Venecia: la meca del arte
Mágica y misteriosa, la ciudad convoca la expresión artística del mundo en una bienal con 110 años de historia
VENECIA.– "La bienal es un parque temático dentro de otro parte temático." La definición del español Antoni Muntadas sigue siendo imbatible cuando se quiere entender ese fenómeno único que es la Bienal de Venecia, mágico convite de las artes visuales que cada dos años, desde hace 110, toma por asalto una ciudad que es en sí misma una obra de arte.
El vaporetto arranca en cámara lenta con su panza hinchada de pasajeros. Desde el muelle del Piazzale Roma, primera estación del trayecto que por el Gran Canal llevará a los visitantes a los Giardini del Castello. En ese pulmón verde de los tiempos napoleónicos, el rey Humberto I de Saboya inauguró, en 1895, la primera edición de la bienal. Más de treinta pabellones nacionales, construidos a lo largo del siglo XX, escoltan la avenida de plátanos bautizada Harald Szeemann, en honor al crítico suizo, que fue dos veces curador en Venecia.
La Argentina no tiene pabellón. Nunca lo tuvo, aunque en una oportunidad Guido Di Tella, entonces canciller, supo recorrer los Giardini en compañía de su par italiana, la distinguida Susana Agnelli, madre de Cristiano Rattazzi y hermana de Gianni, el recordado avvocato patrón de la Fiat. Años más tarde, Jorge Glusberg levantó un pabellón de madera con el ánimo de que se volviera realidad aquello de que "no hay nada más definitivo que lo transitorio", cosa que en este caso no se verificó.
En la edición número 51, abierta hasta noviembre próximo, la Argentina ha instalado su envío en un oratorio del siglo XVIII, difícil de encontrar en el laberinto veneciano. El esfuerzo bien vale la pena: Jorge Macchi y Edgardo Rudnitzky han dado un do de pecho con su instalación sonora, bautizada La ascensión (ver página siguiente).
Como la corriente de agua que va y viene con la marea, de la ferrovía a San Marco, la bienal ha sobrevivido crisis, guerras y dictaduras. Adaptando el modelo a las necesidades del momento –por ejemplo, fue escenario de un encuentro histórico entre Hitler y Mussolini–, hoy se prepara para la mayor transformación de su largo siglo de vida, bajo la batuta de Robert Storr, norteamericano de la escuela del MoMA de Nueva York, que tiene una ambiciosa hoja de ruta para la edición 2007.
Ellas curan
La edición 51 ha sobrevivido también a la artillería disparada contra las curadoras españolas Rosa Martínez y María de Corral, convocadas en el último tramo de la organización.
Por primera vez en la historia, les tocó a las mujeres escribir el guión curatorial de esta feria de vanidades, a la que la francesa Annette Messager comparó con un casino, palabra de connotaciones pesadas en lengua italiana. Para nosotros es el lugar donde la suerte les pone precio a las ilusiones: todos los artistas apuestan, pero pocos, sólo algunos, ganan. Annette Messager, representante de Francia, se alzó con el León de Oro por una instalación consagrada a Pinocho, el muñeco de madera y nariz delatora que junto con Casanova conforman la pareja de personajes de ficción más famosa de Italia.
Otro italiano, el dibujante Hugo Pratt, conocido y querido por los argentinos, creador del Corto Maltés, inspiró a la curadora catalana Rosa Martínez con una frase de interpretación abierta: "Sempre piu lontano". Y sí. El arte siempre puede llegar más lejos.
Desde los trazos primitivos de las cuevas de Altamira, los artistas no han hecho otra cosa que correr los límites hacia territorios desconocidos, por la sencilla razón de que ellos ven antes lo que todavía ignoramos. "Atención, la percepción exige tiempo", dice un sticker rojo que reparten las azafatas de la bienal, junto con el pocillo de café ristreto de Illy, principal sponsor de la muestra. Y esta leyenda cobra sentido porque el arte contemporáneo no es una cuestión que se liquida en cinco minutos de observación; no basta con una visita a vuelo de pájaro.
Pecan de superficiales los medios que se demoraron más de la cuenta en analizar los dichos del ministro de Cultura, Rocco Buttiglioni, cuando condenó "la escasa presencia de artistas italianos", y otro tanto sucede con los fotógrafos hipnotizados con una araña de caireles realizados con tampones, obra de la portuguesa Joana Vasconcelos.
Ya se sabe, un poco de escándalo aumenta el centimetraje y mejora el marketing. Rosa Martínez eligió, para abrir su propuesta en los Arsenales, afiches de las Guerrilla Girls, esas traviesas chicas norteamericanas que nunca muestran la cara y atacan sistemáticamente al establishment cultural porque nunca imaginó un dream team formado por mujeres.
Los premios
Las españolas decidieron armar su equipo y entregar los Leones de Oro (máximo galardón de la mostra) a la francesa Annette Messager, a la guatemalteca Regina José Galindo y a la norteamericana Barbara Kruger. Bajo el lema "la experiencia del arte", María de Corral, ex directora del Museo Centro de Arte Reina ÛSofía de Madrid, logró imponer su punto de vista.
El pabellón central tiene piezas museográficas como las fotos de Thomas Ruff, la escultura de Rachel Whiteread y las pinturas de Bacon. Más trabajos de los argentinos Jorge Macchi, Leandro Erlich; dos argentinos más, Sergio Vega y Carolina Werlich, integran la selección joven de Rosa Martínez.
Quita el sueño y perturba la obra de la guatemalteca Regina José Galindo, un video en el que una mujer frente a la cámara depila íntegramente su cuerpo con una hoja de afeitar; la acción es ejecutada con tanta calma que el gesto –pura violencia– se asemeja a una caricia perversa.
Las nuevas estrellas bienales son los artistas chinos. China es el último socio invitado y tendrá pabellón propio en 2007. Tiene su lógica: el Asiatic power es imparable. Los gurúes de la economía aseguran que en 2050 los chinos tendrán un poder adquisitivo equivalente al de los norteamericanos. Serán, entonces, más de mil millones de chinos viajando por el planeta y, tal vez, haya que cerrar definitivamente con llave la ciudad de Venecia y cobrar entrada como en Disney.
Perderse, otro arte
Mientras tanto, Venecia recibe enormes contingentes de turistas que corren detrás del paraguas del guía como el madero salvador, en medio de la batahola de palomas que es la Plaza de San Marco. Al mediodía no cabe un alfiler, pero es recomendable llegar al Florian después de las siete de la tarde, cuando la brisa que viene del mar acompaña el sonido de la orquesta que toca una versión edulcorada de Titanic; ése es el momento en que los habitués se dejan tentar con un clásico trago veneciano: el Bellini.
Quien busca la paz por la mañana, puede acelerar el paso, cruzar frente al Puente de los Suspiros, sin embestir a los cientos de turistas que quieren el fondo para la foto, y llegar a los Giardini del Castello, invadidos por el perfume de los tilos en flor. El amor por los colores, los olores y los sabores es un dato más de la sensualidad veneciana que atrapó por igual al Canaletto, a Turner, a Peggy Guggenheim, a Thomas Mann y a Lucino Visconti.
Es fácil de entender: en Venecia, como diría Pavese, lavorare stanca (trabajar cansa); el placer es caminar por los recodos, recovecos y pasajes de una ciudad en la que es más fácil perderse que encontrarse. Pero ¿hay acaso algo más fascinante que sentirse perdido y estar en Venecia?
Para saber más:
www.labiennale.org
La ascensión
Al final de la calle Della Fava está el oratorio de San Filippo Neri, construcción del siglo XVIII, lugar elegido por la dirección de Asuntos Culturales para presentar el envío argentino. Con la curadoría de Adriana Rosenberg, la instalación sonora de Jorge Macchi y Edgardo Rudnitzky fue presentada con una performance en la que un gimnasta intenta "ascender" con los saltos sobre la cama elástica, mientras la partitura es ejecutada por una viola da gamba. El envío, impulsado por la embajadora Gloria Bender y Sergio Baur, fue apoyado por la mecenas Nelly Arrieta de Blaquier, la Fundación arteBA y Romikin SA.
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