Una nueva versión del odio
Desde Dresde, Alemania, crece el movimiento islamofóbico Pegida, que se expande por Europa. La Nación Revista presenció una de sus marchas
DRESDE
Parejas de jubilados y jóvenes con pinta de hooligans se pierden por las calles portando banderas alemanas y entonando Wir sind das Volk (Somos el pueblo). Los sigue de cerca un cincuentón barbudo y de pelo largo, posiblemente amante del rock pesado, que lleva un estandarte con la paloma de la paz. Hasta acá, todo normal: la escena podría incluso, con un poco de esfuerzo, pertenecer a una de las manifestaciones que derivaron en la caída del Muro, en 1989. Pero hay algo que no corresponde: el mismo hombre que hace gala de su pacifismo tiene una cruz de hierro gigante estampada en su campera de jean. Este símbolo era usado a modo de condecoración por el ejército prusiano y después por el ejército nazi, y tiene el dudoso privilegio de remitir no ya a una, sino a las dos guerras mundiales.
¿De qué se trata entonces? De una de las manifestaciones semanales del movimiento de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida, por sus siglas en alemán), que marcha cada lunes por las calles de esta ciudad de 530.000 habitantes, capital del estado federado alemán de Sajonia, y que gana espacio en toda Europa en base a una prédica hostil a los inmigrantes sin papeles y a los musulmanes en general.
Pegida fue fundado por el polémico Lutz Bachmann, un líder con dotes de demagogo que alcanzó notoriedad hace unos meses al oponerse a los choques entre kurdos y musulmanes radicales en Hamburgo y otras ciudades alemanas. Su prédica se inició en un modesto grupo de Facebook y encendió la mecha.
Actualmente existen marchas semanales de Pegida en las principales ciudades de Alemania y hay quienes prevén imitarlas por Europa, particularmente en una Francia conmocionada por los sangrientos ataques terroristas en pleno París.
Por ahora, Dresde es el baluarte del movimiento. En la jerga de Pegida, se podría decir que es la capital de Occidente, pese a los largos años que esta ciudad pasó dentro de la antigua Alemania del Este. Aquí fue donde la organización marchó por primera vez con apenas 350 participantes en octubre último. Desde entonces creció como avalancha: en la primera protesta de este año hubo 18.000 personas y 25.000 en la segunda, con la opinión pública todavía en shock por el ataque que diezmó la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo.
A propósito de Francia, muchos de los argumentos de los pegidistas parecen salidos de un libro de Michel Houellebecq, el escritor cuya última novela, Sumisión, plantea la posibilidad de un gobierno integrista musulmán en Francia. Aquí, algunos miembros de Pegida dicen estar preocupados porque el islam se convierta en la única religión promovida por el Estado alemán. Lo temen, aunque este país tenga un Estado laico y una abrumadora mayoría cristiana. Además asimilan islam a islamismo, por lo que sus recelos reales o impostados no difieren demasiado de la trama de ficción pergeñada por Houellebecq. Y hay más miedos de este estilo: que se les prohíba a los niños hablar alemán en las calles, que se acabe la oferta de comida en base a cerdo en las escuelas porque los musulmanes no la consumen, o que no se puedan usar las piletas públicas porque estarían pobladas de musulmanes que harían respetar a rajatabla códigos totalmente distintos de vestimenta. Todo en un país en que los musulmanes equivalen al 5 por ciento de la población (son unos 4 millones). De ese total habría unos 7000 radicales salafistas considerados muy peligrosos por los organismos de inteligencia; muchos, alemanes convertidos.
En sus diatribas, Bachmann no se cansa de decir que Alemania es junto con Suecia uno de los países que recibe más peticiones de asilo pese a que "no se ven balsas de indocumentados en el mar Báltico". En realidad, este argumento causa escozor en la clase política alemana porque en 2013, al calor de la guerra civil siria y el progresivo surgimiento de la milicia terrorista Estado Islámico (EI), se registraron 126.000 solicitudes de asilo político en esta nación y sólo 27.930 en Italia, que es la puerta de ingreso de los refugiados.
Eso llevó al ministro del Interior alemán, Thomas de Maizière, a admitir ya en septiembre pasado –antes del surgimiento de Pegida– que el país se encuentra sobrecargado y necesita más ayuda de sus socios de la Unión Europea para hacer frente a la constante afluencia de inmigración irregular.
"Lo indignante es la doble moral de los populistas de Pegida. Es realmente perverso que en estas manifestaciones se advierta del peligro de la llegada de extranjeros criminales que venden drogas y el orador es justamente un criminal y un dealer", afirmó a La Nación Revista Christian Demuth, presidente de la ONG Bürger Courage, que trabaja contra el rebrote del extremismo de ultraderecha en esta ciudad. En efecto, y aunque parezca increíble, Bachmann fue condenado por robos reiterados, agresiones físicas... y por vender cocaína.
Otro dato curioso es que, mal que le pese a Pegida, Sajonia es un Estado con muy pocos musulmanes (0,1% del total de la población) y recibe menos refugiados que los demás (el 5% del total contra más del 20% de otros estados federados). La aparición del movimiento resulta todavía más paradójica si se tiene en cuenta que los habitantes de Dresde habían logrado bloquear –no sin esfuerzo– la entrada de neonazis al centro para realizar el 13 de febrero, la que llegó a constituirse como la mayor marcha anual de la ultraderecha en el país. Ese día, en 1945 se produjo el encarnizado bombardeo aliado que redujo esta ciudad a escombros durante la Segunda Guerra Mundial. "En Dresde, los neonazis tienen capacidad de movilizar entre 1500 y 1800 personas, que participan de las marchas de Pegida. Ahora, con el surgimiento de esta organización, la pregunta es qué va a pasar el 13 de febrero próximo", advirtió, preocupado, Demuth.
"Prensa mentirosa"
Por ahora, tras escuchar las arengas semanales de sus líderes, los llamados pegidistas dan un paseo por la ciudad mayormente en silencio. Sólo entonan de tanto en tanto dos consignas. Una es Somos el pueblo, la misma que usaron quienes se levantaron en 1989 contra el opresivo régimen comunista. La otra es Lügenpresse o prensa mentirosa, un lema que repudia la cobertura que los medios dan a sus movilizaciones y que ya había utilizado la propaganda nazi de los años 40.
Marchan enarbolando cruces y banderas alemanas, sajonas o bávaras. También se divisa alguna de Rusia, lo que da cuenta de cierta simpatía de los pegidistas por Vladimir Putin, y alguna de Noruega, algo que da alas a quienes asocian las ideas del movimiento a las del asesino Anders Behring Breivik, que dijo haber causado la peor masacre de la historia del país escandinavo para defender a Occidente.
Ellos recorren calles flanqueadas de esplendorosos edificios restaurados que datan de los siglos XVIII o XIX, como la iglesia Frauenkirche, la catedral y la Ópera, y también por monobloques de la antigua Alemania comunista.
En realidad son dos los movimientos que todos los lunes se disputan el corazón de la bellísima Florencia del Elba. Por un lado, Pegida y, por otro, Dresde para Todos (Dresden für Alle), que con marchas multicolores al ritmo del reggae es el polo opuesto de la oscura y monocorde caminata de los patriotas xenófobos. Aun así tienen un problema evidente: son mucho menos. A lo sumo logran convocar unas 6000 personas contra los más de 20.000 de Pegida. En cambio, en otros lugares de Alemania las contramanifestaciones son mucho más numerosas. Sin ir más lejos, el pasado lunes 12, 100.000 personas marcharon en todo el país contra Pegida.
"Como no conseguimos suficiente gente en la calle para ser más que ellos, estamos discutiendo maneras innovadoras de protestar", se sinceró ante la nacion revista el vocero de Dresde para Todos, Marc Dietzschkau, que de todos modos pidió que la clase política alemana no reaccione con concesiones a Pegida que podrían hacerlo crecer más. En otras palabras, sí a una cultura de bienvenida y mejores condiciones para la integración de refugiados. Y nada de deportaciones masivas.
Hasta ahora, Berlín se muestra firme contra Pegida. La canciller alemana Angela Merkel le pidió a la gente no dejarse usar por quienes utilizan consignas xenófobas y exigió que no se difame a las personas por sus creencias religiosas. Su ministro de Justicia, Heiko Maas, fue más allá: tildó a los partidarios de Pegida de hipócritas y les sugirió que mejor se queden en sus casas.
Si bien las contramanifestaciones de los lunes no cuentan con tanta asistencia, Dresde para Todos lo compensa con audacia: los militantes asistieron a las dos primeras protestas de 2015 con chalecos fosforescentes y escobillones "para limpiar de las ideas de Pegida el parque de la avenida Ligneralle", donde los xenófobos habían realizado su encuentro momentos antes.
Para desconcierto de los policías antidisturbios, que acudieron en gran número e instalaron barricadas para que los dos grupos no se encontrasen directamente, los autodenominados simpáticos de Dresde lograron realizar su ritual de sanación al ritmo de música balcánica e irse sanos y salvos, más allá de recibir alguna mirada torva de los patriotas durante la desconcentración.
La corte del rey Kurt
Ahora bien, ¿por qué todo esto ocurre en Dresde? En realidad, la islamofobia no es un fenómeno exclusivamente local: de hecho hay marchas de Pegida en varias ciudades importantes de Alemania. Y tampoco es un fenómeno exclusivamente alemán. De hecho, en Suecia la ultraderecha obtuvo buenos resultados electorales con la propuesta de limitar el ingreso de refugiados. También en Francia la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, avanza en las urnas con una prédica hostil a los musulmanes. Y Noruega acaba de inaugurar sus propias marchas de Pegida.
Pero sí existen características propias de Sajonia que ayudan a entender la situación, como su "terrible falta de cultura democrática", según afirmó Demuth. Al parecer, tras la caída del Muro hacían falta profesores en ciencias políticas para explicar a los jóvenes el funcionamiento del sistema democrático. Y como no había muchos candidatos se utilizaron profesores de ruso reciclados –y poco motivados– que habían quedado sin empleo con la reunificación. Todo esto después de décadas en que la más mínima disidencia era duramente sancionada por contrarrevolucionaria por el régimen comunista germano-oriental.
También incidió el estilo de gobierno de Kurt Biedenhof, que manejó los destinos de esta región entre 1990 y 2002. "Se lo apodaba el rey Kurt. Había dicho que en Dresde no había nazis y que la ciudad era inmune al extremismo. Él siempre hablaba de lo bien que estaban las cosas. No había debate: la gente se lo creía", contó Demuth. Hasta que llegó 2004 y se encendieron todas las luces de alarma porque el partido filonazi NPD entró en el Parlamento regional con el 9,2% de los votos.
Ahora el NDP volvió a quedarse sin representantes en la Cámara al igual que los liberales del FDP, al tiempo que ganan posiciones los euroescépticos nacionalistas de Alternativa para Alemania (AfD). "Creo que muchos de los que marchan los lunes son ex votantes del NPD o del FDP o partidarios de Biedenhof para los cuales Merkel es muy de izquierda porque está introduciendo el salario mínimo y el cupo femenino en las empresas", dijo Demuth.
Consideró, además, que la emergencia de "una máquina de marketing como Pegida" supone el desembarco desembozado del populismo en la escena política, un fenómeno hasta ahora desconocido en la Alemania posterior a la reunificación.
De hecho, en vez de reclamar por los canales tradicionales, los habitantes de Nünchritz, una localidad sajona golpeada por las inundaciones de 2013, amenazaron con unirse a Pegida si no se les da el dinero necesario para realizar una construcción que se les prometió tras las tragedias. Es decir, nada más alejado de la islamofobia.
Y una vez que se ingresa en este camino es difícil parar. Y si no que se lo digan al propio Bachmann, un ex carnicero que prometió seguir ad eternum con las marchas de Pegida, y que no parece dar signos de querer volver a su antigua profesión.
Lo cierto es que el movimiento y sus partidarios suponen un evidente desafío para la clase política alemana. Por eso, si se quiere desactivar la bomba de tiempo que supone Pegida, se deberían abordar los problemas económicos de este Estado federado, además de fortalecer el debate político y la educación. Por ejemplo, que esta región tenga uno de los niveles de sueldos más bajos de Alemania: el 25% de los asalariados cobra menos de los 8,5 euros por hora del salario mínimo que prevé introducir Merkel a partir de este año.
Para peor, se espera que se complique la situación previsional. Actualmente Sajonia tiene un buen nivel de jubilaciones porque en la época comunista tanto hombres como mujeres tenían trabajo pago asegurado. Ahora –con el desempleo del 8,4% y los bajos salarios– esta situación está por dar un giro dramático. Y por último existe un grupo de hombres de alrededor de 30 años –con escaso nivel de educación– que constituye una parte importante de los que marchan con Pegida, por lo general poco exitosos en términos sociales.
Este segmento poblacional considera a la globalización una amenaza y no un beneficio; se siente profundamente olvidado y considera que la clase política sólo se ocupa de los derechos de las mujeres y de los homosexuales, aunque no sea esto lo que suceda en la realidad. También para ellos el populismo sería una vía rápida de recuperar el honor perdido.
Sin lugar para el islam
Pegida acusa a la prensa de mentir y eso ha llevado a que varios periodistas tuvieran que disfrazarse de ciudadanos preocupados para poder desarrollar su trabajo de incógnito en sus marchas sin ser molestados. Lo extraño es que esto sucede cuando este movimiento xenófobo seguramente no existiría si no fuera por el impacto mediático de las terribles imágenes sobre el avance de EI en Siria y en Irak, y las decapitaciones de occidentales.
"La mayoría de la población mezcla la cobertura periodística sobre la cuestión del terrorismo islámico en otros países con la cuestión de la convivencia entre musulmanes y no musulmanes en Alemania, que son problemáticas que no tienen nada que ver entre sí", dijo Stephan Vopel, director de la Fundación Bertelsmann al presentar hace unos días un estudio que afirma que el 57% de los alemanes cree que el islam no encaja en el mundo occidental.
Esta visión está muy arraigada en este país pese a que los musulmanes que lo habitan se cuentan entre los más occidentalizados: el 88% de los menos devotos y el 90% de los más religiosos consideran a la democracia el mejor sistema político, y el 67% de los menos religiosos y el 40% de los más devotos apoyan el matrimonio gay.
De todos modos, los atentados de París parecieron hacer reflexionar a muchos en toda Alemania y en particular en Dresde: contra todos los análisis que hablaban de que Pegida iba a sacar tajada de la situación, unas 35.000 personas dijeron presente el sábado 10 de enero en un acto junto a la iglesia Frauenkirche para rechazar la islamofobia. ¿La consigna? Somos Charlie, no Pegida.
Fotos AP, AFP y Reuters