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Apareció una noche de tormenta en una pequeña localidad a 100 km del sur de Bahía Blanca. El frío era abrasador y la lluvia y el viento amenazaban con no dejar nada en pie. “Se metió en nuestra casa y en nuestras vidas sin pedir permiso, como si de antemano supiera lo bienvenida que sería. Tendría entre 3 o 4 meses. Le dimos algo para comer y beber, le hicimos unos mimos y luego la acomodamos al lado del calefactor en una pequeña caja con un almohadón. Yo dormí en el sillón del living comedor, muy cerca de ella, para asegurarme que estuviera bien”, recuerda Damián Davinson.
Nadie pudo imaginar lo que había vivido en su corto tiempo de vida la perrita de ojos oscuros que siguió su instinto y buscó refugio en un lugar seguro. En esa misma caja en la que la habían acomodado, acompañó al joven a la habitación donde él solía trabajar y de allí al living comedor, al patio o a donde él fuera y pasó las siguientes 36 horas descansando, lejos del estrés y el miedo que eran moneda corriente en sus días.
“Nuestras vidas se unieron”
“Estaba desesperada por comer. A punto tal que se ahogaba de lo rápido que comía. Y así fue como, estando yo sentado en los escalones de la escalera y ella sentada a mis pies, comenzaron a unirse nuestras vidas: granito a granito de balanceado. Todavía era muy pequeña para salir a pasear así que durante un tiempo el patio era su mundo. Aunque ese mundo pronto se expandió ya que junto a mi pareja viajábamos mucho para visitar familiares y amigos o conocer nuevos lugares”.
Al comienzo, Damián creyó que la perrita a la que había bautizado Mona, tenía familia. La buscaron pero no la encontraron, o nadie la quiso reclamar. Tampoco lo supo. “Hasta que, por esas cosas que tiene la vida, mi relación de pareja se terminó a principios del 2011 y volví a mi ciudad de origen: Bahía Blanca. Más allá de algún bolso con ropa, Mona fue lo único que llevé conmigo. Todavía no tenía un año. En este tiempo fue adquiriendo distintos sobrenombres y Chancho era como más me gustaba decirle”.
Mona y Damián se mudaron entonces de una localidad de unos 3.500 habitantes al microcentro de una ciudad de 300 mil habitantes. “Al principio fue difícil, fue un cambio muy abrupto para los dos. Vivíamos en un lugar de mucha paz y tranquilidad donde dejábamos las puertas de las casas y de los autos sin llave. Mona me acompañaba caminando sin correa a casi todos lados, teníamos campo y naturaleza a pocas cuadras. Yo no tenía que cumplir horarios. Y de pronto pasamos a vivir en un departamento en pleno microcentro de la ciudad y cumplir horarios en una oficina, a estar a media cuadra de la principal plaza de la ciudad e ir ¨atados¨ con correa y ya no tener esa paz y tranquilidad”.
La adolescencia perruna: “¡qué intensidad!”
Fue un cambio complejo. Pero la dupla de perro y humano se acomodó de a poco a la nueva realidad. Mientras transitaban el proceso, Mona rompió varias cosas, desenterró varias plantas, mordió las patas de varios muebles, y se comió todo lo que encontró, corrió con energía detrás de varios autos y motos, y cruzó la calle cada vez que pudo sin siquiera mirar para algún costado. Eso también provocó alguna que otra visita al veterinario fuera de sus habituales controles. Pero, como contraparte, con el tiempo aprendió modales y a andar con correa, a esperar en las esquinas y a caminar cerca de Damián y, sobre todo, aprendió los tiempos de esta nueva forma de vivir y que ella siempre tendría su momento para pasear.
Con el correr de los años Mona fue creciendo y madurando y pasó por la adolescencia perruna. “¡Qué etapa difícil y qué intensidad!”. Durante ese tiempo se mudaron del departamento y vivieron en un par de casas hasta que encontraron el que fue su hogar por mucho tiempo: un departamento cómodo y bien ubicado que les permitía pasear, hacer trámites y compras juntos.
“Se puso vieja y comenzaron las ñañas”
“Paseando y dando vueltas por el barrio reforcé mi confianza en ella y comencé a sentirme más seguro sabiendo que no solo Mona ya conocía el barrio sino que el barrio también la conocía a ella: Héctor, el encargado del edificio y los vecinos; Soraya del kiosco; Romina de la óptica; Esteban de la fiambrería; la tía Mabe de la agencia de viajes; Lula de la plaza, y así varias personas más. Ella tenía su rutina de paseo en la que visitaba gente conocida, la plaza (donde se encontraba con sus pares perrunos) y los lugares donde era bienvenida. La gente sabía que yo llegaba porque Mona entraba primero y porque iba adelante siempre la veían antes que a mí. Quería ser la Roberto Carlos perruna”.
Así pasaron los años: viajaban cada vez que tenían la oportunidad de hacerlo, recorrían playas y montañas, rutas de asfalto y de ripio o incluso haciendo ellos mismos la ruta porque no existía. Durmieron en la camioneta, en carpa, en dormis, en cabañas y en hoteles. Durante este tiempo Mona tuvo algunas cuestiones de salud de las Damián se ocupó responsablemente: principio de artrosis, algunos problemas de digestión y una cardiopatía. Con esto cambió su alimentación y los cuidados y controles fueron más seguidos. “Se ponía vieja y comenzaban también algunas ¨ñañas¨ pero nada que nos impidiera seguir con nuestras vidas como hasta entonces. Ni siquiera después de que le diagnosticaran un tumorcito en el bazo dejamos de hacer ¨la nuestra¨. Eso sí, los recorridos se planificaban en función de parar más seguido a estirar las patas. Las cuatro”.
“Pensé que sería una fase más, pero Mona estaba cansada”
Los meses pasaron. El tumorcito en el bazo hizo que esas ñañas fuesen cada vez más seguidas y comenzaron a suceder episodios donde Mona ya no tenía ganas de subirse al auto. De hecho, el último viaje largo fue en 2021. También los paseos pasaron a ser salidas y vueltas cortas. Había días buenos y días malos en los que Mona no tenía energía ni fuerzas para nada. Estos días malos comenzaron a ser más frecuentes. Fue cambiando y acomodando su cuerpo para levantarse, acostarse y dormir. Y el tumorcito se convirtió en un tumor y ya no quedaba mucho para hacer más que darle amor y la mejor calidad de vida posible.
“Pero habíamos pasado tantas que creí que esta fase sería una más, pero Mona estaba cansada. Sus ojos me lo decían. Y sin que pudiera hacer algo más se fue el 1 de noviembre de 2024. Compartimos poco más de 14 años y recorrimos más de 100 mil km juntos, acompañándonos. No estaba preparado para que se fuera. Hoy cambió, todo cambió. Ya no hay vuelta a la manzana ni salidas a buscar las compras juntos, ni paseos, ni sus rutinas. La gente me pregunta por ella y se entristece al saber que ya no está”. Ahora para Damián todo es más rápido, monótono y aburrido.
“Quizás por mi forma de ser o simplemente por el devenir de la vida, Mona terminó siendo alguien en quien puse el amor que tenía para dar y a la vez se transformó en mi escudo emocional. A través de ella conocí gente especial para mi vida. Algunos están más cerca que otros. Y esa es una gran ventaja de andar por la vida con un perro como Mona. Porque Mona solo atrajo gente buena a mi vida, gente que aparece para algo y está el tiempo que tiene que estar para enseñarte lo que tengas que aprender. Y si esa gente llega a nuestras vidas con un perro, la vida es más linda”.
La vida le presentó a Damián un perro. Se adoptaron mutuamente, crecieron, maduraron y se eligieron para ser parte el uno de la vida del otro. Mona fue el perro que le tocó a Damián en suerte: un perro sabio, con muchas vidas encima y con una misión: hacerlo alguien mejor. “Hoy la extraño cada día. Extraño llegar a casa esperando que me reciba, extraño verla y saber que está pero más extraño que duerma entre mis piernas sintiendo su corazón latiendo. También extraño mucho acariciar su pelo. Todavía escucho sus uñitas al caminar por la vereda o el departamento. También escucho todos los silencios que dejó. Todavía hay en toda la casa pedacitos suyos. Guardé sus cosas (su collar y su correa, y su pelota preferida) porque se que en algún momento volveremos a cruzarnos. Quizás ya no sea de la misma forma, y su aroma y la textura de su pelo sean distintos pero seguramente sea la misma alma”.
“Con Mona se fue una parte de mi vida”
Sin duda alguna, Damián asegura con lágrimas en los ojos que Mona salvó su vida y la hizo mejor. “También me ayudó a entender lo verdaderamente importante de la vida: por ejemplo, que cuando alguien está triste basta con acompañarlo sin decir nada, que trabajar para lograr objetivos económicos y materiales cuesta un montón de vida, energía y tiempo, y hace que te pierdas de un montón de momentos que son importantes e irrecuperables. Que el presente es lo que tiene que tener mi atención. Me enseñó que hay que hacerle caso a nuestra intuición porque es verdaderamente sabia y honesta, y que a la familia uno la elige. Con ella aprendí el significado de la palabra incondicional”. Mona dejó grandes enseñanzas, y estas son solo algunas de muchas.
“Con ella no solo se fue mi compañera del día a día, de viajes y andadas sino también se fue una parte de mi. Ya no seré el mismo. Hoy lloro porque llegó ese momento que no creí que llegaría, porque ya no está en mi día a día, y también por todo lo que ya no será. Ha dejado un gran vacío, un vacío inmenso pero a la vez estoy convencido de que mientras exista en el corazón y en la memoria de los que te quisimos no existirá nunca la auténtica pérdida porque su paso por nuestra vida y sus patas dejaron huellas. Éramos un equipo y como tal nos cuidábamos mutuamente. Hoy le pido que me cuide hasta que volvamos a encontrarnos. Hablar de Mona todavía sigue siendo gatillar una bala que va directo al corazón, me hace pedazos y si bien nuestra historia pudo haber comenzado creyendo que te rescataba yo a vos, en realidad el rescatado fui yo”.
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