En un viaje de fin de semana descubrieron un producto aunque el camino para lograrlo no iba a ser sencillo
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Ocurrió en el lugar y en el momento menos pensado. Pero se dejaron llevar por las circunstancias. Sucedió mientras estaban de viaje de fin de semana en Victoria, Entre Ríos. Allí, mientras caminaban y contemplaban el paisaje, se detuvieron a comprar -como habían hecho en tantas otras ocasiones- algunos productos regionales para llevar a la familia, y también para probar.
La mañana siguiente quisieron probar algo de lo que habían adquirido y se decidieron por una mermelada casera. La experiencia les resultó asombrosa: el sabor a fruta era tan delicioso que quedaron maravillados con el producto que tenían frente a ellos. ¡De alguna forma necesitaban hacer conocido ese manjar! Decidieron entonces que se pondrían en contacto con la empresa que fabricaba las mermeladas. La intención era poder comercializarla en Rosario, la ciudad donde vivían. La propuesta fue bien recibida ya que en aquella localidad de la provincia de Santa Fe, todavía nadie vendía el producto. Ellos serían, de esa forma, los primeros en distribuirla. El negocio cerraba por todos lados.
Ya de regreso en casa, comenzaron a “mover” contactos en diferentes rubros. A los conocidos en las áreas de hotelería y gastronomía les hablaron sobre el proyecto y los invitaron a una pequeña degustación. La devolución fue positiva y eso les dio luz verde para comenzar a visitar a potenciales clientes a través de referidos: comercios, panaderías, vinotecas, todo local que pudiera vender las mermeladas entraba a la base de datos que estaban confeccionando. Poco a poco las ventas fueron creciendo y el negocio a consolidarse como una interesante entrada de dinero.
La noticia menos esperada
Habían realizado un esfuerzo enorme por salir adelante. Hasta ese momento, Pablo Maraviglia trabajaba como administrativo en una fábrica de muebles de la zona del Gran Rosario. Cumplía horario de 8 a 17 h y en cuanto salía de la oficina comenzaba su recorrido para visitar clientes, organizar degustaciones y dar forma al proyecto de la distribución de las mermeladas. Su esposa Soledad también lo acompañaba en la aventura. Además de ocuparse del cuidado de los chicos, repartía su tiempo entre la gestión administrativa y la toma de nuevos pedidos.
Sin embargo, una noticia inesperada los hizo tambalear. “Dos años después de mucho trabajo y de habernos afianzado en el negocio, la productora de las mermeladas nos informó que se mudaba y ya no iba a continuar con la fabricación. Se nos vino el mundo abajo. Para ese entonces teníamos una cartera importante de clientes con canales bien diferenciados. Pero, si la planta dejaba de producir, eso significaba que en el mediano plazo íbamos a estar en problemas -contábamos con stocks para abastecer la demanda para medio año- y en un futuro no tendríamos directamente mercadería”, recuerda Pablo Maraviglia.
Criado en la localidad de San Nicolás, en la provincia de Buenos Aires, creció en una familia de padre metalúrgico, madre ama de casa y siendo el mayor de tres hermanos. Cuando finalizó la etapa escolar, quiso estudiar agronomía. Se formó en Rueda y allí obtuvo el título de técnico agrónomo. “Pero fue en la escuela donde se despertó mi verdadera vocación emprendedora ya que realice pasantías en diversos establecimientos y microemprendimientos privados y me había llamado la atención cómo era posible hacer realidad un proyecto y armarlo desde cero”.
“Supimos que era el momento de dar el salto”
El cierre de la planta que producía las mermeladas los descolocó por completo. Pero no estaban dispuestos a bajar los brazos. Hicieron cuentas, armaron proyecciones, contaron una y otra vez los clientes que habían conseguido con tanto esfuerzo y luego de una noche entera de darle vueltas al asunto, decidieron que se arriesgarían a montar la planta propia.
No era sencillo el objetivo. Investigaron, visitaron fábricas, depósitos, leyeron y aprendieron sobre temas que desconocían por completo y se lanzaron a la aventura de producir la marca propia de mermeladas. “Contábamos con los ahorros que habíamos hecho los años anteriores y supimos que era el momento de jugarnos por este hermoso proyecto, al que llamamos Pura Fruta. Fue muy difícil ya que la puesta en marcha del proyecto no solo requirió de un lugar físico sino de muchos conocimientos en la elaboración y fraccionamiento. Pero teníamos un mercado que abastecer y clientes bien definidos que demandaban nuestro producto”.
El proyecto pronto se convirtió en un negocio familiar en el que las tareas y las responsabilidades están bien definidas. Soledad realiza todo lo que tiene que ver con lo administrativo, la toma de pedidos y las entregas. Faustino, el mayor de los hijos de la pareja se ocupa de la preparación de los pedidos, el control de stock y colabora también en la sala de elaboración de las mermeladas. Por su parte, Pablo tiene una visión más general del negocio y supervisa que cada engranaje de la cadena de producción funcione para que el producto llegue a su destino final.
Hoy la familia se dedica 100% al emprendimiento que nació aquella mañana en un desayuno cuando probaron una mermelada que los llevó a un viaje de sensaciones nuevas. “Nuestro día comienza asignando la mercadería a nuestros clientes para luego organizar la hoja de ruta y realizar la entrega. Los días de elaboración, generalmente no realizamos entregas ya que nos dedicamos de lleno a producir, fraccionar y acopiar. Jamás imaginé que el puntapié para concretar el proyecto propio estaba a la vuelta de la esquina. Fue un proceso de aprendizaje, de frustraciones, prueba y error y de volver a empezar. Pero cada paso valió la pena”.
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