Viajar a la luna
La Luna. Único satélite natural de la Tierra. Ha acompañado desde lejos y en silencio el desarrollo de este planeta Tierra desde tiempos difíciles de entender para nuestras mentes acostumbradas a proyectarse en el tiempo, lo que se podría considerar comparativamente un grano de arena en el desierto.
Desde tiempos inmemoriales, la Luna ha ejercido una fascinación particular para la humanidad. Diferentes civilizaciones arcaicas y modernas contaban a la Luna en su panteón de creencias dotándola de personalidad, de carácter y con una función específica.
Así era Thot en la mitología egipcia; Selene, en la griega; Mama Quilla, en la incaica, o Máni, en la nórdica, por nombrar algunas. Diosa de la fecundidad, protectora de ciudades, reina del cielo, de las fieras, la que regía sobre los partos y así podríamos estar un buen rato nombrando las diferentes cualidades y facultades que tomaba según las creencias, los mitos y las leyendas que uno se puede encontrar alrededor del mundo.
Grandes científicos de la humanidad se dedicaron a realizar extensos estudios sobre este cuerpo astronómico, de Ptolomeo y Arquímedes a Galileo Galilei, siendo este último el que dibujó alguno de los primeros bocetos hechos después de haber observado a la Luna con un telescopio de su diseño.
Pero más allá de todos estos datos fácticos que tienen que ver con civilizaciones y con personas, es la combinación de las creencias, del estudio y, sobre todo, la fascinación que ha existido sobre ella lo que la ha transformado en una de las grandes fronteras de la humanidad. Principalmente, en períodos en los que la tecnología estaba en pleno desarrollo y el mundo de las conjeturas y realidades se mezclaban pasando de un lado y a otro sobre la delgada línea que las divide.
Haciéndose eco de eso, Luciano de Samósata hace más de 1800 años escribía Historia verdadera, considerada por muchos como uno de los primeros trabajos literarios de ciencia ficción, en el que imagina una Luna habitada por los selenitas –donde son los hombres los que dan a luz y el vidrio se usa para hacer trajes– y que fue una fuente de inspiración para autores de la talla de Cervantes, Quevedo, Voltaire o Bergerac.
Pero hablando de todo esto no puedo dejar de nombrar a uno de los escritores más prolíficos de la historia y que me deleitó y me deleita aún hoy con sus historias: Julio Verne.
Porque si hablamos de imaginación, de fronteras, de llegar a aquellos lugares que pensamos inalcanzables, de historias que en su momento se creía que no se concretarían nunca, el Sr. Verne demostró que con un poco de imaginación e intuición se podría a llegar a entender lo que está por venir. Libros como La vuelta al mundo en 80 días, Veinte mil leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, Cinco semanas en globo y De la Tierra a la Luna marcaron toda una época.
Y si seguimos nombrando autores, qué me dicen de H. G. Wells, con La guerra de los mundos y La máquina del tiempo, dos tremendas historias, sobre todo la primera, con su famosa transmisión de radio de 1938 que provocó pánico en las calles de Nueva York.
Por eso, cuando llega la noche y la luz de la luna nos ilumina, o en esas jornadas en las que podemos percibir allí a la luna todavía en el firmamento, suspendida en el espacio, pienso en los libros fantásticos y de ciencia ficción que he leído, en películas que he visto, en la vida de los grandes científicos y físicos que han estudiado a este cuerpo astronómico y la galaxia, y me doy cuenta de que tal vez en una era distante, el satélite era la última frontera imaginable y hoy, que ya no lo es, todo todavía puede cambiar.
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