Manejaba rumbo a casa cuando presenció un hecho que lo dejó sin palabras, su curiosidad sería la clave para engañar al destino.
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Iban de regreso a casa. Con las fiestas de fin de año a la vuelta de la esquina, quisieron aprovechar el trayecto sobre la Ruta Nacional 14, hacer un pequeño desvío y saludar a parientes cercanos en la ciudad de Gualeguay, provincia de Entre Ríos. El viaje transcurría plácidamente. Era un día tranquilo, el cielo estaba despejado por momentos, aunque de a ratos algunas lloviznas dispersas nublaban el horizonte.
“La Ruta Nacional 12, que une la localidad de Ceibas con Gualeguay, tenía poco tráfico Luego de pasar por una zona denominada Médanos, cerca de las 9.30 de la mañana, a la distancia observo que se detiene una camioneta y arroja algo a la banquina”, recuerda Daniel Lorente.
Impulsado por el instinto de curiosidad, Daniel redujo entonces la velocidad del automóvil en el que viajaba con su esposa para poder observar la zona en cuestión. Al acercarse, la camioneta que había frenado segundos antes para dejar ese algo que tanto inquietaba al matrimonio, reanudó su marcha rápidamente.
Apareció entre los pastos de la banquina
“¡Vaya mi sorpresa al ver que desde los pastos de la banquina salía una diminuta figura y que para colmo estaba por cruzar la cinta asfáltica. Detuve el vehículo y rápidamente bajé. Desde lejos me observaba. Lo llamé. A los saltos, con algunos tropezones, vino a mi encuentro. Era un cachorrito que entraba en una mano, todo mojado por su propio pis, con picaduras en su cuerpo, una incipiente sarna y los ojitos muy tristes y llorosos”.
Lo envolvieron en una toalla y lo subieron al auto. Sentirse protegido lo tranquilizó. “Habíamos tenido una experiencia muy linda de doce años con un perro Bóxer llamado Felipe. Cuando murió, sufrimos mucho, nos costó reponernos de su ausencia. Somos un matrimonio sin hijos y él era muy importante en nuestras vidas. Esa era la razón por la que no queríamos nuevamente pasar por esos momentos con un animalito en casa”.
Durante el viaje analizaron todas las variantes. Lo observaron mientras dormía y hasta dudaron sobre la especie a la que pertenecía. Es que el parecido con un pequeño zorro era innegable. Al llegar a la ciudad entrerriana donde estarían unas horas, el cachorro había conquistado los corazones de Daniel y su señora. Lo miraban y el con ternura los observaba como dándoles las gracias. “Pensaba en la actitud vil de quien lo tiró de ese vehículo, en el medio de la nada, sin posibilidades de sobrevivir, ya que no había caseríos cercanos que lo podrían ayudar. Qué indiferencia absoluta sobre el prójimo, sin ningún sentimiento de culpa. Cuánto tenemos que aprender de los animales”.
Pepe, un nombre simple para un perro enorme
Al retomar el viaje, luego de haberle dado un poco de agua y alimento en un platito a su medida, decidieron que lo adoptarían. Incluso se pusieron de acuerdo sin problemas sobre su nombre. Se llamaría Pepe. Cuando finalmente llegaron a la ciudad de Mercedes, en la provincia de Corrientes, donde viven, lo primero que hicieron fue llevarlo a la veterinaria del Dr. Rodrigo Sánchez.
— ¿Qué hacen con un zorro?, les preguntó sorprendido.
Luego de revisarlo exhaustivamente, el veterinario explicó que el animal tenía aproximadamente cuarenta días de vida, que pesaba 900 grs., que presentaba diversas picaduras, conjuntivitis, estaba muy desnutrido y que, efectivamente, era un perro. El cuadro era complicado y poco alentador. Pero, con infinitos cuidados y amor, Daniel y su esposa lograron que el milagro sucediera. Hoy Pepe ya tiene cinco años y es uno más de la familia.
Se convirtió en un perro muy inteligente, sumamente perceptivo. “Donde vamos deja su impronta, es muy querido por quienes lo conocen, siempre nos llegan comentarios elogiosos sobre nuestro querido cuatro patas”. Su día comienza temprano: espera a Daniel para recibir las caricias de los buenos días y su pequeño bizcocho. Los tres viven en una casa con un parque importante, allí Pepe tiene su cucha, donde almacena sus juguetes.
A las ocho de la mañana, ni un minuto más ni uno menos, lo pasa a buscar el paseador Juan Pablo Fernández. Cuando Pepe lo ve llegar, la alegría es inmensa y rápidamente se dirige al armario donde está su correa. Se sienta y espera para que Daniel lo prepare. Pepe es muy educado: si no tiene la correa puesta, no sale por más que la puerta esté abierta. Cuando regresa, aproximadamente las 9.45 h, se sienta para que se lo cepille y si está muy caluroso, se dirige a la pileta de natación acostarse en el primer escalón a los efectos de refrescarse. En esa zona los veranos son muy intensos y el calor es permanente y se hace sentir.
Luego da vueltas por el parque buscando con qué jugar y, si está cansado, se sienta observar la periferia. A las 12 del mediodía recibe su primera comida. Esperando que los humanos también almuercen y, acto seguido, todos van a dormir la siesta. En verano, luego del descanso, todos van a la pileta y Pepe juega con una pelotita que flota. Cuando se cansa, queda a la sombra esperando secarse y recobrar energías. También de tarde recibe su bizcocho, como premio a su comportamiento. A las 20.30 llega el momento de la segunda comida.
“Este verano fue muy cruento, con 40 grados permanentes durante el día, sumado al humo de los grandes incendios que cubrieron el 12 % del territorio de la provincia de Corrientes, nuestra zona fue muy perjudicada. Por eso dormía con nosotros, con aire acondicionado, para mitigar, en parte, la temperatura. Lo mismo sucede cuando hay tormentas importantes. Es uno más de la familia y así lo sentimos. Nuestro cariño hacia él es inmenso. Tiene por nombre simplemente cuatro letras, pero son de una grandeza inconmensurable”.
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