Los cuidadores realizan trabajos semanales de prevención; se miden los decibeles de sonido del entorno y se las prepara para que no se alarmen cuando llegue la fecha de los exámenes médicos de rutina
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Hasta el año 2016, funcionaba entre las avenidas Del Libertador y Las Heras el Zoológico de Buenos Aires, que albergaba a más de mil quinientas especies de animales, entre reptiles, aves y mamíferos. No obstante, sobre mediados de ese año, el Gobierno porteño decidió imprimir un cambio perentorio tanto en la función del lugar como en su destino. Había razones para hacerlo: la presión de ONGs más las muertes de algunos animales que no se pudieron prevenir, ejercían presión sobre su administración. El caso más destacado fue el de ‘Winner’, el oso polar hallado muerto el 26 de diciembre de 2012. Veinticuatro horas antes, la temperatura en Palermo había alcanzado los 40 grados de sensación térmica.
Eventualmente, el predio dejó de funcionar como un zoológico, luego de que la administración de Horacio Rodríguez Larreta interrumpiera su concesión privada y lo estatizara. La primera medida fue comenzar a convertirlo en un “ecoparque”.
Según suscribe el sitio web del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, un ecoparque es “un espacio para promover la educación ambiental, a través de experiencias recreativas y educativas, que fomente el respeto al patrimonio arquitectónico y la rehabilitación de sus especies”.
La página agrega que “el Ecoparque Interactivo porteño será lo más parecido a un lugar de concientización sobre actividades a favor del medio ambiente [...] estará dirigido a la familia, tendrá un punto de vista original ya que contará con experiencias de educación ambiental, uso de tecnología, sin animales que habiten de manera permanente”.
Desde entonces hasta hoy, 915 animales fueron derivados, precisan para LA NACION desde la administración del predio. Unos fueron a santuarios, y otros, a hábitats naturales. También se ha optado por otras vías: existe el caso de una cebra que, desde comienzos de 2021, vive en Temaikén. El proceso es laberíntico, difícil de llevar a cabo en el corto plazo.
El sitio web consigna que “el Ecoparque no tendrá animales que lo habiten permanentemente”. Aunque aclara sobre algunas excepciones: “Otros, los de mayor edad, serán mantenidos en el Ecoparque Interactivo ya que su traslado implicaría riesgos para su salud”.
Los camellos (Pancho y Carolina) lo ejemplifican: su edad es muy avanzada, sufren de problemas en sus huesos y por ello reciben suplementos articulares y fisioterapia.
Otro es el de Buddy y Ciro (padre e hijo), las dos jirafas que quedan. Este caso se diferencia, de alguna manera: en “condiciones controladas”, una jirafa puede vivir hasta 30 años. Buddy tiene 16; y Ciro, 6. Y ambos están sanos. Sin embargo, cuenta a LA NACION un miembro del equipo de cuidadores, ellos vivirán el resto de sus vidas en el predio de Palermo. La razón del no-traslado está en la dificultad logística que implicaría mover un animal tan alto, así como también en la lejanía con los espacios salvajes (o los santuarios especiales) en los que podrían vivir.
“Nosotros liberamos muchos animales silvestres que son de acá, de la localidad, del país. Y quedan libres. Como los cóndores: ellos están en un predio, controlados, pero pueden ir a donde quieran. Pero los que se criaron en cautiverio no pueden, porque no tienen las herramientas para poder vivir en condiciones salvajes”, transmiten desde el Ecoparque.
Ambas jirafas son “de cautiverio”. Buddy llegó a los 3 años desde un zoológico de Santiago de Chile, luego de cruzar todo el ancho del territorio argentino en un camión. Ciro, su hijo, nació en el zoo porteño el 15 de octubre de 2015. Los especialistas que cuidan de ellos destacan que ambos son “muy obedientes”, aunque, a veces, Ciro suele resistirse un poco más cuando llega el día de los exámenes médicos.
Viven juntos en una parcela aislada del circuito turístico habilitado, puesto que, a diferencia de otros animales que sí son exhibidos (como los camellos), las jirafas suelen verse más afectadas por el ruido humano. “Los animales a los cuales las personas no molestan, pueden convivir con el público, pero hay otros que son más sensibles al paso de la gente y a los gritos. Y preferimos no tenerlos en exhibición para que vivan más tranquilos. En el caso de los camellos es diferente: no les aturde la gente pasando por delante [...] Nosotros privilegiamos el bienestar del animal: si va a estar mejor sin contacto con el público, se lo protege”, dicen desde el Ecoparque.
“No hay cómo moverlos”
“Históricamente, las jirafas se vendían de cachorras, porque después es imposible transportarlas”, explica Agustina Gestoso, del área de bienestar animal, en diálogo con este diario. En 2016, Horacio Rodríguez Larreta había remarcado la dificultad que conllevaba solamente sacar las jirafas de la Capital, cuando focalizó: “No las podés sacar en un camión porque aparecen puentes”.
La preocupación es lógica al revisar los datos: una jirafa llega a medir 4,2 metros de altura, mientras que casi todos los puentes que bordean CABA no superan los 3,9 metros. Este asunto es contemplado con mayor cuidado en todo el mundo luego del accidente de Johannesburgo, de julio de 2014. Aquel día, dos ejemplares eran trasladados en un camión, hasta que, en la ruta, apareció un puente demasiado bajo. El conductor no pudo frenar a tiempo, y uno murió.
Al igual que la página web del Ecoparque, Johanna Rincón, miembro del equipo de bienestar animal, remarca que esa cuestión no es la única que se sopesa al razonar el por qué de la permanencia de los animales en el predio: “Siempre antes de moverlos, hay que pensar en varias cosas. Independientemente del presupuesto, hay que considerar en qué puede beneficiar un traslado al animal. Si ese movimiento pone en riesgo su vida, no lo mueves. Independientemente de que lo lleves a Animal Kingdom, o a donde fuere. Esa es la premisa”.
—¿Y las jirafas corren riesgo?
—Sus hábitats naturales están lejos de la Argentina, de modo que el traslado implicaría un mayor esfuerzo.
—Entonces, ¿Buddy y Ciro están destinados a vivir el resto de sus vidas en Buenos Aires?
—Es un compromiso que uno tiene que asumir para garantizarles las condiciones para un óptimo bienestar. Se hace una evaluación de riesgo; el trabajo es tomar acciones para que ellos estén bien— responde Agustina Gestoso, también del área de bienestar animal.
Entrenar para que los animales estén cómodos
En un entorno con humanos y ruidos de la ciudad, los veterinarios del Ecoparque trabajan constantemente en lo que llaman “entrenamiento” y “aclimatamiento” de jirafas. El primero consiste en prepararlas para cuando tengan que ser intervenidas por el humano, de la manera que sea. Por ejemplo, para cuando deban extraerles sangre, hacerles una revisión médica o limpiarles los pies. El segundo es un ejercicio cuyo objetivo es simular de la mejor manera posible las condiciones naturales que ellos tendrían en un ambiente silvestre.
Buddy y Ciro viven en un establo de aproximadamente 40 metros de largo y 20 de ancho que comparten junto a unos cinco avestruces. La administración del lugar busca que los animales estén cerca de otros con los que se cruzarían en sus hábitats naturales. Una de las primeras tareas que hace el equipo de bienestar animal es medir el sonido ambiente. “Hacemos una medición de sonido. Medimos los decibeles, por si suele haber un trabajo de construcción, una manifestación... Eso nos ayuda a evitar que estas situaciones impacten en las jirafas y que se estresen por los sonidos”, cuenta Rincón. Y agrega: “Es un dato más para ver si hay algo que afecte o intervenga en el bienestar del animal. Lo que suele pasar es que, como llevan varios años acá, están acostumbrados. Pero sirve para ver si algún comportamiento (o reacción) extraño del animal está relacionado al sonido externo”.
Buddy y Ciro entrenan todas las semanas. “Se trabaja en el comportamiento de permanencia para el trabajo de podología, el mantenimiento de patas y la extracción de sangre”, añade Rincón. Una de sus compañeras dice: “Les enseñamos a quedarse quietos para cuando les debamos hacer una extracción real, o un trabajo de podología real. Para practicar la extracción de sangre, se les hace un breve pinchazo con una aguja, así se acostumbran. Es lo que nos permite tener una prevención sobre su salud”.
Al cabo de este ejercicio, se plantan objetos naturales en la parcela de las jirafas para ofrecerles un espacio que simule el arquetipo de hábitat para estos animales. “Se cuelgan ramas, algunas de ellas, mojadas, para que tengan un aspecto más natural. A veces, se colocan alimentos en las copas de estas ramas. Ayudan a que ellos expresen comportamientos naturales. Lo que hacemos es ponerle esa otra opción de alimento. Incluso, a veces también se comen la corteza”.
—¿Cómo es el proceso de aclimatación para los animales que están por ser trasladados?
—Tenemos cajas de transporte. Ahí hacemos un trabajo de sensibilización de la caja. Los acostumbramos.
—¿Van despiertos?
—Sí, pero se les enseñan herramientas para acostumbrarse al estrés del viaje. Los hacemos entrar a que conozcan la caja, los ponemos “a dieta” ahí. Van dándose cuenta de que estar ahí no es negativo. Que pueden entrar y salir cuando quieran. Luego, empezamos a hacer ejercicios de permanencia ahí y la caja se cierra. Esto lleva meses... Cuando sienten que la caja es un sitio seguro, no pasa nada. El objetivo es acostumbrarlos.
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