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Su viaje había comenzado un par de años atrás. Poco después de que su madre falleciera de cáncer, sintió que para atravesar de forma más amable el dolor que sentía, recorrer el mundo sería una buena forma de pasar el momento. Ese año, mientras viajaba por la ciudad de Sucre, en Bolivia, en una pequeña Volkswagen Kombi vintage junto a un grupo de amigos, notó que un perro de pelaje claro había comenzado a seguirla.
“Nos pareció un perrito muy entretenido: se detenía a esperar en cada semáforo, se sentaba tranquilamente cerca cuando nos deteníamos a descansar, visitaba los lugares de interés locales con nosotros, se acercaba para que le acariciáramos la cabeza de vez en cuando y continuaba como parte de nuestro equipo durante la jornada.
Hasta que una tarde, luego de haber saludado al perro simpático que de alguna manera lograba hacerse presente en cada paseo que realizaba el grupo, todos subieron al vehículo y éste se puso en marcha. Mientras aceleraba, Krista notó un destello de pelo que se movía rápidamente detrás de la camioneta. El perro perseguía al vehículo y zigzagueaba por las calles para seguirle el ritmo. Para Krista hubiera sido fácil hacer la vista gorda: estaba de vacaciones y regresaría a casa en unas semanas. Pero su corazón le indicaba que debía detenerse y ayudar al perro que sin duda alguna, tenía algo especial.
“¿Podemos parar, por favor?”
“No dejó de seguirnos. Entones, pasados unos minutos no pude tolerar más la situación y dije con voz firme: chicos, ¿podemos parar, por favor?’”. En el viejo vehículo no había lugar para un integrante más, pero eso no fue un impedimento para que todos acomodaran sus pertenencias y le hicieran espacio a Chase, el tenaz cuatro patas que ahora se había sumado a la aventura. “Estaba muy feliz cuando subió a la parte trasera de la camioneta, se podía ver la alegría en su expresión”.
Esa noche todos regresaron al campamento, encendieron un fuego y Chase se unió a la velada como si supiera que su nueva vida había comenzado. A la mañana siguiente, después del desayuno, el grupo hizo un poco de turismo, incluida una visita a un museo -en el que Chase se las arregló hábilmente para colarse, burlando a los guardias de seguridad que intentaron espantarlo sin éxito con una escoba-. Cuando llegó el momento de regresar a la camioneta, no lo encontraban por ningún lado. Lo buscaron por todas partes. Pensaron que el perro finalmente había perdido el interés y se había ido.
Mientras caminaban por una colina hasta la camioneta, notaron algo. Allí estaba Chase, en la cima de la colina, corriendo a toda velocidad, zigzagueando de un lado a otro por el empinado sendero que iba del museo al estacionamiento. “Nos reímos de asombro cuando nos encontró de nuevo y abrimos la puerta. Se subió a la parte trasera como si lo hubiera hecho un millón de veces antes. Sabía el procedimiento. Regresamos a la ciudad de Sucre para recoger a otro amigo que se uniría a nosotros en la camioneta en nuestro viaje. Esperábamos que Chase, después de encontrarse nuevamente en territorio familiar, saliera corriendo a buscar a sus amigos perrunos y reanudara su rutina habitual de perro callejero. Sin embargo, continuó devotamente a nuestro lado. Su compañía fue bien recibida por todos, e hicimos lugar en nuestra camioneta abarrotada que ahora albergaba a 5 personas, entre ollas, sartenes, comestibles y equipo de campamento”.
Durante las siguientes semanas, Krista y Chase se convirtieron en compañeros inseparables. “Desde el principio, desarrollé un vínculo profundo con él. Tiene un carácter tranquilo. Es un perrito amable, calmo y cariñoso. Y en ese sentido fue muy fácil estar en cualquier parte con él. Cada vez que lo miraba a los ojos, me daba cuenta de lo especial que era y me sentía afortunada de que estuviera conmigo”.
Tres semanas después, cuando llegó el momento de irse, Krista sabía que no quería separarse de su peludo amigo, pero también sabía que sacar un perro de Bolivia y llevarlo a Estados Unidos requeriría meses de papeleo. Afortunadamente, encontró un hogar temporal para el perro en un centro de rescate de perros callejeros de Bolivia. Se despidió de Chase y le prometió que se reunirían.
“Me reconoció de inmediato”
Mientras, se puso en marcha para cumplir con todos los requisitos que las autoridades sanitarias le solicitaban: vacunas, microchip y buen estado de salud general. Siete meses después, cumplió su promesa y regresó a Bolivia para reencontrarse con su mejor amigo. “Cuando volví a ver a Chase, fue increíble. Me reconoció de inmediato y estábamos muy felices”.
De Bolivia volaron a Miami y, desde Miami, tuvieron que hacer un viaje de 14 horas en auto hasta Tennessee, donde vive el padre de Krista. Allí pasaron unos días, para que Chase pudiera descansar luego de tanto viaje y de ¡tanto estrés! En la casa del padre de Krista, Chase pudo experimentar por primera vez lo que era tener su propia cama, su espacio para comer y beber tranquilo, sus momentos de juego y de relax al aire libre. Krista sintió un inmenso alivio. Lo había logrado. Mientras tanto, Chase se adaptó felizmente a su nueva vida. “Cuando llegó por primera vez, se sintió como en casa”.
Meses después, Krista compró una camper van para que ella y Chase pudieran seguir viajando. “Fue una forma de celebrar y sostener en el tiempo la manera en que nos habíamos conocido. Cada día que pasa siento que lo amo más. No podría imaginar un compañero de viaje más perfecto. Podría viajar al rincón más lejano del planeta, pero tengo a mi mejor amigo a mi lado”.
Pero las sorpresas que Chase trajo consigo no habían terminado todavía. El año pasado, cuando la historia de Chase se hizo viral, su antiguo tutor, que vive en Bolivia, vio su video en línea y contactó a Krista a través de Instagram. “Me contó que Chase se había escapado, que su nombre original era Aslan y que había nacido un 21 de septiembre. Me agradeció por rescatarlo y compartió algunas fotos de su pasado. Estoy muy agradecida de tener esta información sobre él y de ver que su familia anterior estaba feliz y pudo cerrar el tema acerca de su paradero. Calculamos que Chase ahora tiene alrededor de 7 u 8 años. Ha viajado tan lejos para estar conmigo aquí que no puedo imaginar las cosas que ha visto en su vida como perro callejero. Pero sé que ahora está exactamente donde pertenece”.
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