Unos días en la casa del árbol, a 2,6 metros por sobre la realidad
Las redes sociales de Martín Rosberg, un gastronómico argentino radicado en Colonia, Uruguay, están plagadas de fotos de panes caseros, masas madres, ollas burbujeantes, zanahorias y tomates de su huerta, y atardeceres en el campo. Hace varios meses sigo sus publicaciones sobre alimentación orgánica, sus recetas de pan, de queso blanco y dulces caseros, también veo que en Twitter y en Instagram le comentan: "Te odio, me arruinaste el día, veo esta foto desde el subte". Qué curiosidad –y envidia– nos da esa valentía de dejar el agobio de la ciudad e instalarse en el campo a vivir una vida más tranquila. Pero unos días en El Nido Treehouses, el complejo de cabañas que tienen Martín Rosberg y su pareja Carolina Rodríguez Laraia a pocos kilómetros del centro de Colonia, me dejaron entrar a ese mundo en el que las agujas del reloj giran más despacio y el ambiente huele a leña.
El viaje en barco es de por sí placentero, sin tráfico o bocinazos en el peaje; el puerto es un lugar romántico y el acelere de la ciudad se suspende en las olas de Río de la Plata. Al llegar a El Nido, dos anfitriones vinieron a recibirme de lo más contentos: un labrador negro con algunos kilos de más y perro con cara de ovejero alemán (pero sin ese manto negro que los distingue) saludan y expresan la alegría de que haya nuevos huéspedes. Atrás de ellos llega Carolina en sandalias, con una camisa rosa y antes de decir hola, me presenta a los perros: Negroni, el casi ovejero, y Beefie.
Carolina me lleva a la casa del árbol, subimos una escalera y llegamos a la cabaña hecha toda en madera a dos metros y medio del suelo, incrustada entre los ligustros que se ven por cada una de las ventanas. Adentro hay una canasta con tres panes caseros, los mismos que veo en las fotos de la cuenta @martinrosberg de Instagram. Los cartelitos dicen frutos secos, de campo y masa madre, en los estantes de la pequeña cocina veo frascos de café, mate y azúcar. Carolina me muestra también una canasta con algunas cosas para cocinar, luego se despide y ahí me quedo con Negroni en el balcón mirando los viñedos que están justo en frente y el tanque australiano con reposeras a pocos metros de mi cabaña. Con el cuchillo de serrucho que estaba al lado de los panes empiezo a cortar unas rodajas y pienso en que fui siguiendo por redes sociales todo el proceso de Martín para lograr esa baguette de masa madre, las fotos de la masa al sol, de la fermentación en frío, el prendido del fuego y por último ese primer plano de los alveolos no tan grandes para que, como dice él, no se caiga el aceite de oliva.
El canto de los pájaros se tapa de repente por el ruido de un caño de escape, Martín y su hijo bajan de una moto. Quiero conocerlo y saludarlo, pero tampoco quiero ser molesta. La casa color bordó de los Rosberg está lo suficientemente cerca de mi cabaña para acudir en caso de cualquier necesidad y con la distancia perfecta para no sentirse invadido u observado. Salgo al balcón mientras me sacudo las migas de pan que tengo en la ropa, él me hace un saludo con la mano y bajo. Tiene una barba rubia y un bigote peinado con un rulito, al estilo Dalí, en sus ojos celestes se ve la tranquilidad y al mismo tiempo la atención al huésped, si viajé bien, si necesito algo.
Le cuento que vengo siguiendo sus recetas, sus investigaciones y toda la información sobre alimentación que comparte en sus redes. Me dice que un poco sin querer se convirtió en un comunicador y que le encanta, que todo empezó con dos fotos comparativas: la de un tomate intervenido y la de uno orgánico. Son épocas de mucho interés por estos temas y eso se ve en la cantidad de consultas que le llegan a su redes o los pedidos de recetas y tips para cocinar lo más natural posible. Martín me pide disculpas pero tiene que ir a ver cómo está el dulce de higos que dejó en el fuego.
Más tarde, me siento en las sillas que están debajo de mi cabaña. Como cuando deslizo el dedo sobre pantalla de mi celular y veo la vida de los demás, este spot me permite convertirme en voyeur de la vida de los Rosberg, que hace 6 años se animaron a dejar su casa de Devoto y trabajos acomodados para desembarcar en Colonia y montar tres casas para alquilar por Airbnb. A mi izquierda, está la huerta orgánica, ahí está Martín de bermudas y alpargatas color caqui. Mi curiosidad puede más y como si hiciera zoom con los dedos, me acerco a ver qué está recogiendo. En sus manos tiene rabanitos blancos, zanahorias moradas con unas hojas muy verdes, unos tomates verdes. Al lado están las tres gallinas con su casita de madera, del mismo color que la de los anfitriones, donde ponen los huevos. Martín me cuenta que son gallinas que están medio jubiladas, que ponen huevos cada 3 o 4 días y que está pensando en incorporar algunas que pongan más seguido.
El anfitrión me invita a pasar a su casa, me muestra el taller de panadería donde una mesa grande de madera cubierta de harina ocupa casi todo el espacio y hay un horno panadero a leña, que es su mayor orgullo. Entusiasmadísimo, casi como sus perros cuando bajo la escalera de mi cabaña, empieza a sacar unas cajas de plástico donde tiene malta que piensa moler para agregarla a sus panes y ver cómo quedan, después me lleva a su biblioteca y me muestra varios libros de cocina en inglés: "Internet no reemplazará nunca a los libros a la hora de aprender una técnica, vengo estudiando cómo hacer panes hace mucho, cómo construir mi horno panadero, las palas, no tolero mucho el error, estoy siempre buscando una manera mejor", me cuenta.
Desde los 18 años trabajó en restaurantes, bares y hoteles, pasando por El Nobu hasta fundar el Hotel Fierro en Palermo, donde trabajó los años antes de irse a Uruguay. "Ser gerente de un hotel no tiene nada que ver con este contacto directo con los huéspedes, mi cotidiano era sufrir por no encontrar un repuesto para el aire acondicionado", dice Martín.
El living de los Rosberg está integrado a la cocina, Carolina me dice que la casa quedó un poco dada vuelta porque ayer ensayó con su banda; ella es cantante de tango y jazz, y estaban preparando un concierto. "La sala de ensayo es mi casa y yo me encargo del catering", dice Martín sonriendo. Al charlar con Martín y Carolina, me doy cuenta muy rápido de que esta familia tiene tiempo de hacer lo que le gusta, él se la pasa experimentando nuevas recetas, ella dando conciertos, "esto sería imposible en la ciudad", dice él.
Ese día hay quesos camembert caseros estacionándose en la cava de vinos, dulces en las cacerolas y una granita de pomelo que saca del freezer para hacerme probar. Me avisa que es "peligrosamente deliciosa" porque tiene alcohol. Le di una cucharada y los ojos se me cerraron al instante, qué delicia. Constato que lo que comparte en redes sociales no es más que su vida cotidiana, no hay ningún montaje.
Después de la tormenta
El clima estuvo pesado durante el día. La partida del sol da lugar a una lluvia que empieza tranquila, después se suman vientos y rayos. Es una tormenta eléctrica que hace que los árboles que rodean la cabaña dejen ese movimiento suave para agitarse cada vez más. Las ventanas de la cabaña ofician de marco para ver esas hojas mojadas, felices por la llegada del agua. De repente, bien entrada la noche, se corta la luz. La oscuridad es total, las gotas que caen sobre el techo de madera son un arrorró. El corte dura poco y apenas vuelve la luz (y el wifi), veo un mensaje de Martín en mi celular, quiere saber si todo estaba bien, si necesitaba algo. Le dije que todo estaba bien y que la oscuridad total había sido increíble.
Al otro día, Martín me dijo que había dormido muy poco por temor a que se volviera a cortar, que es algo que no pasa nunca y que por eso se había quedado alerta, por si algún huésped necesitaba algo. Bueno, empiezo a ver alguna grieta en esta vida ideal, Martín y Carolina están a cargo de todo y a veces puede ser estresante. Ella me cuenta que cada tanto bloquean unos días para no recibir huéspedes y poder descansar, no tener que estar pendientes de nada.
Preparo mi bolso y por la ventana veo a Martín y a Carolina abrazados caminando por el jardín, él lleva los panes y ella la canasta de comida para dejar en una de las cabañas, él la toma por la cintura y la besa. Ahora entiendo por qué leudan bien esos panes.
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