Hace 70 años se rodó el film que se proyectó en el mundo un año más tarde y llegó la Argentina con el título “La princesa que quería vivir”
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En un calurosísimo verano europeo de 1952, Audrey Hepburn se pasó cinco días tomando helado en la escalinata de Piazza di Spagna, la plaza más famosa de Roma. La ciudad, por esos días, se había llenado de actores, técnicos y curiosos que pululaban por todos lados para espiar cómo el director William Wyler filmaba una película de Hollywood en las calles de la capital italiana, a la vista de todos. Wyler era detallista y muy exigente, así que las tomas se repetían incansablemente (como la del helado), con el hartazgo de actores y técnicos y la delicia de los romanos, que estaban encantados con la filmación y embobados con los actores. Los cafés estaban llenos de estrellas y las calles repletas de motos vespa, que la película iba a poner de moda en todo el mundo.
El galán era Gregory Peck, nada menos, muy atractivo, simpatiquísimo, ya un consagrado del mundo del cine. Y la actriz era Audrey Hepburn, por entonces una chica preciosa de 23 años, casi desconocida, que irradiaba un encanto que derretía los muros milenarios de la ciudad eterna y que después de esta película se convertiría en un ícono de belleza, moda y sofisticación en los escenarios de todo el mundo.
El rodaje tomó horas y horas de filmación entre junio y octubre de ese verano de hace 70 años, y pasó de todo. Nació una estrella (Audrey), se enamoró un actor (Peck), hubo más rumores de romance e infinitas anécdotas, y la ciudad de Roma se terminó de sacudir las esquirlas de la Segunda Guerra Mundial consagrándose como la nueva capital de la buena vida, la belleza y el cine…
La película se estrenó al año siguiente (1953) y se transformó en uno de los títulos más notables de la comedia americana y en una de las historias de amor más taquilleras de la historia del cine, con diez nominaciones al Oscar. Se llamó Vacaciones en Roma y en la Argentina la conocimos como la inolvidable La princesa que quería vivir.
Roma era una fiesta
Para los romanos, La princesa que quería vivir es una institución. Tanto que en estos meses de 70º aniversario del rodaje se han organizado varios homenajes. El más interesante ocurrió hace unos días, cuando se proyectó una versión restaurada del film en plena Via Veneto, sobre una pantalla de diez metros de altura situada en una de las históricas Murallas Aurelianas. En el palco se exhibió la vespa que Audrey y Peck transformaron en objeto de culto.
Un artículo del New York Times de 1952 reflejaba la fiesta del séptimo arte que se vivió en ese verano en la ciudad: “Hoy, en Roma, todo el mundo parece estar hablando, haciendo o ayudando a hacer películas”, decía. El film que estaba rodando Wyler contaba la historia de la princesa de un país del Este de Europa, Anna (Hepburn), que en una visita oficial a Roma y hastiada de sus obligaciones, se escapa del palacio y pasa un día y medio descubriendo de incógnito la ciudad de la mano de Joe Bradley (Peck), un periodista que trata de conseguir, también de incógnito y con la complicidad de un fotógrafo, una exclusiva con la princesa para relanzar su carrera. Sin revelarse sus verdaderas identidades, en las horas siguientes los personajes de Audrey y Peck salen a pasear en motoneta (la famosa vespa) y van recorriendo la ciudad mientras se enamoran irremediablemente, aun sabiendo que la historia no podrá tener un final feliz.
William Wyler aprovecha para darse una panzada fílmica con la belleza de Roma. Su princesa y su fotógrafo se encuentran por primera vez en la colina que desciende desde el Campidoglio. Anna se corta el pelo y se compra sandalias al lado de la Fontana di Trevi y compra el helado en Piazza di Spagna. Luego los dos juntos toman champagne en la terraza del Café Rocca y visitan clásicos turísticos, desde el Coliseo hasta la Bocca della Veritá, una antigua boca de alcantarilla romana donde, según la leyenda, todo mentiroso que meta la mano será mordido (es una de las escenas más famosas de la película). A bordo de la vespa, la princesa y el periodista recorren una Roma llena de vida, la Piazza Venezia, la del Campidoglio, el Coliseo y otros rincones de esa ciudad divina. A la noche van a un baile a orillas del Tíber, con el Castel Sant’Angelo como telón de fondo, y en el final la princesa da una conferencia de prensa en los interiores del Palazzo Colonna: un detalle peculiar es que varios periodistas que cubren el evento son reales (como los corresponsales españoles de ABC y La Vanguardia), igual que en la escena del baile de la embajada en la que los nobles italianos son auténticos y donaron su salario para caridad. Un dato cuasi turístico es que el personaje de Gregory Peck repite varias veces a lo largo del film su dirección: Via Margutta 51, una preciosa calle que queda cerca de la Piazza del Popolo (cerca está la Fuente de los Artistas, donde una Audrey Hepburn empapada de sudor se refrescaba entre escena y escena).
Wyler utilizó los estudios de Cinecittá solo para algunos interiores, muy pocos: casi toda la escenografía de su film se la dio la ciudad de Roma.
Intimidades de un rodaje
El éxito de la película se vio potenciado por el romance inconveniente de una princesa real y una escapada a Italia con su amante que inundaba las páginas de las revistas de entonces: se trataba de la princesa Margarita de Inglaterra, hermana de la reina Isabel, y su amor prohibido con el coronel Peter Townsend, plebeyo, divorciado y 16 años mayor que ella. Un escándalo. Las asociaciones con la película eran obvias y el director las leía divertidísimo.
Para el rodaje, Wyler instaló a su equipo en los alberghi romanos. La todavía ignota Audrey Hepburn paraba en un hotel bastante modesto en lo alto de Piazza di Spagna, mientras que Gregory Peck se instaló en una villa en las afueras de Roma, rodeada de viñedos. La química entre ambos fue instantánea, todos la notaron, y muchos especularon sobre un romance entre ellos que al parecer nunca se dio en la realidad.
El gran romance de Gregory Peck en el rodaje, en realidad, fue otro. En ese entonces, él se estaba divorciando de su primera esposa, la productora finlandesa Greta Kukkonen, y durante la filmación en Roma lo entrevistó la periodista francesa Véronique Passani, con quien terminaría casándose y viviendo casi 50 años. “Ese maravilloso verano romano fue probablemente la experiencia más feliz de mi vida”, diría Peck años después. Los dos hijos que tuvo con Véronique se declaraban bromeando “hijos de la película”.
La elección de los actores forma parte también de las curiosidades del film: ambos fueron en realidad una segunda o tercera opción. Para el papel de Anna fueron tanteadas primero Jean Simmons y Elizabeth Taylor pero no pudo llegarse a un acuerdo por diferencias de presupuesto y agenda. Luego Wyler escuchó hablar de Audrey Hepburn y la convocó para una audición. Quedó fascinado: “Ella tenía todo lo que yo estaba buscando; encanto, inocencia y talento. También era muy divertida. Era absolutamente encantadora y dijimos: ‘¡Esta es la chica!’”
En cuanto al galán, el director le ofreció primero el papel a Cary Grant, en ese entonces en el tope del estrellato. Él lo rechazó. Algunos dicen que se negó porque se veía demasiado viejo para protagonizar una historia de amor con una chica de 23 años. Otra teoría, más probable, es que intuyó que Audrey se iba a devorar la película y temió por su ego. Conclusión: el papel fue para el carismático Gregory Peck, quien dio por finalizada la discusión declarando entre risas que “siempre le ofrecían papeles que ya había rechazado Cary Grant”. Fue el propio Peck quien, con una generosidad inusual en Hollywood, pidió a la productora que subieran el nombre de Audrey Hepburn en los créditos y lo emparejaran con el suyo, ya que estaba seguro de que ella sería la gran revelación del film. No se equivocó: Audrey ganó el Oscar a la mejor interpretación femenina (derrotando a grandes divas como Ava Gardner y Deborah Kerr) y se convirtió en estrella.
Dos curiosidades más. La primera es que el guionista de la película fue Dalton Trumbo, acusado en plena fase macarthista de ser miembro del Partido Comunista y, por lo tanto, excluido de los créditos durante 40 años, hasta que su viuda recibió en 1993 un Oscar póstumo por el guión. La otra es que Vacaciones en Roma pertenece a una serie de películas rodadas en Italia en los años 50 a partir de un acuerdo con los grandes sellos de Hollywood, que les permitía filmar y editar con un ahorro de más del sesenta por ciento de los costos. Cinecittá fue consagrada como “La Hollywood sobre el Tíber”.
El otro gran amor
“Todas las ciudades, por diferentes motivos, son inolvidables –responde la princesa Anna en la conferencia de prensa del final de la película-, pero si me preguntas cuál es mi favorita… ¡Roma! Por supuesto, Roma”. Ficción o realidad, Audrey Hepburn se enamoró tanto de la ciudad, que un tiempo después de filmar La princesa que quería vivir se mudó a Roma y vivió allí 20 años.
Cuando la convocaron para el rol de Anna, esta jovencísima chica belga había dado sus primeros pasos como actriz en Londres y se encontraba interpretando el musical Gigi en Broadway. Nacida en 1929 en el seno de una familia de la aristocracia holandesa, Audrey creció entre Bélgica, Holanda e Inglaterra y sufrió los horrores de la Segunda Guerra Mundial, donde perdió a casi toda su familia y su hogar. Pasó hambre y mucho dolor. Quizás por eso la acompañó toda su vida una dosis de tristeza y tendencia a la depresión.
Cuando el director William Wyler la convocó para filmar Vacaciones en Roma, su vida cambió para siempre. No solo se transformó en una actriz reconocidísima sino que los romanos la amaron incondicionalmente y la convirtieron en un nuevo ícono local. Su hijo Luca Dotti cuenta en el libro Audrey en Roma que tenía una relación muy cálida hasta con los paparazzi de la ciudad, que le prodigaban un respeto casi reverencial: jamás la acosaban y solo publicaban fotos en las que lucía bella y elegante.
Lo cierto es que un año después del estreno de La princesa que quería vivir, Audrey conoció al actor Mel Ferrer, 12 años mayor que ella, y se casó con él. Dos años después volvieron juntos a Roma para rodar Guerra y paz en los estudios Cinecittá. En el aeropuerto de Ciampino la prensa la recibió como una hija dilecta y el reencuentro con la bella Roma la terminó de decidir: junto a Ferrer (padre de su primer hijo) compró su primer departamento en la ciudad, en el que se instalaba siempre que su trabajo se lo permitía. Divorciada de su primer marido, en 1969 volvió a casarse con el médico romano Andrea Dotti, tuvo con él a su hijo Luca y adoptó a la ciudad eterna como su segundo hogar hasta mediados de los 80. Hay infinitas fotos de Hepburn paseando por Roma, siempre con su yorkshire terrier y con su estilo tan personal, extravagante y también sutil, que la caracterizó como un símbolo de glamour y elegancia.
Su hijo Luca describió la relación de Audrey con la ciudad: “Durante los casi 20 años en que mi madre vivió en Roma, la gente la conocía y casi todos los taxistas sabían dónde vivía. Compraba en los famosos pizzicagnoli romanos, cocinaba para nosotros o para sus amigos, sobre todo spaghetii pomodoro, su plato favorito, y daba largos paseos con sus perros. A veces, un fotógrafo la seguía y la inmortalizaba junto a mi padre en alguna callejuela cercana a Campo de’ Fiori, esperando a que mi abuela les abriera la puerta de su casa para un almuerzo dominical”.
La actriz vivió en la ciudad eterna hasta 1986, cuando se mudó a Suiza para estar cerca de su hijo menor, que estudiaba allí. El capítulo Roma había terminado. Sin embargo, siempre frágil y bella, Audrey Hepburn jamás dejaría de ser para el mundo la princesa de un cuento de hadas.
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