:: Atardece en el invierno parisino. Subo al tren en la estación Gare du Nord rumbo a Sarcelles, en el conurbano norte. La postal del transporte público en hora pico no difiere de la que se vivía en cualquier ciudad grande. Mucha gente, muy apretada, muy cansada, que vuelve a sus hogares después de un día de trabajo. En minutos voy a dar clase en la Universidad de Cergy Pontoise a estudiantes que residen en los monoblocks que pueblan la ciudad. Cuando les pregunto cómo viven, las respuestas coinciden: familias enteras habitando un par de ambientes, servicios sociales que no alcanzan a cubrir las demandas básicas y poco empleo, los que tienen se apiñan en largos viajes hasta sus trabajos en la ciudad luz.
Una posible ruta inicial del covid-19 se podría entender así: llegaba en avión a las grandes ciudades, se empezaba a distribuir desde zonas residenciales y/o turísticas, se multiplicaba en los servicios y en los medios públicos de transporte hacia las áreas suburbanas y allí explotaba en los barrios populares donde las condiciones de habitabilidad es mala y el hacinamiento, una norma. Podríamos trazar ese mapa en ciudades como Milán, París o Nueva York.
Siguiendo ese recorrido, el principal miedo cuando la pandemia avanzaba era su llegada a los barrios populares. El modelo de villas y asentamientos deja en condiciones de vulnerabilidad extrema a sus habitantes por el hacinamiento, la falta de ingresos, el déficit sanitario y la falta de acceso a los servicios, entre otras razones.
Hablamos de los 4228 barrios populares y asentamientos precarios que hay en Argentina según el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap). De ese total, 952 están ubicados en el Conurbano Bonaerense y 51 en la Ciudad de Buenos Aires. La distribución poblacional en el AMBA es de 168.000 habitantes en la ciudad (un 5,7% de su población) y de 1.035.000 personas en el conurbano, el 9% de su población total.
La desigualdad social se puede leer en los datos del año pasado del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA: el 34,1% de los hogares no tienen acceso a cloacas, ni a agua corriente, ni a energía. Uno de cada dos hogares no tiene capacidad para acceder a una consulta médica o a medicamentos necesarios. El hacinamiento es cinco veces superior al de la ciudad formal y, en más de la mitad de estos hogares, no hay ningún sistema regular de recolección de residuos. Todo esto en el marco de una desocupación creciente.
Analizando este escenario, uno puede pensar en dos tipos de medidas: las necesarias para atravesar la emergencia y las estructurales. Las primeras las vemos en tiempo real; son las políticas que posibilitan y aseguran el aislamiento social a nivel barrio. Otras son las que ayudan a paliar necesidades básicas como disponibilidad de alimentos, medicamentos, recursos económicos, insumos de higiene y acceso a la educación. Y el acondicionamiento de espacios para el aislamiento de las personas con síntomas.
Con respecto a las medidas estructurales, la clase política coincide en que la urbanización de estos barrios es la clave para lograr la integración sociourbana. En estos procesos se piensa desde la regularización dominial del suelo, la apertura de calles, la construcción de redes y conexiones de agua potable, cloacas y electricidad, la recolección de basura y el acceso a redes de telecomunicación. En su faz social, abarca la necesidad de centros de salud, de escuelas, de áreas verdes y de espacios de participación ciudadana.
Suele haber coincidencias acerca de estas formas de urbanización, pero hay otra mirada que dice que no necesariamente se está integrando a la población de estos barrios a la ciudad si no se piensan modos de integración que vayan desde lo laboral y lo productivo hasta lo cultural. Para ello, además de políticas públicas, se requiere una deconstrucción del ciudadano para que la vida urbana se traduzca en ciudades con menos prejuicios y menos desigualdad, y así lograr una comunidad más equilibrada y más justa. En tiempos de vida uterina podemos seguir pensando estos modelos.
*ASESOR URBANO
Gestor de ciudades y agitador cultural. Trabajó en 109 ciudades y flaneurió otras 80 en 20 países. Le gusta más descubrir lo que las iguala que lo que las diferencia.