El uruguayo inicia una demanda millonaria contra el Estado de su país, exigiendo una compensación por el tiempo de trabajo en la recuperación de la pieza histórica
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Alfredo Etchegaray es el protagonista de una de las historias más fascinantes que hayan ocurrido en el Río de la Plata. Una travesía que lo llevó a recuperar una pieza icónica: el águila imperial del acorazado alemán Graf Spee. Esta no es solo la crónica de un rescate arqueológico, sino un relato que mezcla diplomacia, cultura, traiciones y sueños rotos.
El Graf Spee, un imponente buque hundido frente a las costas de Montevideo en 1939, se convirtió en un símbolo de la Segunda Guerra Mundial en Sudamérica. Su hundimiento, orquestado por el propio capitán Hans Langsdorff para evitar que cayera en manos enemigas, marcó el inicio de una saga que continúa hasta nuestros días. Décadas después, esta nave olvidada sobre el lodo del fondo del Río de la Plata resurge como pieza clave de esta historia.
Etchegaray, con su estilo apasionado y una memoria prodigiosa, revive en esta entrevista con LA NACION los detalles de una empresa que comenzó como una exploración y terminó como una batalla con mucho dinero en el medio. Con cada palabra, mezcla los datos más técnicos con anécdotas. “Esto no es solo historia, es un guion listo para Netflix”, dice con entusiasmo.
La travesía comienza en los años 70 cuando Etchegaray, entonces investigador de naufragios, inició un trabajo que lo llevaría a encontrar, documentar y estudiar más de 500 barcos hundidos y a declarar la ubicación de más de 100 naufragios. Con una mezcla de paciencia, pasión y perseverancia, logró lo que parecía imposible: rescatar del olvido piezas clave del Graf Spee, como su telémetro (un artefacto óptico que permitía mejorar la puntería de los cañones), en 2004, y dos años después, el emblemático águila imperial. Sin embargo, el camino estuvo lleno de obstáculos.
Hoy, el águila, de casi tres metros de altura, permanece bajo custodia en un depósito militar en Montevideo. Para muchas personas, este no es solo un objeto arqueológico, sino un símbolo de todo lo que está en juego: memoria histórica, y, para Etchegaray, la justa compensación por décadas de trabajo y riesgo personal.
-¿Lo contacta mucha gente para escuchar esta historia, Alfredo?
-Sí, actualmente hay documentalistas interesados. Les estoy dando material porque las series de Netflix, por ejemplo, suelen incluir microhistorias dentro de una macrohistoria. Y esto tiene de todo: amores, traiciones, fake news, espionaje...
-¿Cómo surgió la idea de rescatar los restos del Graf Spee y el águila?
-Como todo en la vida, fue un proceso. Yo ya era investigador en la Biblioteca Nacional y estudiaba naufragios del Río de la Plata desde 1970. También trabajaba como escultor clásico, aprendiendo con un español que hacía iglesias. Me formalicé como investigador, trabajando en archivos históricos como el Archivo General de Indias y otros en España. Ahí descubrí que muchos barcos no llevaban tesoros, como Nuestra Señora de Loreto, que transportaba mercurio y no oro. Mi investigación se publicó en todos los diarios de Uruguay: “No hay tesoro en la Loreto”, decían los diarios. Ese tipo de descubrimientos impulsaron mi carrera. Con el tiempo, investigué más de 500 naufragios. Esto significó años de trabajo con arqueólogos, equipos de sonar y grandes inversiones, amparado en la ley uruguaya 14.343 de 1975, que permitía rescatar naufragios bajo ciertas condiciones. Luego, en el año 1975, el gobierno uruguayo emite una ley por la cual llama a privados para que inviertan tecnología, trabajo y recursos económicos en proyectos arqueológicos. Todo a sus costos. La misma ley dice que el Estado se beneficia con el 50% del bruto extraído. Eso impulsó a muchos investigadores. En 1985, por ejemplo, el buzo argentino Rubén Collado dijo que había un barco con un tesoro de 100 millones de dólares en el río y pidió un millón a un inversor de Texas... Este empresario tejano me contactó porque quería información seria antes de poner dinero en el proyecto. Nosotros comenzamos a trabajar en el Graf Spee, en el campo, y enseguida rescatamos el telémetro (herramienta que se utiliza para medir distancias en el mar y guiar la artillería) y, dos años después, sacamos el águila, que estaba en la popa del barco.
-Cuando comenzaron el rescate del Graf Spee, ¿qué esperaban encontrar?
-Cuando uno desarrolla proyectos arqueológicos imagina que uno se puede encontrar con algo, pero después termina encontrando otra cosa. En el caso de Graf Spee, había muchas leyendas de las máquinas Enigma que dice haberse llevado el servicio de inteligencia inglés en 1940, cuando murieron en el Río de la Plata dos buzos ingleses. En nuestro caso, especulábamos por la posibilidad de encontrar algún escudo. Están las hélices del barco de gran tamaño y, por supuesto, había una leyenda de esta águila, pero algunos decían que la había retirado el servicio de inteligencia inglés en secreto o los alemanes antes de hundir el barco. O sea, era algo incierto respecto a lo que se podía encontrar.
-¿Cuánta gente participó de la búsqueda y extracción?
-En este caso, el tipo de trabajo es tan complejo que además de buzos, arqueólogos, el director del proyecto, yo, Alfredo Echegaray, iniciando esto muchas décadas atrás; el capitán de los barcos de apoyo, no solamente donde lleva la tripulación, sino también un pontón con la grúa para levantarlo, gestores, gestores legales, gestores culturales, o sea, interviene una gran cantidad de gente de forma directa e indirecta.
-¿Qué pasó después de rescatar esa pieza?
-El águila se exhibió brevemente en el Hotel Palladium y la respuesta del público fue abrumadora. Medios de todo el mundo, como la BBC y el New York Times, cubrieron la historia. Fue un evento cultural e histórico de gran relevancia. Sin embargo, las complicaciones políticas e internacionales pronto ensombrecieron todo. Alemania comenzó a pedir que no se vendiera ni exhibiera. A pesar de tener un contrato claro, el gobierno uruguayo cedió a las presiones y bloqueó la subasta.
-Tengo entendido que hubo varias ideas respecto a qué hacer con el águila.
-En un momento, incluso se propuso derretirla para convertirla en una paloma. El escultor Pablo Atchugarry, a quien el gobierno le había propuesto esa idea, me comentó que no podía apoyar esa iniciativa, que le parecía un disparate y que le dio cosa decirle que no al presidente de la República... Al otro día fue tal la avalancha de críticas a nivel mundial, incluyendo en los medios de comunicación de la comunidad judía, que el escultor llamó al presidente de la República y le dijo “no te puedo acompañar en esto”. Y el domingo, al tercer día de echar a correr esa idea, el presidente dijo que iba a desechar el proyecto porque lo que tenía que ser un acto de paz iba a transformarse en un acto de controversia.
-¿Qué haría usted con la pieza?
-El destino ideal de una pieza de este tipo, de alta repercusión internacional, en mi opinión, tiene que ser académico, y en lo posible, contribuir a mejorar la convivencia y la paz universal, por lo tanto, una serie de copias gemelas, de bajo costo, porque el bronce se imita hoy en día, pueden quedar en cada uno de los museos que las pretende, como puede ser muy especialmente el Museo Naval, el puerto de Punta del Este con otro museo de interés turístico y, por qué no, alguno de los museos del Holocausto, como el Yad Vashem de Jerusalén. Pero yo haría, además, una copia para una exposición itinerante, con panelería, que tenga las imágenes del holocausto, de la primera y segunda guerra, y al igual que Tutankamón, que recorra el mundo. Sería una forma de comunicación turística y de atraer inversiones para Uruguay. Por lo tanto, haría un museo itinerante, pero ya estoy trabajando en la creación de un museo virtual. Ese museo virtual, probablemente lo tenga pronto en dos meses.
-¿Dónde está el águila ahora?
-La última vez que supe, estaba guardada en Fusileros Navales, un lugar de alta seguridad en Montevideo. El bronce, como el oro, se conserva muy bien, y está en perfecto estado.
La demanda
El mes pasado, en diciembre de 2024, Alfredo Etchegaray demandó al Estado uruguayo por 25 millones de dólares, acusándolo de “enriquecimiento ilícito”. El empresario, que financió y lideró la recuperación del águila imperial del Graf Spee bajo un acuerdo que prometía repartir beneficios al 50%, sostiene que el Estado bloqueó la comercialización y se quedó con la pieza sin compensarlo. Ahora, busca justicia en los tribunales.
-¿Cuánta plata invirtió durante la búsqueda y extracción?
-Si consideramos que yo empecé a principios del 70 como investigador en las bibliotecas, y luego en el 85, como investigador en los archivos de España y de Europa, el Public Records Office, Gran Bretaña, en el Archivo General de Indias de Sevilla, etcétera, son prácticamente cuarenta y tantos años de trabajo, a eso se suman inversiones en riesgo, a eso se suma enorme cantidad de trámites burocráticos, si yo te estoy hablando de millones de horas de trabajo, no se puede medir. Para que una persona común lo entienda: si tú, toda tu vida has comprado 20 o 30 números de lotería, y esos números, a riesgo puro, te han costado un millón de dólares para poder ganar 50, el costo no es solamente el valor del número, sino que son inversiones de alto riesgo, por lo tanto, yo estimo que si consideramos una vida entera de trabajo, y de mucha gente, y de muchas inversiones de riesgo, se puede hablar de un costo de cinco millones de dólares.
-¿Qué repercusiones tuvo la demanda?
-Las repercusiones de la demanda fue que el propio presidente, el otro día, en la inauguración de la mariposa por la vida del escultor Pablo Atchugarry, le dijera “che, me estás haciendo juicio”, un poco en tono amistoso, porque me conoce del colegio, fui parte de su casamiento cuando alquiló mi club Haras del Lago... “Pero vi que dijiste que y no soy culpable”, le dijo el presidente. Claro, culpables son las presiones internacionales que obligaron al Estado y a los integrantes de los diferentes gobiernos a violar la ley, violar el contrato, violar los tratados internacionales y violar nuestra Constitución.
-Hoy demanda al Estado por 25 millones. ¿Cómo llega a esa cifra?
-Es el 50% del valor calculado por dos tasaciones. El valor es inestimable, basta con que vayan a subasta pública, que es la chance de que pueda pagarse muchísimo más que la tasación. Pero en este caso hay dos estimaciones de las casas Zorrilla y Gomensor, que apuntan un valor que puede llegar hasta los 70 millones de dólares.
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