Vargas Llosa en su tierra: la intimidad del viaje con Isabel Preysler
Un encuentro en la ciudad natal del escritor para celebrar su cumpleaños, junto con amigos y su mujer, que viajó por primera vez a Perú para acompañarlo
AREQUIPA
Mario Vargas Llosa cumple años y ha decidido celebrarlo en su tierra natal. Por eso, el Premio Nobel de Literatura ahora está rodeado de unas setenta personas –algunas vestidas con trajes y sombreros típicos– que entonan a coro el happy birthday arequipeño. Ha dejado en suspenso una historia “interesantísima”, que “podría ser una novela” (¿tal vez su próxima?) y que les venía contando en cuotas a sus privilegiados compañeros de mesa entre saludo, foto y entrega de regalo, para dejarse arrullar por el cántico general. Se lo ve sereno, contento, rodeado de afecto; como en casa. Al terminar la canción, este hombre de dientes sobresalientes y mirada amable infla sus pulmones y suelta el aire sobre dos velas con la forma de un ocho y un uno. Saluda, agradece breve, vuelve a sentarse y retoma el hilo como si hubiera sido asaltado por aquel cuento, como si no pudiera soltarlo, como si todo lo demás fuera decorado.
En esta intensa jornada del 28 de marzo en la que celebra su cumpleaños, don Mario nos regala a algunos invitados varias buenas historias, contadas con maestría. No parece haber nada que lo encienda más. Tras recordar que dos veces Sendero Luminoso atentó contra su vida cuando era candidato a presidente, saca de la manga el cuento de un ignoto oficial de inteligencia de la policía que en el gobierno de Fujimori, sin presupuesto y gracias a su capacidad y a su audacia, dio con un joven ingeniero cuya novia, una bailarina de buena familia, había rentado una casa para una escuela de danza, donde vivía todo el comité central de Sendero Luminoso, incluido Abimael Guzmán. Los descubrieron revisando la basura, cuando dieron con un remedio para la psoriasis, enfermedad que el líder de Sendero sufre.
“Quien ve en el éxito el estímulo esencial de su vocación es probable que vea frustrado su sueño y confunda la vocación literaria con la vocación por el relumbrón y los beneficios económicos que a ciertos escritores (muy contados) depara la literatura. Ambas cosas son distintas. Tal vez el atributo principal de la vocación literaria sea que quien la tiene vive el ejercicio de esa vocación como su mejor recompensa, más, mucho más, que todas las que pudiera alcanzar como consecuencia de sus frutos. Esa es una de las seguridades que tengo, entre muchas incertidumbres sobre la vocación literaria: el escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera posible de vivir (…)”, dice en Cartas a un joven novelista (2011, Alfaguara).
Cada día sigue levantándose al alba para trabajar; su obsesión por escribir, cuentan sus amigos en este día festivo, es la que organiza su vida. Su pasión está intacta; y a él sí le ha tocado el éxito económico y el relumbrón.
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Llegó desde Lima a media mañana en un avión privado, acompañado por sus íntimos: su pareja Isabel Preysler, la mujer que desveló los sueños de Julio Iglesias, la madre de Enrique, miembro estable de la socialité europea; su hijo mayor Álvaro, y su nuera Susana (sus otros dos hijos se han distanciado tras el divorcio de su madre, Patricia Llosa); y unos cuantos amigos madrileños y peruanos con quienes viene y continuará recorriendo los destinos más turísticos de su país.
Arequipa, segunda ciudad del Perú, asentada entre volcanes y montañas y diseccionada por el río Chili, los recibió conmocionada por el evento, con una aglomeración récord de fotógrafos por metro cuadrado. Los autos encararon hacia la zona comercial y atravesaron un camino serpenteante rodeado de terrazas verdes, hasta meterse en el corazón de la ciudad vieja. Callecitas empedradas y empinadas, construcciones de sillar –una lava volcánica típica de la zona– conventos de piedra encimados que dejarían pequeños a tres elefantas, una Plaza de Armas frente a una Catedral con la rareza de que su entrada principal da al costado de la nave. El hotel donde estamos todos alojados es la antigua Casa de la Moneda y aún conserva su estilo colonial.
Hasta allí llegó también el resto de los sesenta invitados al festejo: un grupo de empresarios y políticos de distintos países de América latina asociados a su Fundación para la Libertad, de ideas liberales y en expresa guerra contra los populismos. Mañana escucharán o disertarán en un seminario bajo el título América Latina, Oportunidades y desafíos, en el que Venezuela será el fantasma más temido y la Argentina, la promesa.
Pero hoy, en este día templado que amaga lluvia y regala llovizna, con la mitad del Perú arrasado por inundaciones y aludes, con casi cien muertos, en una emergencia nacional sin precedentes (el presidente Pedro Pablo Kuczynski ansiaba ir al festejo de su antiguo amigo, pero declinó a último momento) la política quedará en segundo plano. Sobrevolarán más bien sus historias, sus personajes, sus novelas, las piezas del rompecabezas de su vida, los recuerdos de su infancia.
El festejo empezó al mediodía, cuando Vargas Llosa hizo entrega de unos 7 mil libros de su biblioteca personal –ya lleva 15 mil y promete 15 mil más– a la Biblioteca Municipal de Arequipa. Venía recibiendo ofertas millonarias de posibles compradores, pero decidió que fueran parte de su legado público.
A las 14, las cosas continúan en la Picantería La Nueva Palomino, su restaurante favorito, donde el escritor se entusiasma con uno y otro plato (son decenas los que nos van sirviendo), pregunta y explica sobre sus ingredientes. Ofrece. Degusta en silencio. Habla de sus recuerdos lindos de un viaje por Salta. Come en silencio otra vez, como degustando.
Ha probado con entusiasmo casi todos los manjares de la comida tradicional que humean desde las ollas de barro (guisos de pato, quinoa y calabaza, salsa de erizo, papa al horno gratinada, locro de pecho…). Sólo ha declinado el cuy, que lo espera frito y empanado con uñas, dientes y hasta una expresión aterrada. Y se jacta de nunca haberle hecho el honor.
Conversa sobre la situación política en Perú y la Argentina. Y al rato cuenta que es fanático del fútbol, que va a alentar a Real Madrid (de la ciudad donde vive), que nunca escribió sobre el tema, pero que en sus novelas aparecen varios personajes futbolistas. Que en Perú sigue a Nacional, que en la Argentina, a Boca, y que considera a la Bombonera como una leyenda mundial.
Las paredes en la Picantería son de madera, los manteles coloridos, los mozos circulan vestidos con sombreros y trajes típicos y, justo al fondo, suena una banda en vivo que toca folclore local. Isabel Preysler está sentada sobre su cuerpo mínimo y lánguido de un metro setenta. Conversa, cortés, con la gobernadora de Arequipa, de 31 años, que está a su lado. Preysler la dobla en edad. Viste un pantalón negro recto y una camisa blanca con estrellas en negro, discreta, elegante. Nunca había estado en la tierra de su actual pareja, por eso este viaje tiene un sabor especial. Pasarán una noche en Machu Picchu, en el hotel cinco estrellas que está adentro del predio de las ruinas incaicas, y espera con ilusión la luna llena.
Hubo una vez en la que Vargas Llosa decidió festejar su cumpleaños en la Argentina. Era 2008 y los policías que guiaban el ómnibus que los trasladaba del restaurante al hotel le hicieron una emboscada y lo guiaron al centro mismo de una marcha de la izquierda, en la que agitaba Quebracho, en el marco del Congreso de la Lengua. Casi lo muelen a palos. Las maderas se estrellaban contra las ventanillas del micro, los vidrios volaban. Las puertas resistieron de pura suerte. Un par de empresarios alemanes miraban azorados. Una joven periodista ecuatoriana presa del pánico se dobló en dos como un muñeco articulado, hasta caber debajo del asiento. Necesitó muchos años para recuperarse del susto y un nuevo gobierno para volver a sentirse bienvenido.
Ha soplado ahora las velas con el ocho y el uno en medio de aplausos y vítores y, justo antes de volver a la historia sobre el joven oficial que consiguió detener a la cúpula de Sendero Luminoso, la Gobernadora le acerca un regalo muy especial. Es la escultura de un hipopótamo hecho de sillar. Desde que vio nacer a uno, Vargas Llosa los colecciona. Dicen que da suerte.
Después, la gobernadora habla entusiasta sobre “todo lo que lo queremos y lo orgullosos que estamos de Mario” y el almuerzo cierra con un postre de helado de queso, que se come con buñuelos fritos de alguna fruta dulce; un manjar.
Alimentados como vacas rumbo al matadero, volvemos al hotel para descansar dos horas antes de emprender el próximo raid tras los pasos de la historia personal y profesional del Premio Nobel de Literatura 2010.
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La casa de Arequipa donde nació, el 28 de marzo de 1936, hoy es un moderno museo dedicado a su vida y su obra. Son dos pisos que han sido remodelados para la nueva función. Por fuera las paredes están pintadas de un gris muy claro y hay ventanas y balcones de madera reluciente en forma de arco. El museo fue inaugurado hace pocos meses.
En la planta baja está la recepción y la sala de espera, llenas de posters de la promoción de sus libros, sus obras de teatro y los certificados de algunos premios. En un rincón llama la atención una caricatura de Vargas Llosa metido dentro de una bañadera, apuntando con un duchador a un hipopótamo que, a su lado, se lava la espalda con un cepillo color rosa. En la parte de abajo del dibujo, dice: “Con esta musa no es de extrañar que su obra tenga tanto peso”, y está firmado Gallego & Rey, 1985.
Subiendo por una rampa hacia el segundo piso, empieza la aventura de su vida. La luz es tenue. En el primer cuarto, un holograma del escritor nos saluda, da la bienvenida y presenta el recorrido que estamos por iniciar. Luego se prende mágicamente una radio de aspecto antiguo que transmite el informativo del día de su nacimiento, y dice algo referido a un golpe militar. A la salida, en el hall entre un cuarto y otro, los antepasados de Vargas Llosa nos miran desde las paredes. Está su madre, su abuela materna, su abuelo, sus tíos a caballo con trajes antiguos. Los muebles de las paredes son réplicas de los de aquella época. Más allá está la habitación en la que nació Don Mario, que luce como en aquel entonces. Tendrá unos cinco metros por seis, hay un placard, un espejo, un caballo de madera que se mueve en vaivén y la cama donde todo empezó, con cuatro columnas sosteniendo una tela blancuzca como si fuera un telón. Apenas instalados en unos bancos laterales, empieza la función: se proyecta en la cama la actuación de la escena de su nacimiento, con doña Dorita Llosa Ureta acostada haciendo fuerza en el parto, la abuela del escritor haciendo de partera y avisando a su marido, Pedro J. Llosa Bustamante, que el niño nació; y el momento en el que su madre lo nombra: “Se llamará Mario”.
Después pasamos a otra sala donde la voz del mismo escritor nos cuenta, con imágenes de fotos proyectadas sobre uno de los placares antiguos, el traslado de su abuelo materno y de toda la tribu a Santa Cruz, Bolivia, para administrar una finca algodonera cuando él tenía un año de vida; los juegos y travesuras de aquella infancia feliz con dos de sus primas; su fascinación por el cine y en especial por Sangre y arena, la película protagonizada por Tyrone Power y Rita Hayworth que lo convenció de que cuando creciera, sería torero. Se nota que Vargas Llosa intervino en todos los detalles; en el relato está su pluma y eso lo hace tan vívido como sus novelas.
En la intimidad de aquel cuarto en tinieblas, la voz afectada de Vargas Llosa también nos cuenta el momento en el que se enteró, a sus diez años, que su padre estaba vivo y la tiranía de este hombre que aparecía en su vida y que lo subyugó durante los años en que vivieron bajo el mismo techo, en Lima. De niño había empezado a leer con fervor, y como no soportaba llegar al final de un libro, le escribía uno y otro final alternativo de manera de seguir viviendo en la historia. Se refugió en la lectura y en la escritura. Para Ernesto Vargas Maldonado era una actividad poco varonil y decidió enderezarlo enviándolo al Colegio Militar Leoncio Prado.
En la sala siguiente los visitantes nos convertimos en pasajeros de la historia del tren de su profesión. Nos sentamos en los asientos de un vagón con pantallas en lugar de ventanillas, ambientado en París, mientras en imágenes un locutor nos va contando sobre su romance y primer matrimonio con su tía (política) Julia (La tía Julia y el escribidor), el consejo decisivo de su tío Lucho, quien le sugirió que no abandonara su pasión literaria y que sólo aceptara trabajos que le dejaran tiempo para escribir (fue periodista, cajero de banco y hasta redactor de lápidas), el premio que ganó por su primera novela La ciudad y los Perros, que le permitió su publicación en 1963 en Seix Barral. Más tarde escucharemos, de la voz del propio Vargas Llosa, sobre el momento en el que decidió retirar su apoyo a la Revolución cubana, que lo enfrentó con gran parte de la intelectualidad de la época.
El recorrido sigue entre fragmentos de películas basadas en sus novelas, cuentos sobre el mundo literario, sobre su inspiración y sobre su relación con otros escritores, hasta dar con la última de las dieciséis salas, un recorrido que dura unas dos horas.
Abajo, el patio trasero desemboca en un teatro donde nos esperan un cóctel de bebidas y canapés, el escritor y su pareja que llegan sobre la hora y el momento más curioso del día: una obra de teatro en base a fragmentos de sus novelas.
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Hay un soldado cargado de ira y violencia a quien apodan El Jaguar, el protagonista de La ciudad y los perros arranca la escena con un rock intenso, desplazándose como animal enjaulado sobre un escenario que simula ser la celda de una prisión y que discute con otro recluta llamado Alberto, quien lo acusa de haber matado a un tercero.
Hay dos hombres que se encuentran después de mucho tiempo, uno es Ambrosio –el verdugo de la perrera municipal– y el otro Santiago Zavala, Zavalita –un periodista devenido editorialista– y que deciden seguir conversando en un bar llamado La Catedral. Más tarde habrá una Aída, un Jacobo y un Don Fermín en escena, quienes entonarán las letras que Vargas Llosa concatenó en la novela que elegiría de entre todas sus obras, si tuviera que salvar una del fuego.
Hay una niña mala que va madurando en el tiempo (y que en realidad son tres actrices), quien hace travesuras con sus amantes, quien flirtea sensualmente con un hombre al que llama Ricardito una, y otra, y otra vez a medida que pasan los años, hasta que la promesa de un encuentro más íntimo, al fin, parece que fuera a concretarse.
Hay una mujer llamada Flora Tristán, abuela del pintor Paul Gauguin, que monologa con fervor sobre el destrato y el lugar humillante al que relegan los hombres de su tiempo a las mujeres, sobre los prejuicios, sobre los costos de ser una de las primeras feministas.
Hay una obra de teatro actuada de mil maravillas sobre textos de cuatro de las novelas de Mario Vargas Llosa que se estrena el día de su cumpleaños, como un homenaje, y que al final, parece complacer y emocionar al escritor.
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A don Mario se le revelaron los invitados y a pesar de que el código de vestimenta indicaba traje y corbata, aceptó de buen agrado la camisa y saco –Isabel decidió repetir la del mediodía–. Clausura el día de su cumpleaños en Sambambaias, un restaurante tradicional de Arequipa de poco lujo, con menos guisos y más platos a la carta. Una cena en la que me tocará sentarme enfrente y en la que hablaremos en grupo sobre un collage de temas: deportes acuáticos, rutina de ejercicios diarios para mantenerse en forma, algo de política, viajes, hijos, hijos que son estrellas mundiales del pop y viven sobre un avión, próximos destinos turísticos, libros y proyectos de libros (no los suyos, pues pareciera que el Premio Nobel está hasta la coronilla de ser entrevistado sobre su literatura o de ser tratado como a un prócer).
Vargas Llosa pregunta, no da cátedra, y muestra sumo interés por las respuestas de sus interlocutores, algo que en el mundo de los personajes exitosos de la actualidad es casi una anomalía. Uno se pregunta cómo hará esta rara avis del universo literario, para mantener su ego sano. Tipo observador, que visten sus parejas pues él está obsesionado por el trabajo y no presta atención a cómo luce, Mario Vargas Llosa me dice que sería un placer que yo escribiera esta crónica; luego me sonríe, se inclina hacia atrás y me pregunta qué estoy escribiendo.
Se irá a dormir rayando la medianoche y mañana, en el desayuno, nos regalará otra historia sobre una Miss Guatemala que vive farfullando historias de intrigas; lo hará con el mismo desbordante entusiasmo de sus 81 años.
FOTOS: Gobierno regional de Arequipa, ANDINA y AFP