Había viajado para comenzar una nueva vida. Pero la pandemia lo dejó encerrado y tuvo que reinventarse
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Poco a poco comenzó a pulir una idea que venía elaborando hacía tiempo. Fue después de una ruptura sentimental y de confirmar que su bienestar estaba en la posibilidad de viajar y conocer otras culturas. Así lo había hecho, aunque de forma intermitente, durante los últimos años. De la mano del arte, su pasión y medio de vida, y con base en Barcelona, en España, donde residían algunos familiares, había conocido Holanda, Alemania, Bélgica, la república Checa, Francia, Italia, Andorra y gran parte de España.
Pero ese abril de 2019, el panorama se le presentó de forma totalmente diferente a lo que estaba acostumbrado. Los diez años anteriores había logrado vivir y viajar gracias a su estudio de tatuajes. Y ahora, con algunos ahorros y el dinero que había obtenido de la venta de sus instrumentos musicales, obras pintadas en óleo y unos (pocos) ahorros, sintió que estaba listo para la aventura.
Curioso por naturaleza, cuando a los cinco años le dieron lápiz y papel para que se quedara un poco quieto, ya no paró nunca más. Comenzó a tomar clases y, siendo muy joven, Ramiro Miret Pérez se graduó como profesor de dibujo y pintura en una academia que estaba certificada por la universidad de Morón, en la provincia de Buenos Aires. “Desde muy chico me gustó la música y ver especialmente a los miembros de Guns N’ Roses, la banda de hard rock estadounidense, llenos de dibujos en el cuerpo me alucinaba. Cuando en las clases mi profesora empezó a darme anatomía de huesos me fasciné con el cuerpo humano, sus músculos y movimientos. En 2010 diseñé varios tatuajes a amigos y los acompañé a tatuarse. Cuando me di cuenta, estaba con una máquina en la mano y al año siguiente abrí mi estudio en la ciudad de Villa Cañas, en Santa Fe, mi pueblo natal”.
Llevaba una vida tranquila, pero tenía sus obligaciones y compromisos. El trabajo en su estudio de tatuajes le ocupaba gran parte del día. Además, daba clases de muralismo en un Taller Municipal orientado a jóvenes con problemas de adicciones, violencia doméstica. Y, para relajarse en su tiempo libre, había empezado con el hobby de fabricar su propia cerveza artesanal.
Cortar lazos
Pero todo aquello no fue excusa para que finalmente diera el gran paso y viajar a Barcelona desde donde -pensaba- comenzaría a dar forma a su nueva vida. Llegó a la ciudad española un 27 de enero de 2020. Alquiló una habitación como vivienda y pintó dos pequeños murales el primer mes. Sin embargo, a mediados de marzo el mundo quedó suspendido en la burbuja de la pandemia y Ramiro adentro de ella, por supuesto. “Pasé cinco meses intentado conseguir trabajo de lo que fuera. Pero no solo Barcelona sino que el mundo estaba en stand by y tampoco me ayudó que no llegué a hacer el DNI español. Solo tenía el pasaporte. Pero el mismo día que reuní toda la información y conseguí cita, cerraron todas las oficinas gubernamentales, colapsaron todos los llamados, las páginas webs y cualquier medio por el cual contactarse”.
La incertidumbre de no saber hasta cuándo debería permanecer encerrado fue lo más difícil de enfrentar. “Soy un afortunado de experimentar tanto con el arte, por eso digo siempre que el arte realmente me salva la vida. En esos meses no tenía muchos materiales para pintar y además estaba todo cerrado. Me reinventé (como muchas otras veces) y me puse a escribir. Escribí cosas mías, jugué a que mis personajes fueran mis amigos y contar nuestras historias en las redes sociales”.
En mayo, luego de insistir infinidad de veces logró que la policía lo atendiera y le extendiera el tan ansiado DNI que le facilitaría conseguir trabajo. O al menos eso era lo que pensaba. “Solo podíamos salir una vez y había franjas horarias para hacerlo. Yo usaba ese momento para ir al supermercado y era terrible porque tuve que usar a la tarjeta de crédito de Argentina que me sumaba el 65% más a cada compra por estar en el extranjero y el impuesto país”.
Una corazonada con sentido
La situación se había vuelto insostenible. Hasta que en junio Ramiro recurrió a la última opción que sentía que le quedaba. Gastó 350 euros de los últimos 400 que le quedaban en un curso que lo habilitaba para tatuar de manera profesional en España. “Fue una corazonada. Me avisaron que se había liberado un cupo para el curso de junio y lo tomé, no pensé en el después. No tenía plan B. Era todo muy día a día”.
El curso le dio la posibilidad de contactarse con colegas que le abrieron las puertas al trabajo. “Conocí a Albert que me recomendó a un estudio donde buscaban tatuador y acá estoy, viviendo muy tranquilo en un pueblo de Girona, donde formó parte societaria de un estudio. Volví a armar mi vida, tengo una nueva familia que no es de sangre pero es como si lo fuera. Hice nuevos amigos y además puedo seguir pintando y proyectando hacer trabajos con murales”.
Ramiro vive en un pueblo de 10 mil habitantes -parecido a Villa Cañas en Santa Fe, confiesa-, con la diferencia de que a 20 km se encuentra la Costa Brava, a 12 km Girona, a 80 a Barcelona y a 70 el límite con Francia. “Se llama Cassà de la selva, es un pueblo muy tranquilo, la gente me aceptó desde el día cero como uno más. Mi vida cuando no estoy trabajando es simple. Salgo a caminar por la montaña, a veces me acerco al mar, tengo amigos con los que compartir una cena o un trago. Y cuando llego a casa, me gusta cocinarme algo rico y tocar la guitarra mientras. Creo que es lo que siempre quise”.
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