:: Aislamiento social, preventivo y obligatorio. Cuatro palabras. El mismo número que se expone en la palabra cuarentena, que proviene de la expresión italiana quaranta giorni y que se empezó a usar con el aislamiento de 40 días que se les hacía a las personas y bienes sospechosos de portar la peste bubónica en Venecia durante la pandemia del siglo XIV. Ayer y hoy, las enfermedades emergentes tienen mucho que ver con cómo y dónde vivimos. El coronavirus es un ejemplo de las estrechas relaciones entre el desarrollo urbano y la salud pública, un campo de análisis desde hace al menos un par de milenios, cuando el arquitecto Vitruvio aconsejaba al César sobre la influencia de la calidad de la vivienda en la salud de los habitantes del Imperio romano.
En el aquí y ahora, parece que hace un millón de días que estamos de cuarentena y empezamos a descubrir que ese espacio del cual salíamos temprano a la mañana y volvíamos de noche pasó de ser una especie de depósito proveedor de servicios a ser nuestro hábitat. De ser el lugar donde amontonamos ropa, libros, muebles, vajilla, cosas y donde nos higienizamos, alimentamos, tenemos sexo y descansamos pasó a ser el lugar donde vivimos y revivimos. Con todo lo que significa vivir en la ciudad. El modelo urbanístico de densificación nos expone a una convivencia apretada, a un cruce permanente con personas en pasillos, ascensores, veredas, transportes públicos, supermercados. La distancia obligatoria nos lleva a ver cuán pegados físicamente vivíamos a otros cuerpos, a otras personas, incluso a las posibilidades de contagio de enfermedades. En este punto, el factor social es determinante: quienes menos tienen son quienes más sufren el hacinamiento, las posibilidades de contagio, el deterioro de su calidad de vida.
Nos quedamos en casa. Y, de golpe, resignificamos el espacio donde vivimos. Un balcón pasó de ser un espacio anecdótico o un repositorio de plantas a ser un comedor, un gimnasio, un patio de juegos o el lugar donde respiramos, producimos vitamina D y simplemente vemos el cielo.
Aun viviendo en un monoambiente establecemos nuestros espacios productivos, los de ocio y los de circulación. Nos damos cuenta de que el modelo de acumulación nos quita aire, luz, tiempo, salud. Los arquitectos saben que una buena orientación, una distribución correcta, una ventilación adecuada, ventanas que permitan ver el cielo y algún espacio exterior son claves para la salud.
Hoy, las megaciudades densamente pobladas con suburbios alejados y transporte público ineficaz han generado propuestas como los hoteles cápsula de Japón, las casas jaula de Hong Kong o esos espacios perdidos en los sótanos de los edificios coreanos que tan bien retrata la película Parasite. Si bien estos casos nos pueden causar cierta extrañeza, deberíamos tener en cuenta que en 2018 la Legislatura porteña avanzó en la reforma de los códigos de Planeamiento Urbano y de Edificación, y uno de los aspectos importantes fue el cambio de la superficie mínima de las viviendas: de los 27 metros cuadrados que se podían construir, se pasó a 18 metros cuadrados.
A muchos nos toca trabajar desde nuestros hogares y descubrimos, entonces, que el home office se vuelve invasivo y nuestros rincones personales se transforman en espacios públicos gracias a las omnipresentes videoconferencias que nos llevan a tener que pensar lugares, escenografías, vestimentas, planos y contraplanos para que se vea solo aquello que queremos mostrar. En la ciudad capitalista, el ocio es un espacio por colonizar incluso en este período excepcional que nos obliga a vivir en una montaña rusa emocional inédita.
Quizás una mejor planificación de las áreas metropolitanas, que incluya avances en la conexión en red y un sistema de transportes públicos más efectivo, pueda generar otro tipo de agrupamiento espacial que, sosteniendo la productividad, nos ofrezca la posibilidad de mejorar la calidad de vida en un futuro. Hoy, nos queda intentar entender estos tiempos que estamos viviendo mientras, emulando a Charly García, vamos una y otra vez de la cama al living.
*ASESOR URBANO
Gestor de ciudades y agitador cultural. Trabajó en 109 ciudades y flaneurió otras 80 en 20 países. Le gusta más descubrir lo que las iguala que lo que las diferencia.