Viajó para tramitar una ciudadanía, pero la pandemia cambió sus planes; tuvo que buscar trabajo y la oportunidad surgió del lugar menos pensado.
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Estaba en la cuerda floja. Luego de una separación y con la idea de tomarse un tiempo a solas, había decidido viajar a Italia para tramitar allí su ciudadanía. Le dijeron que la gestión le llevaría dos meses y dispuso el dinero necesario para ese tiempo. Pero la pandemia trastocó sus planes y esos dos meses se extendieron a un año entero.
Cuando comenzaron a ceder los contagios y los países volvieron a la actividad, buscó trabajo en todos los rubros que pudo. Pero no consiguió nada. “Una amiga tenía un amigo italiano que buscaba gente para su local de apuestas. Entonces le envié el CV, donde, además de los conocimientos que había adquirido a lo largo de los años, figuraba que soy profesora de yoga”.
— Tengo ataques de pánico, le respondió el hombre al día siguiente. ¡Quiero probar una clase!, decía el mensaje
“Buscaba quitarme la sensación de vacío”
La invitación al mundo del yoga le había llegado siete años atrás de la mano de una amiga. Siempre había disfrutado de hacer deportes, bailar y poner el cuerpo en movimiento. De hecho, hacía varios meses que se encontraba en una suerte de búsqueda de alguna actividad que la hiciera sentirse feliz. Pero la realidad era que ninguna la convencía como para dedicarse de pleno a ella.
Hasta entonces, su vida había girado en torno al deber ser. Trabajaba en empresas donde pudiera obtener un buen ingreso y aceptaba esa clase de trabajos corporativos que la sociedad califica como “exitosos” solamente por una conveniencia económica ya que aquella dedicación no la satisfacía en ningún otro sentido. Estaba perdida en un camino lleno de altibajos. Iniciaba y dejaba a la mitad los cursos, carreras de grado y diversas formaciones profesionales. Probaba. Intentaba.
“Buscaba encontrar alguna cosa, solo una, con la cual pudiera quitarme esa sensación de vacío. No tuve éxito. Tal vez, se debió a que las elecciones de los cursos y/o carreras que elegí, las hice en base a las opiniones que me daban otras personas. No sabía lo que quería, no me conocía y buscaba, a través de los otros, encontrarme a mí misma”, recuerda Noelia Rondoletti.
Pedía recomendaciones para que otros la ayudaran a encontrar su camino, su ruta. Desconocía lo que la apasionaba, lo que disfrutaba hacer, lo que la hacía sentir verdaderamente. “Hoy no me juzgo, porque esa etapa de desconocimiento total de mi propio ser, fue lo que me guio a construir esta mujer que hoy soy y que amo muchísimo. Estaba atravesando el último año de mi carrera de Seguridad e Higiene, me faltaban solamente dos materias para recibirme y, en ese momento, mi vida dio un giro y cambió completamente su rumbo y sentido”.
Una clase de yoga y un mundo de posibilidades
Fue en ese contexto que, un día, como cualquier otro, una amiga le propuso ir juntas a una clase abierta de yoga. Decidió acompañarla. “Unos días antes de la clase abierta, mi amiga se enteró de que estaba embarazada, su felicidad era absoluta ya que estaba buscando desde hacía mucho tiempo. Obviamente, para cuidar esta nueva vida que estaba empezando a gestar, decidió saltar la clase. Y esta vez, por primera vez, sentí fuertemente el deseo de ir igual. Fue la primera vez que me volvía a escuchar, que me hacía caso. La comunicación conmigo misma comenzaba a resurgir”.
Llegó temprano al espacio donde la habían citado. Estaba inquieta, con ansiedad. No conocía nada acerca del yoga y se preguntó si hacía bien en estar sola en ese momento y en ese lugar. La sala estaba completa. No había lugar para una persona más. Con el inicio de la clase, cada practicante se ubicó en su colchoneta para empezar el viaje hacia su interior. “Poco a poco, la intensidad del Hatha Yoga tomaba el protagonismo y no dejaba espacio para ver más allá del mat”.
El único y difícil trabajo de Noelia en ese momento era mantenerse atenta a la respiración, al equilibrio, a la fuerza y a la flexibilidad. No había distracción posible. Aunque las actividades corporales siempre habían formado parte de su vida, ella nunca había sentido esa sensación antes. La práctica del yoga había tocado dentro de ella una parte muy sensible y vulnerable.
“A mi ego le incomodaba grandemente la exposición de mis debilidades. Sin embargo, fue este momento, fueron estas debilidades, las que me permitieron ver como en espejo mi propia alma, mi verdadera esencia, manifestándose a través de mi cuerpo. A medida que avanzaba la clase, mis limitaciones quedaban al descubierto. El equilibrio, la respiración, la falta de flexibilidad, todas acciones que desconocía, mi ego se enfurecía cada vez más. Llegó la relajación y me llevó a conectarme con sensaciones y emociones que no había sentido hasta entonces”.
Al salir de la clase, sintió que flotaba. Las posturas aún vibraban en su supero y su mente se encontraba completamente relajada. Mientras caminaba a casa, las lágrimas caían sin esfuerzo, llenándola de una increíble sensación de liviandad. Era como si las posturas, la respiración profunda y consciente, las palabras de su maestro hubieran tocado sus traumas, sus dolores y las lágrimas brotaban a modo de sanación.
Ese día sintió que había vuelto a nacer. A las pocas semanas, comenzaba en ese lugar un instructorado de Yoga. Sintió el poder de su intuición nuevamente. Lo escuché. Le hizo caso. Su vida comenzó a tomar sentido. Decidió que era el momento de abandonar la carrera que estaba por finalizar. Ya no tenía sentido seguir detrás un objetivo que no la representaba. Cada clase que tomaba con sus profesores de yoga le confirmaba que ese era el camino que quería hacer, que esa era su vocación.
Paso a paso, se fui animando a recorrer verdaderamente el camino que conscientemente había elegido. Renunció a su trabajo, aquel al que asistía solo por obtener un buen salario pero que la hacía infeliz. Era un mal ambiente laboral y le dolía cada jornada que pasaba en las oficinas de la empresa. El yoga le estaba dando las herramientas para tomar aquellas decisiones alineadas a quien era ella realmente.
Viajar para abrir horizontes
En 2019 un nuevo cambio golpeó su puerta. Noelia se separó y, en 2020, con la idea de tomarse un tiempo a solas, decidió viajar a Italia para tramitar su ciudadanía. Le habían comunicado que la gestión demoraría dos meses. Pero la pandemia trastocó sus planes y tuvo que permanecer en aquel país durante un año ya que no había vuelos.
“En plena pandemia empecé a dar clases de yoga online a mis exalumnos de Argentina”. Pero, lógicamente, los pesos que ganaba no le alcanzaban para mantener su economía. Hasta que comenzó a repartir currículos por todos lados y un pedido especial la ayudó a salir adelante.
A quien le solicitaba clases de yoga para calmar sus ataques de pánico le respondió que con gusto lo ayudaría. Pero que necesitaba unos días para pulir su italiano ya que la clase, como mínimo, requería hablar una hora sin parar. Se preparó y comenzó con aquel alumno. “Empezamos y ¡fue mágico! Estuvo tomando clases muchos meses. Cuando volví a la Argentina continuaron las clases online. Hoy ya es un amigo”. Fue su único trabajo en Italia. Lo recuerda como una experiencia maravillosa y gratificante.
“La práctica del yoga me ayudó a liberarme de muchos miedos, algunos, ni siquiera me pertenecían. Me enseñó lo maravilloso de la simplicidad. La conexión con el cuerpo, la comunicación con mi mente. Me ha enseñado tanto que me quedo corta en las palabras, para describirlo. Pero lo más importante que aprendí, fue a amarme nuevamente a mí misma. Como al principio, como cuando era pequeña. Me enseñó a aceptarme, completa, con mis luces pero también y, sobre todo, con mis sombras. Hoy, el yoga se ha convertido no solo en una práctica sino también en mi único trabajo. Sigo estudiando, practicando y difundiendo esta disciplina con todo mi amor”.
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