Llegó a Buenos Aires para conquistar sueños, las cosas no salieron como esperaba, pero un mensaje abrió el camino hacia una historia de amor esperanzadora.
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En Buenos Aires, Alejandro trabajaba en un cyber en el barrio de Flores, en la esquina de Yerbal y Bolivia, mientras fantaseaba con alcanzar grandes metas en la capital argentina. Él venía de Mercedes, una ciudad en el departamento de Soriano, Uruguay. Cruzar el río, creyó, significaría abrir la puerta a sus sueños, jamás imaginó cuán duro sería el camino.
No trabajaba en una zona muy segura y en poco tiempo lo asaltaron por primera vez, un evento que lo consternó, pero que, a sus 19 años, no iba a permitir que lo derrotara.
Las jornadas transcurrían monótonas hasta que un día como cualquier otro, un suceso peculiar trajo aire a las largas horas tantas veces asfixiantes. Ante su mirada extrañada una ventanita se abrió en su computadora laboral, “mbsilvi quiere conocerte”, decía. Le dio clic y a partir de entonces comenzó una charla con una extraña, que se reiteró alegre a lo largo de los días, como bálsamo para sus preocupaciones: “Era a través del viejo Messenger, ese con el muñequito verde, año 2004, después pasamos también al Yahoo!, porque para hablar era mejor”, rememora Alejandro.
Ella se llamaba Silvana y después de varios meses de charla se enteró de que era jujeña, que vivía con sus padres y tenían una pequeña verdulería. Con el paso del tiempo las conversaciones encontraron palabras profundas, ilusiones dibujadas entre los dos y sonrisas a la distancia, sin embargo, la realidad de Alejandro era cada día más oscura: “Se puso fea la mano, en total en el cyber me asaltaron cuatro veces, lo que me llevó a tomar la decisión de volver a Uruguay”.
Las fiestas en casa y una conexión perdida
Las fiestas estaban cerca, el uruguayo iba pensativo en el micro, imaginaba el abrazo del reencuentro e intentaba encontrar sentido a sus últimos tiempos. Intentó conectarse con el sentimiento de la Navidad y el Año Nuevo, donde se renuevan las esperanzas.
Sus pagos, como le dice Alejandro, lo esperaban con los brazos abiertos, el amor de familia y una mesa humilde pero agradecida. A sus ahora veinte años, el pueblo, a veces, se sentía chico, pero fue el mejor refugio durante aquellas fiestas.
Luego pasó el Año Nuevo y llegaron los Reyes, y con ellos, algunos trabajos esporádicos que el joven encaraba con gusto. Y fue en una mañana del 2005, cuando el verano todavía azotaba, que Alejandro recordó a Silvina, de quien, tras aquellos tiempos festivos y de cambios, se había desconectado. “Entré a un cyber, ese espacio que había sido tan habitual para mí, y la busqué”, revela. “¡Y ahí estaba ella!, me había dejado cualquier cantidad de mensajes”.
Inesperadamente, el corazón de Alejandro se colmó de alegría y se apresuró a responder cada línea pendiente. Y así, como si nada hubiera pasado, retomaron aquellas conversaciones que parecían haber quedado en Buenos Aires.
Una propuesta llamativa y una odisea para verse
Alejandro y Silvina continuaron escribiéndose y conversando a través de videollamadas, hasta que un día él le hizo una propuesta inesperada, que desconcertó, aunque alegró el corazón de la jujeña.
“¿Querés ser la madrina de Natalia, mi sobrina?”, lanzó Alejandro. Jamás se habían visto, pero ella formaba parte de su vida cotidiana y sus charlas en familia: a través de los cuentos de Alejandro, todos sentían que la conocían de toda la vida.
Silvina dijo que sí, eligió sus mejores atuendos y, dos meses después, emprendió el primer gran viaje de su vida: “Viajó desde Jujuy hasta Buenos Aires, para luego continuar la travesía hasta mi casa en Uruguay”, cuenta Alejandro con una gran sonrisa.
Esa jujeña, valiente y audaz
Alejandro la esperó en la terminal temblando de pies a cabeza. Llevaba un ramo de flores en una mano, y en la otra un peluche blanco con un corazón rojo, que al apretarlo emitía el tema de Titanic.
Silvina llegó y él se escondió. Quería ver su rostro, sus reacciones como recién llegada a un lugar desconocido; su mirada mientras lo buscaba a él, un hombre al que enfrentaría cara a cara por primera vez.
“Cuando vi que peleaba con su valija porque una ruedita se le había roto, salí a asistirla con un `acá estoy´, no supe qué otra cosa hacer o decirle, estaba muerto de miedo”, confiesa. “Ahí estaba ella, esa hermosa jujeña, valiente y audaz, que se acercó y, sin dudarlo, me estampó un beso y me dijo `hola mi amor´”.
Un deseo para estas fiestas
A partir de aquel día, Alejandro y Silvina se volvieron inseparables. Él jamás olvidará ese viaje en el micro que lo llevó desde Buenos Aires a su hogar uruguayo, mientras se aferraba a la esperanza en vísperas de Navidad; una esperanza que se mantuvo viva y se transformó en presentes felices junto a ella, su jujeña, que se animó a hablarle en una tarde de cyber. Esperanza que no se desvaneció nunca en los quince años que llevan casados y en su búsqueda por traer un hijo al mundo.
La vida los golpeó varias veces, pero de cada caída han aprendido y batallado siempre juntos, algo que los ha hecho más unidos y fuertes.
“Encontré el amor en el lugar menos esperado”, dice Alejandro emocionado. “Y, aunque la vida no siempre es fácil, tenemos amor, un tesoro preciado que hay que cuidar. Para estas fiestas, siempre de la mano, deseamos que nuestro amor siga creciendo”, concluye.
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