Hace un año, Ruslan Shakin ponía un pocillo de yerba mate en una cafetera de émbolo, le echaba agua hirviendo, le pasaba el filtro y saboreaba en su oficina en Los Ángeles un gusto amargo y quemado que, le habían prometido, mitigaría su compulsión por el café. Su trabajo en una empresa de logística le permitía gastar catorce dólares en un kilo de pasto energizante empaquetado en Misiones, pero no comprarse un monoambiente ni viajar en auto por una ciudad saturada. Corriendo, debe haber pensado tantas veces estancado en el tráfico, iría más rápido.
Hace un año Ruslan Shakin ayudaba a un colega con un sobrepeso que rayaba lo peligroso a ponerse en forma. Siguiendo una dieta de proteínas e hidratos complejos y entrenando con Ruslan, el hombre corrió su primera maratón el día anterior a cumplir 50 años. Fue el primero de varios. Ruslan estaba contento, dice, casi feliz, pero todavía tenía un sueño y si iba a ayudar a los demás a cumplir los de ellos, primero debía realizar el suyo.
Y un día lo hizo.
A los 38 años, Ruslan dejó su trabajo y se puso a correr por el mundo. Todo lo que tiene, repite, lo lleva en el carrito adaptado que empuja por las rutas: doce mudas de ropa, una carpa, una bolsa de dormir, cuatro pares de zapatillas que alterna para cubrir su cuota de 50 kilómetros diarios. Cada día, una maratón. Mientras tanto, Ruslan recauda dinero para una ONG que lleva agua potable a pueblos de África que sufren de sed crónica, ¿qué es un acto heroico sin una misión?, aclara.
El sábado pasado, después de un año de viaje, Ruslan llegó a Buenos Aires después de haber cruzado las montañas japonesas, visto de norte a sur los cerezos blancos; los ancianos; las tazas de té; el desierto efervescente de Australia y la vida bucólica de Nueva Zelanda. A sesenta y siete días de haber salido de Valparaíso, Chile, Ruslan Shankin completó los más de dos mil kilómetros que unen los Andes y el Río de la Plata a través de la larga pampa argentina. Su futuro inmediato está en Sudáfrica, donde concluirá su recorrido por el hemisferio sur, y tiene para más adelante la idea de surcar Estados Unidos de costa a costa.
¿Cuánto puede morderse uno la lengua antes de decir Forrest Gump? Lo cierto es que la comparación con el icónico personaje del cine no le molesta, pero tampoco lo hace reír. Y, al contrario de lo que diría la intuición de manual, hacer reír a este moscovita que creció con la caída de la URSS y pasó sus últimas 15 temporadas en California no es tan complicado.
Ruslan por Ruslan
¿Por qué corrés?
Me gusta el movimiento que se realiza al correr. Te mantenés saludable. Y no requiere mucho, solamente un par de zapatillas y arrancás. Es algo muy primario, alcanza con decir "ya" y estás corriendo.
Claro, con auto, moto, o incluso una bicicleta, ya dependés de otros u otras cosas. ¿Tomaste una decisión consciente de no depender de los demás para trasladarte?
Empecé por Japón porque siempre lo había querido ver, y me di cuenta de que es una gran manera de viajar. Ves las cosas detenidamente, ves cómo el paisaje se va transformando muy de a poco. Quise sacudir un poco mi vida, la verdad. Hacer algo distinto, algo que me pusiera en el límite de lo que la gente hace. No creo que haya mucha gente que viaje de esta manera en el mundo.
¿Cómo lidias con esta nueva rutina y con la soledad que implica?
Nunca me aburro en compañía de una mente inteligente. Por supuesto, me refiero a mí mismo (ríe). No, hablando en serio, me costó acostumbrarme, claro. Escucho podcasts, audiolibros, mucha música. De todas formas, eso también te distrae. Trato de escuchar música que no me haga bajar el ritmo. Si necesito llegar a algún lugar rápido, pongo algo de pop ruso.
¿Cómo arrancás el día, temprano?
Trato de agarrar la primera hora de luz y de llegar a mi destino antes del atardecer. Pero no me viene funcionando. Muchas veces estoy corriendo de noche para poder llegar a donde me propuse, y no es lo mejor. Sé que es peligroso hacerlo de esa manera.
¿Cómo es tu ritmo?
Corro por 8 a 10 kilómetros y paro 10 o 15 minutos, y así. En el medio freno para almorzar por una hora. Es como mi trabajo, es casi lo mismo.
¿Te sentiste amenazado en algún lugar?
En Australia me dieron una lección con lo de correr de noche. Hay camiones realmente largos, de 40 ejes, son trenes de ruta. Trato de correr en contra del tráfico, para ver qué es lo que me viene de frente, y ahí lo que venía de frente era terrorífico. Sentís que no te ven, que no les alcanza el ancho del asfalto para esquivarte.
En Argentina
Después de recorrer el país de un borde a otro, y conocer tantos otros, ¿cómo describirías tu experiencia acá?
De todos los países que crucé corriendo, este es el que más me gustó. Aunque no hablo castellano y no recaudé mucho, Argentina me encantó. La gente es muy cálida. Y la comida es deliciosa: carne, empanadas, locro, dulce de leche y un mate bien hecho. Las rutas son buenas. La policía siempre me dio una mano, Me pararon unas 20 veces, y la mayoría de ellas la historia terminó con un patrullero escoltándome por la ruta para que no me pasara nada. Lo único malo con lo que tuve que lidiar fueron los perros salvajes. Están por todos lados. Algunos solo te persiguen a ver si les tirás algo, pero otros pueden ser realmente agresivos.
¿Soñás que corrés?
A veces sí, te lo aseguro. Tengo esos sueños a veces y si me filmás durmiendo por ahí muevo las piernas y ni me entero.
A veces, dice, tiene tanto tiempo que se pone a recrear escenas enteras del pasado. Decisiones, momentos, conversaciones. Pero lo ideal es llegar al punto en el que no pensás en nada. Esos momentos existen, momentos en los que no tenés ni frío ni calor ni sueño ni hambre ni sed ni angustia, y entonces volás. Existen, pero casi nunca; lo normal es estar en compañía de esa mente inteligente que le recuerda cosas.
¿Por qué elegiste esta causa de caridad entre todas?
En Japón escuché un audiolibro que se llama Sed, de Scott Harrison, un tipo que ayudó a que 8 millones de personas tengan acceso al agua potable. Pero en el mundo hay como 600 millones que tienen problemas crónicos para obtener agua limpia. Yo ya estaba corriendo de todas formas, así que pensé que estaba bueno sumarle una causa que no fuera para mí.
Entonces, para sentir lo que era tener sed de verdad, decidí correr por Australia en verano. Crucé el desierto, un entorno con 50 grados. Tomaba 10 litros de agua por día, algo así. Una vez, el agua estaba tan caliente que si querías podías hacer café, te juro. Empecé a tomar y me quemaba la garganta. Era como tomar té caliente pero de a bocanadas, no de a traguitos. Y a los 10 minutos tenía sed de nuevo. Ahí empecé a agregarle al agua polvo de electrolitos, porque no había forma de empatar las sales que perdía.
¿Cómo ves el futuro de la humanidad?
Empiezo a sentir que el mundo se convierte en un país y que los países se convierten en provincias del mundo. Es bueno, porque tenemos cosas en común, pero es malo porque se fusionan las culturas. Hay poca gente que sigue haciendo las cosas a su modo. La gente antes tenía más tiempo. No sé. Es parte del progreso, supongo. En Rusia tenías que esperar cuatro años en una lista para comprar un auto. Ahora nadie piensa en eso. Nadie piensa en lo increíble que es poder ir a la esquina y comprar uno, si tenés la plata.
¿Qué te gustaría perseguir una vez que termines de correr? Quizás sea difícil volver a una oficina.
Lo llaman depresión post-carrera. Le pasa a la gente que estuvo corriendo una distancia muy grande. En Estados Unidos hay un sendero que te lleva de Canadá a México. Una vez que terminás, que no tenés que pensar en distancias y comida y volvés a pensar en cuentas de gas y horarios, te puede pasar. Trato de no pensar en eso. Pero me gustaría ayudar a la gente. Ayudarlos a hacer lo que quieran hacer. Ni siquiera tiene que ser corriendo, puede ser cualquier cosa, como jugar al tenis. Eso.
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