Te proponemos abrazar el carácter único de las piezas sueltas de vajilla antigua para disfrutarlas usándola cada día, y también como pequeñas obras de arte en rotación continua
Agrupándolas por color –azul, en este caso–, piezas de juegos y orígenes disímiles cobran la fuerza propia de todo conjunto. No importa si hay siglos de diferencia entre los estilos, kilómetros de viaje entre los países de origen o brechas de precio: basta con un detalle como hilo conductor para salvar las distancias.
Una alacena cerrada no es lugar para esa tetera que siempre nos arrancó un suspiro, los tres platos que nos hacen acordar a los almuerzos en casa de nuestros abuelos o esas tazas que capturamos en alguna feria callejera. Combinados con flores silvestres, estampas botánicas y hasta postales, toman un encantador tinte escenográfico.
Carpe diem para esas piezas que nos encantan y demoramos en traer a la mesa esperando la ‘ocasión especial’. Un día cualquiera arranca mejor desayunando con esos platos azules, y la sopera sin tapa vale como frutera, incluso si el resto de nuestros elementos son más contemporáneos: justamente, en ese contraste está la magia.
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