Recorrimos la casa de la restauradora Ana Vidal, a pasos del Río Luján. Un remanso donde sobra poesía, talento y una gran sabiduría de vida.
Producción y texto: Silvina Bidabehere | Fotos: Santiago Ciuffo.
Lo más difícil en la casa de Ana Vidal es irse. Quizás sea por la energía tan solar que contagia la propietaria que, junto con su marido y sus tres hijos, recicló esta antigua construcción tradicional a pulmón. Con todo ese empuje, no es de extrañar que se haya dedicado a rescatar muebles del olvido. Su emprendimiento se llama Las Vidalas (lo creó con su hermana, la artista plástica Consuelo Vidal), y ya es un secreto a voces: Ana restaura, Consuelo interviene. En su trabajo, están siempre presentes los cardenales, los juncos, los rosales, los lirios los íconos isleños… Esa impronta, naturalmente, sigue en su casa, plasmada, entre otras cosas, en una colección de enlozados que va creciendo entre los escalones de la escalera, los estantes del living y las alacenas de la cocina. "Es un crimen esconder las cosas bellas", declara Ana con convicción.
Ana se crió en Tigre, y su casa es una de las típicas de la zona, de las que habrá visto tantas veces. "Está construida sobre pilotes porque estamos cerca del Río Luján y se inunda cuando hay Sudestada. ¡A veces salimos en canoa!", cuenta, divertida con la aventura. Pero hoy hay sol, Ana prepara mate, y solo queda disfrutar de este universo luminoso.