El escritor israelí fue nominado como candidato al Nobel de Literatura tras publicar La vida juega conmigo, basada en una conmovedora historia real
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¿Salvar la memoria y el honor del amor de tu vida o dejar a la suerte a tu hija pequeña? A ese dilema se enfrentó la croata Eva Panic al ser detenida en los primeros años de la Yugoslavia comunista de Tito. Su decisión la condenó al encarcelamiento en la temible prisión política Goli Otok.
El escritor israelí David Grossman, una de las grandes voces de la literatura mundial y nombrado como firme candidato al Nobel, cuenta su historia en la novela La vida juega conmigo, un relato duro en que la intolerancia y un terrible secreto condicionan a la familia de Panic por varias generaciones.
Marcado por el recuerdo de su propio hijo, muerto en Líbano durante la guerra entre Israel y Hezbolá, Grossman, de 55 años, nunca huye del dolor en su obra. Autor de una quincena de novelas y cinco libros de ensayo, incluido Gran Cabaret (Premio Man Booker Internacional), traducido a más de 50 idiomas, cree que la literatura puede salvarnos de los males colectivos y el sufrimiento individual.
BBC Mundo lo entrevistó en el marco del Hay Festival Querétaro 2021.
-Como en otras de tus novelas, en La vida juega conmigo volvés a explorar el dolor. ¿Nunca pensás en evadirlo con la literatura?
-No veo la literatura como una forma de escapar de mi vida. Cuando escribo, pretendo entender algo o trasladarme a otro lugar, convertirme en otro ser humano y experimentar cosas distintas. Cuando perdimos a nuestro hijo, hace ya 15 años, yo llevaba tres escribiendo un libro.
Precisamente, trataba de una mujer que envió a su hijo a la guerra y estaba segura de que moriría. Pero decide no recibir nunca la notificación de los militares. Por eso huye, para jamás recibir la noticia. El día después de que me enteré de la muerte de mi hijo recuerdo la visita de dos grandes amigos: los escritores Amos Oz y Abraham B. Yehoshua.
“No creo que sea capaz de salvar este libro”, les dije. Pero me miraron y respondieron: “David, puede que sea el libro el que te salve a ti”. Al principio no entendí, pero gradualmente empecé a sentirlo. En medio del duelo por mi hijo, sentí el deber y la responsabilidad por lo que estaba escribiendo, la necesidad de redescubrir a mis personajes.
Volví a escribir en una situación donde todo estaba demolido, en la ruina, destrozado. Crear personajes, darles sentido del humor, fantasías e imaginación, me dio mucha vitalidad cuando me sentí completamente paralizado.
Luego me di cuenta de que yo elegía la vida, que no me tentaba alguna otra alternativa. Quiero vivir y escribir. Eso es algo que me enseñó la literatura. No sabemos qué va a pasar después de la vida, pero hay un lugar en que podemos sentir al mismo tiempo la grandeza de la vida y la totalidad de la nada de la muerte: el arte.
Solo en el arte, la literatura, el cine o el teatro somos capaces de sentir la riqueza total de nuestro ser y el terrible miedo de no ser.
-En el libro explorás muchas miserias humanas, como el nacionalismo radical y la xenofobia. ¿Creés que de la misma forma en que la literatura puede salvarnos del dolor puede también salvarnos de los males colectivos?
-La xenofobia o el nacionalismo arrancan al individuo y lo hacen parte de una ingeniería más grande. El individuo queda borrado. La literatura, sin embargo, se enfoca en el individuo. Stalin dijo una vez que una muerte era una tragedia y que miles de muertes eran una estadística.
En la literatura tratamos de redimir el drama de un individuo, separarlo de estas “estadísticas” de las que hablaba Stalin. Nos enfocamos en un ser humano y exploramos qué tan rico es. Detrás de cada historia humana hay otra historia humana y otra y otra. Es la arqueología de la humanidad.
Si entendemos qué tan rico es cada ser humano, jamás podríamos ser racistas. Para ser racistas o pretender borrar a una raza, primero tenés que borrarte a vos mismo. La literatura es lo opuesto. No simplifica la vida, no divide entre buenos y malos. Enseña que en un mundo lleno de generalizaciones y estereotipos, los escritores ofrecemos matices.
Los medios de comunicación masivos a veces fomentan algo peligroso, porque tal parece que esos medios están destinados a las masas. Y no, son medios que transforman a seres humanos en masas. La literatura va en otra dirección.
-En La vida juega conmigo, la protagonista guarda un terrible secreto sobre una decisión muy peliaguda. ¿Nunca temiste que los lectores juzgaran a Eva de una forma negativa, que al final fue una persona real y por la que sentís mucha simpatía?
-Cuando escribo nunca pienso en qué mensaje pueda provocar. Tenía claro que la gente quizás la criticaría en una forma negativa por no haber tomado lo que muchos hubiesen creído que era la decisión correcta. Pero yo solo intenté plasmar su personaje en todas las facetas posibles. Pretendo que sientan las contradicciones de este personaje, el contraste entre lo empática que era Eva y lo que hizo por su hija que fue tan horrible.
Eva, por otro lado, jamás me dijo que estuviese arrepentida. Todo lo contrario, me dice que si le pasa otra vez y la ponen bajo el mismo dilema, habría escogido lo mismo. ¿Si le creo o no? Ya no estoy tan seguro, porque ya había pasado por todo el dolor y la agonía que su decisión causó en la vida de su hija. De este libro aprendí, de Eva y su hija, una capacidad impresionante para recuperarse y perdonarse.
Madre e hija me enseñaron qué tan flexibles podemos ser con otros humanos. No estoy seguro de haber experimentado una generosidad parecida a la que estas dos mujeres profesaron y que aprendí de ellas.
-Últimamente miramos cada vez más con lupa, sobre a todo raíz de las redes sociales y la cultura de la cancelación, hechos que ocurrieron en el pasado. ¿Creés que las generaciones de hoy aceptarían lo que hizo Eva durante la Yugoslavia comunista?
-Es una buena pregunta. Eva realmente encarnaba una idea clara, que era que los ideales eran más importantes que los propios seres humanos. La gente solía sacrificar sus vidas por sus ideales, lo cual hoy es muy difícil de encontrar.
Hoy somos más cínicos, nos tentamos más por el interés que por las ideas. Igual para mí fue difícil extrapolarme a la situación de Eva, cuando realmente creía que sus ideales merecían el sacrificio de su propia vida. Pero esto es algo que está en cada ser humano.
-¿Por qué decidiste contar esta historia, trasladarla a literatura?
-Fue una historia muy curiosa, la propia protagonista me la brindó. Eva Panic vivía en un kibutz de Israel y un día, a raíz de un artículo que yo había escrito, me llamó para hacerme algunos comentarios sobre el mismo.
Por el teléfono escuché a una mujer con mucha confianza en sí misma, muy opinante. Tenía un acento inusual que me despertaba mucha curiosidad. Era croata, de la antigua Yugoslavia. Al conversar, inmediatamente me di cuenta de que era un ser humano único con una historia única, especial.
Me empezó a contar su vida y cuando más interesado estaba, paró y dijo: “Bueno, quizás me permitas llamarte en otro momento en el futuro”. Sonreí y le dije que por supuesto se lo permitía. Me llamó tres o cuatro días después. Continuó contándome su historia, la de su amor Rade Panic, su primer marido.
Y otra vez, en el momento más tenso, cortó y me volvió a preguntar si quería escuchar más sobre ello en el futuro. Le dije que sí, por favor, que me llamara otra vez. Poco a poco me fue contando toda su historia. No es una historia simple. Es complicada emocional y psicológicamente. Le dije desde el comienzo que quería contarla. Ella también quería que la escribiera.
Aunque le tuve que advertir que yo era escritor, no un documentalista. Que no la describiría exactamente como era. Debía fantasearla, imaginarla, incorporarla a mi ADN y crear un personaje. El personaje final que aparece en el libro, Vera, por supuesto que es diferente al de Eva Panic, pero en los elementos esenciales de su personalidad es la misma. Es mi labor como escritor.
-¿Cuáles fueron los mayores retos que enfrentaste al transformar esta historia real en ficción?
-Hubo varios. Su vida era muy rica, tomé de ella mucho contenido y fue duro decidir entre qué incluir y qué no. Tuve que descartar tantas historias que me rompió el corazón. Había anécdotas fantásticas. El otro desafío era plasmar su personalidad, porque no es muy fácil que caiga bien a primera vista. Era muy dura, opinante y segura de sí misma.
Y, por supuesto, por la decisión que tomó al decidir entre salvar el honor de su marido o a su hija pequeña, eligiendo lo más difícil de aceptar. Pero quería que el lector, aunque no compartieran su decisión, la entendiera, que se pusiera en sus zapatos y se atormentara con el dilema que enfrentó.
Otro desafío fue su lenguaje: mezcla de serbio, croata, húngaro, hebreo e inglés algunas veces. Quería plasmar la melodía de su voz, pero al mismo tiempo evitar caricaturizarla porque no lo merecía. Creo que encontré el equivalente a su forma de hablar y espero que mis traductores hayan encontrado la melodía, su lado divertido, incluso sus errores al pronunciar muchas palabras.
-¿Quedaron satisfechos los familiares de Eva con el resultado?
-Tuve una reacción muy cálida de toda la familia y los allegados de Eva. Creo que quedaron muy satisfechos con el resultado porque no traté de embellecerla. Se habrían percatado de cualquier intento de embellecerla o halagarla. Ella es muy dura en todos los sentidos posibles. Pero a la misma vez siempre demandaba la verdad.
No le podías mentir ni ocultar lo que sentías o pensabas. Quiero pensar que si hubiera tenido la oportunidad de leer la historia le hubiera gustado.
-Leí en otras entrevistas que no querés una vida sin significado. Se habla mucho de vos como un candidato fuerte a ganar el Nobel de Literatura. ¿Serviría este reconocimiento para proyectar aun más ese significado?
-Quiero que mucha gente lea mis libros, no haré un secreto sobre ello. Es un sentimiento maravilloso que gente de otras partes del mundo, que nunca conoció, me escriban y digan que mis libros fueron influyentes para ellos.
Tener estas situaciones donde la gente me escucha, y aunque a veces discuta conmigo o no esté de acuerdo, me hace sentir que hay un lugar en el mundo para mi voz y añade algo de significado. Este placer es tan fuerte en mí que cuando me preguntan si me preocupa el futuro de la literatura, respondo que puede cambiar de forma o vehículo, pero que la necesidad humana de contar historias y la necesidad humana de escucharlas nunca cambiarán. Si tenemos esas dos necesidades, la literatura estará salvada.
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