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Nació en Lanús, vivió en Banfield, después se fue detrás de un amor a Brasil, voló a España. Volvió. Siempre trabajó. Desde los tres meses. Bebé de publicidad, chica de tapa de revistas, una de las caras más recordadas de Utilísima, el canal de cable para las mujeres donde estuvo 11 años. Verónica Varano creció con generaciones que la vieron posar en la playa en bikini, actuar en cine y telenovelas, conducir en televisión.
Con cinco años fue la amiguita de Gabriela Toscano (también entonces una nena) en La Mary. También Aldana en Grande Pá (1991); Daniela en Mi cuñado (1993), exitazos de la televisión. Y la lista continúa: La tota y la Porota (1990), Amigos son los Amigos (1990), Alta Comedia (1992). Si hasta fue la chica del video musical en el que Luis Miguel canta “Entrégate”. La mujer de los ojos verdes enormes. La de la sonrisa fácil y el cuerpo de sirena.
Las revistas la buscan desde siempre. Y eso que evita hablar de su vida privada. Del divorcio del papá de sus hijos (25, 22 y 20 años), el cardiólogo Martín Lombardero, con quién estuvo casada 12 años. De algún que otro romance. Sin embargo, el tema vuelve. Está arrancando una relación afectiva con el galán de telenovelas Gustavo Bermúdez. Las radios la llaman, los portales de noticias tratan, primero, que lo confirme, después que cuente cómo nació el amor. Y nada, o muy poco. “Prefiero no entrar en esa zona. El derecho de uno termina donde empieza el derecho del otro”, sentencia, y no queda claro si lo dice por preservarse ella o por Gustavo, por respetarlo o por no meter la pata.
“Voy donde la vida me lleva”
Estrena relación amorosa, pero también se está pensando afuera de los medios. Hace un par de años, con más de 50, empezó a estudiar Psicología en la Universidad de Belgrano. La tentó el hecho de que otorgue un título habilitante para trabajar en Europa. Quizás, por qué no, para irse algún día a vivir afuera, si ya tiene la ciudadanía italiana… Quiere especializarse en hipnosis.
- ¿Hipnosis? ¿La probaste?
- No, nunca. Pero me gustaría aventurarme en esa especialidad. Siempre fui una curiosa de la mente, y con la hipnosis podés entrar y ayudar a un montón de gente. Me siento con la seriedad, el compromiso, la amorosidad de hacer eso y no lastimar a nadie. Que la gente confíe también tiene mucho que ver con la entrega del profesional.
- ¿Te imaginás afuera de los medios?
- Nunca me imaginé ni adentro ni afuera. Ni en ningún lado. Voy donde la vida me lleva. Me ha llevado a lugares increíbles. A otros que no lo fueron tanto. Todo es aprendizaje. Hace unos años, hubiera dicho que solamente me iría por mis hijos. Pero ahora no lo sé. Porque me puedo ir por mi también. A mis hijos los crié, apuntalé, ya está. Son grandes. Amar es libertad. El amor es libertad ciento por ciento. Voy a estar siempre, de la manera que pueda.
La pandemia interrumpió algunos de sus proyectos, y empujó a otros. Además de estar en canal Nueve junto al comediante Diego Pérez los fines de semana, ciclo que tuvo que discontinuarse ante la dificultad de tener que convocar invitados en vivo, Varano había armado una serie de charlas bajo el título “Reinventarse”, que llegó a dar en un hotel cinco estrellas de Asunción, Paraguay, y en un crucero que hacia viajes para mujeres a Río de Janeiro. ¿Casualidad o destino? Su plan es poder relanzar estas presentaciones en marzo, para que se pueda acceder de forma gratuita a través de las redes, un ámbito que ya exploró durante todo el 2020 con sus clases de yoga.
- ¿Cómo surgió lo de dar clases de yoga en Instagram?
- Hace 8 años que soy instructora de yoga. En la cuarentena estaba haciendo yoga con mi hija en la terraza, tengo unas telas para colgarnos, también con mi vecina Margarita, que nos acompañaba desde su terraza, y Beto Casella, que es amigo, me insistía para que subiera las clases a las redes. No me animaba, tenia miedo de que alguien se pudiera lastimar, soy re obsesiva. Pero cuando empecé a ver que la pandemia se extendía, me animé. Era todo un desafío. Y salió: voy por la clase 280 y hay videos que tienen más de 45 mil reproducciones. Todos los días a las siete de la mañana estoy ahí, lista. Los sábados y domingos, a las nueve.
- Si esto no es reinventarse…
- Ahora sé lo que no me gusta. O que no quiero. Lo que me va a hacer crecer y lo que no. Prefiero hacer estas cosas que le llegan a mucha gente. Encontré mi Kigai que en japonés quiere decir “la razón de vivir”. Cuando entré a la facu me preguntaron por qué quería estudiar. Tengo claramente una gran vocación de servicio. Me sale por los poros. Es como el subconsciente, puja, puja y sale.
- ¿Apareció con la edad?
- No es de ahora, es de siempre. Tenía 11 años, levanté un chico de la calle y me lo llevé a mi casa. Estuvo dos días durmiendo debajo de mi cama sin que mis padres supieran. Tenía a mis hermanas calladas bajo amenaza (risas). Estaba solito, me lo subí a la bici y me lo llevé. Debía tener unos 6 años. ¡Cuando lo descubrieron! Le dije a mi papá que por qué no se podía quedar a vivir con nosotros. Que tenía lugar en mi cuarto. Me explicó que si lo hacíamos él iba a tener problemas con la policía y lo terminamos llevando a la comisaría. Entendía la cuestión. Me acuerdo de haberlo visto llorar a mi viejo, escondido.
- ¿Supiste qué fue del nene?
- Me volvió a llamar, se había ido a vivir a una obra en construcción y lo fui a ver. Pero mi hermana les contó a mis padres y me dijeron que no podía volver, que corría peligro, que no era lugar para una nena.
- ¿Cómo te ves en diez años?
No soy una persona que visualice a futuro. No se ni en que estaré. Tengo esa flexibilidad mental. Me dejo sorprender por la vida, básicamente es eso.
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