Una Navidad diferente, en silencio y con té de menta
Cómo fue pasar el último 24 de diciembre en Marrakech, Marruecos, sin brindis, pan dulce ni festejos después de las doce
MARRAKECH.-Bajo un cielo azul, con las montañas del Atlas nevadas en sus picos, rodeada por 24 km de murallas amasadas con barro y pétalos de rosas que le dan ese color terracota, Marrakech, tal vez una de las ciudades más sensuales del mundo, está frente a mí. Es ruidosa en su andar de todos los días, con murmullos y gritos que no callan, callecitas y cortadas, el paso presuroso de mujeres camino a los mercados y el perfume de los naranjos y la menta: todo está presente en los rincones que la hacen única. En el aire flotan, también, los aromas de las especias, sumados al olor del cordero cocido con miel, o de las palomas rellenas con pasas de uvas y almendras. Nada anuncia que hoy es un día distinto a otros. La más maravillosa de las rutinas me envuelve, nada es diferente hoy, en este lugar.
Busco la Navidad y no la encuentro. No veo arbolitos, guirnaldas, luces y mucho menos pesebres, ni botas de Papá Noel anunciando que pasará con su carga de regalos, moños y sorpresas. Tampoco renos ni trineos de cartón, ni los tradicionales anuncios que cuentan que hoy nacerá el Redentor. Sin embargo, en los burros que cargan leñas, en muchas casas de adobe de la medina, en las arcadas de las calles que se entrecruzan en el soco, en los artesanos que en sus fraguas tuercen y retuercen el hierro a martillazos, en aquellos que hilan las alfombras a mano o en las tupidas barbas de los marroquíes, se percibe una fuerte cercanía a imágenes bíblicas: se me ocurre que el pesebre podría estar a la vuelta de la esquina.
Es imposible no pensar que, con buen genio, esta ciudad fuera denominada "la perla del Sur" o "la rosa del desierto". Su origen se remonta al 1062 y, según cuenta la leyenda, fue cuando un camellero jerarquizado, Yosufibn Tasfin, plantó su tienda en el medio del desierto. Dicen que comió tantos dátiles y dejó caer tantos carozos sobre la arena que, sin saberlo, sembró un verdadero palmeral que aún hoy deslumbra y asombra. De aquel oasis a esta ciudad de casi dos millones de personas, invadida por miles de turistas de todo el mundo, mucho ha cambiado.
Churchil, la familia Hermes, Liz Taylor, Amalita Fortabat, Ives Saint Laurent, Jaquelin Kennedy, el ex presidente francés Nicolas Sarkozy y miles de anónimos adoradores conocieron el placer de tomar el té en los jardines de ocho hectáreas de olivares del hotel más renombrado de toda África, La Mamounia. Hoy, está increíblemente restaurado y conservado para privilegio de los que pueden afrontar sus novecientos euros diarios sin desayuno en habitaciones estándares. Por las suites y las villas bueno... mejor no preguntar.
La iglesia de los Santos Mártires (que dicho sea de paso, evoca a cuatro franciscanos degollados en 1220), emplazada a metros del Avenida Mohamed V, columna vertebral de Marrakech, es el centro de la feligresía católica en la Nochebuena. Esta parroquia tiene muy buena estructura, un gran campanario y dos entradas laterales. Durante los oficios, las puertas están totalmente abiertas, pero luego es necesario tocar el timbre para poder acceder al templo o a las confesiones. Frente a la parroquia, una espléndida mezquita me recuerda de pronto que estoy en un país profundamente musulmán, con sólo un 3% de católicos. Sin embargo, la tolerancia ha permitido practicar a católicos, judíos y protestantes sus religiones en total libertad y armonía.
Existen en todo Marruecos 187 sacerdotes y dos obispados: uno en Rabat y el otro en Tanger. También hay dos conventos de monjas clarisas y carmelitas. La misa de Nochebuena comienza a las 20.30 exactamente. Cuatro padres concelebrantes, uno de ellos croata, otro alemán, un filipino y un congolés, acompañados por un coro interracial de 21 voces, comparten la Misa con 350 parroquianos europeos, marroquíes, nigerianos y congoleses. El templo está calmo y en penumbras cuando se escucha el llanto de un niño, símbolo del nacimiento: es entonces cuando empiezan los cánticos y se encienden las luces. La alegría de los instrumentos, entre los que hay un dinde (tambor congoleño), un piano y una guitarra, hace las delicias de la feligresía junto con las palmas.
Eso sí: estando aquí olvídense de comer pan dulce, porque donde lo busquen, tratarán de venderles budín inglés. Los alcoholes burbujeantes se sustituyen por un té a la menta. Y a la medianoche, toda Marrakech duerme. Nada de fuegos artificiales, cañitas voladoras o bombas de estruendo. No, esas cosas son para la Argentina. Por acá, la Navidad es íntima, reservada, silenciosa y, sobre todo, honda. Las minorías viven con prudencia su fe, no hay nada que incomode o provoque.
Alguna vez Juan Pablo II dijo en Casablanca y ante miles de jóvenes: "Este país tiene tradición de tolerancia, es un país hospitalario, serán ciudadanos de un mundo fraternal". Y así es, no interfiere Rabat en la celebración de todos los cultos. Cada uno sabe y respeta al otro, que no es poco, en el mundo turbulento y beligerante de hoy.