¿Varietales o genéricos?
Se plantea casi un debate cuando se habla de los vinos elaborados a partir de una variedad de uva (en la Argentina debe tener, como mínimo, un 85% de la cepa) y de aquellos en los que intervienen al menos dos tipos de uva, denominados de corte, genéricos, assemblage o blends.
Hace varios años, estos últimos eran protagonistas en nuestro país, en parte por la confusión que había en muchas viñas y porque tomaban como referentes a importantes regiones europeas, en las que se distinguen este tipo de vinos.
Sin embargo, el nuevo mundo fue testigo de un fenómeno bastante curioso cuando comenzó a ubicar el nombre de las cepas en las etiquetas. Logró atraer y fidelizar un nuevo consumidor, a quien se le facilitó la elección de un vino ante una góndola o la carta de un restaurante.
Al mismo tiempo, muchos productores han destinado vinos de corte para sus líneas más altas, entendiendo que la suma de varias cepas pueden lograr mayor complejidad e impacto.
Para muchos la varietalidad es sinónimo de identidad, pero la pregunta sería si es solo la uva la esencia de un vino.
Cabe mencionar la tendencia que muestran algunas etiquetas con referencias tales como single vineyard, el nombre de una finca pequeña o directamente el nombre de la localidad de manera visible, reflejando así todo lo que un terruño puede aportar mas allá de la uva.
Acerca del viejo mundo se pueden mencionar extraordinarias regiones que elaboran varietales maravillosos: Barolo con su nebbiolo, Borgoña con sus chardonnay y pinot noir, o Rheingau con su riesling. Otros tantos ejemplos surgirán para vinos genéricos: desde los excepcionales vinos de Burdeos o Ribera del Duero hasta los Portos y Tokaji.
Dependerá más de cada vino, y su estilo único e irrepetible, que del mero hecho de ser de corte o varietal.
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