de un morro lindante con el elegante barrio de San Conrado, esta comunidad de 250.000 personas explota por donde se mire: en gente, en olores, en escaleras, en pasillos, en ruidos, en los múltiples derroteros de almas arrojadas a la conquista de la supervivencia.
Se accede allí tras abonar una excursión que se contrata directamente desde cualquier hotel. Puntualmente (un dato no menor en la cultura carioca) comienza el recorrido, de la mano del guía asignado. Son expertos nativos de esa comunidad que trabajan para Exotic Tours, un emprendimiento del Taller de Turismo Sustentable que funciona dentro de la favela y capacita a los jóvenes en el oficio, bajo la supervisión de su mentora, Rejane Reis. Con la tarifa del tour se financia, además, una guardería que funciona en doble turno con capacidad para hasta 200 niños y un taller que propone "dejar las armar y tomar el pincel" para alejar a los más pequeños de la delincuencia. Allí realizan artesanías, principalmente maquetas de la favela en cartón, papel, vidrio, material de desecho, que ofrecen a la venta a bajo precio.
El interior de la Rocinha es, como promete el tour, realmente exótico. Emplazada laberínticamente, hoy sólo puede expandirse hacia arriba. Han llegado al límite de superficie del morro, y los terrenos disponibles más próximos pertenecen a un parque nacional, propiedad prohibidísima por el gobierno.
Generalmente una misma familia ocupa varios pisos, que van edificando a medida que se forman parejas. Cada uno desea su entrada independiente, razón por la cual comienzan a desplegarse escaleras a uno y otro lado de los pasillos, que tienen un ancho no mayor de un metro. Esto, y los centenares de cables que atraviesan los techos son la causa de que gran parte de la favela quede en permanente sombra, sin posibilidad de mirar el cielo. En estos últimos años, a ese enjambre incontrolable
de cables se le sumó uno más, el de Internet. Cuentan que es un boom entre los habitantes, y los cíber son casi tan frecuentes como los bares y quioscos, que se precipitan en cualquier rincón, más o menos cada 150 metros.
Arquitectura de la necesidad
Así han bautizado al estilo y la diagramación de viviendas en la comunidad. A medida que se construyen, se van "pegando" con cemento. Así, es raro ver espacios entre una y otra. Las casas se sirven entre sí de apoyo para evitar derrumbes, y termina siendo todo un gran bloque de concreto de distintos colores.
El sector más pobre se llama Raíces, porque allí, como un verdadero amasijo con troncos centenarios, están las casas, que así las escondieron cuando un proyecto del gobierno intentó desmantelar la comunidad, en los años 60. Hay construcciones virtualmente "atravesadas" por esos árboles, y es común ver salir una gran rama por la ventana de una habitación y entrar en la sala de la casa de enfrente.
Los principales problemas de la Rocinha son de infraestructura y logística. Para sobrevivir han aguzado la creatividad.
El desborde de las cloacas lo mitigaron construyendo sus casas con zócalos elevados, a modo de esclusas permanentes. Esto previene la inundación aunque no el olor, que se impregna en todo el ambiente sin variaciones.
El problema de la electricidad es tal que cuando llueve tienen la orden de no tocar las paredes, por el alto riesgo de electrocución. Tan frecuentes como las tormentas en el verano son los incendios: "Al menos uno por mes", confiesan. Son extinguidos por los propios vecinos con arena, ya que es imposible que los bomberos ingresen con sus equipos.
También formaron un sistema propio de correo. Al no tener nombres las calles ni numeración las casas, es imposible la distribución habitual de la correspondencia. Solución comunitaria: "Mi correo amigo", un servicio que consiste en instalar improvisados buzones en las pocas casas numeradas o en algunos bares reconocidos. Por un pequeño abono mensual los habitantes acceden así a sus cartas.
El gobierno recoge la basura en la calle central de la favela, ya abajo del morro, dos veces por semana. Para que no se acumule en las casas hay quienes se ofrecen como recolectores privados. El servicio cuesta un real e incluye la recolección diaria y el traslado al lugar asignado por las autoridades.
"Aquí pasa todo lo que han visto en las películas, y más también. Pero queremos mostrarles lo bueno, lo positivo", dicen en el tour. Y lo positivo es, para ellos, el más exacerbado sentimiento de comunidad. "Somos una gran familia: todos vivimos al lado del otro. Los malos son pocos, y son muy malos, pero respetan a los habitantes."
Luego de recorrer esos inexpugnables pasillos, llegamos a la casa de Leo, el guía asignado. Tres pisos más arriba, la terraza. Se veía sin ningún resguardo el patio de los vecinos, que a las 3 de la tarde de un lunes estaban todos juntos, poniendo chorizos en una improvisada parrilla y jugando a las cartas. Más abajo, un niño de no más de 7 años asomándose al precipicio parado sobre un cajón de cervezas insistía infructuosamente en remontar un barrilete casero, apenas un rombo de papel con un piolín en una punta y el número 6 escrito en el medio. Y al mirar más allá, la imponente cascada de casas y ventanas, techos y terrazas, colores y cuerpos, ofreciendo su vulnerabilidad a una ciudad que, a pocos metros de allí, abajo, en la playa, se despliega como una verdadera cidade maravilhosa.
El origen de la palabra "favela" data de fines del siglo XIX. Brasil libró una guerra en el noreste de su territorio y sus soldados vivían en un sitio donde abundaba una flor local, la favela. Ese fue el nombre de su campamento. Terminado el enfrentamiento, fueron a Río de Janeiro, en ese entonces capital del país, a cobrar sus sueldos. Estos demoraron tanto en pagarse que los soldados debieron acampar en los morros. Así, comenzaron a llamarlos "favelas", en evocación de aquel campamento, y de allí que el lugar de residencia improvisado y precario se bautizara "favela" hasta la actualidad.
Rocinha significa en español "huertita". En la antigüedad era un lugar donde los habitantes del elegante barrio de San Conrado iban a comprar verduras y frutas frescas. Una de las familias más importantes de esa zona era de origen italiano, y en honor a ellos, la calle más comercial de la favela se llama Via Appia.
Turismo sustentable
Rejane Reis es una guía de turismo que hace 16 años comenzó este proyecto de desarrollo social sustentable. Mientras trabajaba recorriendo la favela con los turistas, se formaban largas filas de niños que pedían dinero. Para mitigar esto y poder rescatarlos de la marginalidad, creó un Taller de Turismo para jóvenes de 14 a 25 años. El emprendimiento se llama Exotic Tours, y con lo recaudado por las visitas que ofrecen financia el taller mencionado -donde además se les enseña inglés y español-, una guardería y un centro cultural donde se venden artesanías a los turistas. Los guías de este proyecto son habitantes de la favela y su conocimiento del lugar garantiza seguridad los extraños que la visitan. Además, reciben instrucción para mostrar otros puntos emblemáticos de la ciudad, como el Corcovado y el Pan de Azúcar.
Si bien en todo Río de Janeiro existen 811 favelas, por el momento el proyecto funciona sólo en dos, Rocinha y Vila Canoas.
Orgullosa de su proyecto, Reis resume el avance de sus protegidos: "Cuando llegan son tímidos y apenas pueden hablar. Luego del Taller de Turismo hasta aprenden a sonreír".