Una manera distinta de contar el horror
El periodista Julián Gorodischer expone los mitos heroicos de su familia en una novela gráfica que causa polémica no por el formato, sino por combinar temas como sexo y Holocausto. Provocación literaria y crónica conmovedora
Periodista desde hace casi dos décadas, editor de suplementos culturales en diarios de renombre, Julián Gorodischer eligió el periodismo en cómic –género nacido hace 20 años y fenómeno en el mundo que tiene como grandes referentes a Joe Sacco, Guy Delisle o Art Spiegelman– como soporte para contar la aciaga, traumática historia que determinó a su familia desde la Polonia del gueto, de Auschwitz y del Holocausto. En su primer libro de novela gráfica –así es como él prefiere definir a Camino a Auschwitz, ilustrado por Marcos Vergara y publicado por Emecé– aparecen sus tíos abuelos Paie, muerta en un campo de concentración; Berl, partisano que peleó en los bosques de las afueras de Varsovia y protagonizó la máxima hazaña civil judía que fue el levantamiento del gueto, y Luba, que ya en Buenos Aires y en la década del 60 se involucró en el Operativo Garibaldi de secuestro y traslado a Israel del ex jerarca nazi Adolf Eichmann para su juzgamiento. Son antepasados maternos, según él "mitos heroicos de la familia", que se presentan en tres nouvelles o relatos contados desde una perspectiva no ajena a generar inquietud y algo de polémica por sus alusiones a lo queer y sus escenas sexuales, de prostitución y necrofilia. Lo que podría tratarse de un estudiado golpe de marketing literario de parte de un provocador es resumido por el escritor Jordi Carrión en la contratapa: "Es un cómic valiente y original que se escapa del paradigma del siglo XX sobre qué se puede mostrar o no cuando se trata de contar el horror". La rigurosidad histórica posible en una historieta motiva también discusiones cuando Gorodischer habla de periodismo en cómic.
Periodismo de inmersión, periodismo tuitero, periodismo sin periodistas. ¿El periodismo en cómic es un invento?
Hay mucha resistencia a llamarlo periodismo, porque es un cruce de géneros: tiene algo de periodismo en el sentido de que hay un trabajo de reportería, un in situ y un cronista que viajó y buscó, y tiene algo de ficción desde el momento en que se entrecruzan e interactúan personajes de distintos relatos, como es el caso de Primo Levi en mi obra. También hay una línea más informativa y de investigación que encarna Joe Sacco, cuyas viñetas compiten directamente con las crónicas de actualidad que pueda brindar un corresponsal de guerra. En los estándares industriales del periodismo tradicional hay pactos de lectura muy estrictos entre un medio y su público. Se comunica una realidad cotidiana con una idea monolítica y aplastante de la verdad, pero que también es una ficción: hoy mismo estamos leyendo diarios que pintan dos ideas de realidad. Me parece que el gran aporte del periodismo en cómic, siendo excesivo, es subrayar que siempre que hay mirada hay también subjetividad. En el libro hay tanto un respeto fidedigno total a la memoria histórica y al acontecimiento tal como se produjo, sin invención, como un trabajo con múltiples no ficciones que convergen para llenar algunos vacíos de sentido dados por la muerte de los mártires del Holocausto que no dejaron mucho escrito ni hablado.
Viajaste a Polonia para completarlo.
Los nietos del Holocausto recibimos un relato muy parcelado. Ni siquiera nuestros padres saben mucho. Ir recuperando fragmentos de identidad, aun si corresponden como mínimo a dos generaciones anteriores, fue muy sanador. Fue un viaje curioso, perversamente placentero, porque me enamoré de esa tierra que me había sido negada y que había sido permanentemente injuriada. Me enamoré de la arquitectura de Cracovia, de esa sociedad tan extraña, de cómo interactúan, de su parca amabilidad. Es muy importante ver tu origen y tu vida en perspectiva, y entender que no nació todo con tus padres por asimilación, arraigo total e identificación plena con el lugar que estás habitando. Los míos son primera generación judeo-argentina y su negación, el hecho de borrar las huellas dolorosas, fue un poquito voluntaria. Ante eso, lo que uno tiene que hacer es refundar, recrear. Por eso en Camino a Auschwitz participan momentos de otros textos como Si esto es un hombre, de Levi, o La farmacia del gueto de cracovia, de Tadeusz Pankiewicz, porque no me podía basar en una memoria que llega distorsionada o que no llega.
¿Vale todo a la hora de hablar del horror?
Me remito al gran texto fundador del cómic de no ficción con eje en el Holocausto: Maus, de Art Spiegelman. Allí los judíos están representados por ratones, los nazis por gatos y los polacos por cerdos. Es el origen, uno de los libros precursores porque está constituido sobre una entrevista real de un hijo a su padre sobreviviente, por su delicada incorrección que también ahí indaga en las propias contrariedades de las víctimas, por la capacidad de escenificar la vida cotidiana en el campo y por la influencia que ha tenido en toda una generación de cronistas en cómic, que estamos bajo su influjo. Lo que yo hice fue explorar en los lados oscuros, en las zonas débiles de mis personajes. Una especie de mancillar a los héroes. El componente sexual, bastante fuerte en los tres relatos, fue la manera de sentirme más cerca de ellos también. La idea básica que está dentro de toda la trama es el tabú y el secreto rondando mucho en lo sexual, pero siempre con epicentro en la Segunda Guerra y su proyección en el hoy, y con el argumento como escudo de que estoy contando mi memoria familiar.
Tu tía abuela Paie en el cómic ejerce como prostituta del campo de concentración.
Todo el tiempo se señala que el mito dice. Se recrea una posibilidad. El cruce está dado con el funcionamiento real del prostíbulo de Auschwitz y yo me permito introducir algunas variables de ficción en los personajes de mis antepasados. Pero lo de la prostitución de prisioneros con jerarcas está documentado, no hay alteración del acontecimiento histórico.
¿No es injuria?
No es injuria, es mancillar. Hay un escarbar en algunas zonas, ya sea en la vida sexual y amorosa en los bosques y en Auschwitz en las dos primeras nouvelles, y una cierta atracción por el victimario en la tercera, por cosas muy personales. El judaísmo es una cultura con un nivel de machismo y de patriarcado muy grandes. La conformación de una identidad gay judía, por ejemplo, es muy insular, al punto de que la organización Judíos Argentinos Gays se interesó en el libro por la posibilidad de concebir un héroe homosexual entre los partisanos de la Segunda Guerra. Lo mío no es una anécdota de trama, es un pronunciamiento casi ideológico. Cuando presento a Luba como una heroína débil en las fronteras del quiebre psíquico lo hago para reivindicar su heroísmo en la vulnerabilidad, un heroísmo de zonas grises. Es, entre comillas, tener una leve falta de respeto a la memoria trágica, apropiársela, poder ver una flaqueza, una pequeña traición, una delación o un contexto de vida sexual en el marco de la lucha clandestina.
¿Quién te denunció ante el Inadi?
Un particular hizo una denuncia en relación concreta a una de las viñetas de la primera nouvelle: en un sueño, el personaje del cronista recrea una suerte de necrofilia entre jerarcas con cadáveres. El texto sin embargo se preocupa en advertir: "Me horroriza detectar cierto erotismo decadente de parte del cronista semidormido". El Inadi concluyó que "el cómic denunciado, a los ojos del organismo no pretendió minimizar ni distorsionar lo que el Holocausto o Auschwitz representan". El perito que firma consideró que del análisis no podía deducirse que se haya incurrido en posturas discriminatorias para con la colectividad judía, dijo que cualquier referencia literaria a la verdad o la realidad es alusiva, habló del non fiction como género instalado, desestimó la denuncia y exoneró el libro.
¿Cómo se logra la comunión entre tu guión y el dibujo de Marcos Vergara?
Su dibujo me atrajo desde el principio. No es realista, tiene un estilo como infantilizado, medio vintage, pero sus líneas son muy claras y su prioridad es la comunicación antes que el lucimiento estético de su talento. Además tiene mucha capacidad de síntesis, cosa fundamental en este tipo de trabajos. Uno de sus grandes méritos es haber reconstruido de forma tan minuciosa la Polonia de 1941-1943, lo que permitió que la época se manifieste.
¿Una versión del Holocausto en cómic merece el mismo respeto que una versión en soporte clásico?
No es un libro sobre el Holocausto, es apenas una escenografía para contar la memoria de una familia y qué hace esa familia con el secreto, con el tabú y con la transmisión del relato oral a través de las generaciones. Lo dijo Pacho O’Donnell: "Los efectos traumáticos del horror nazi no recayeron únicamente sobre las víctimas y los sobrevivientes, sino que por su violencia y significación tuvieron una trascendencia que atañe a familias y pueblos enteros". De eso hablo cuando hablo de mancillar a los héroes: de que la culpa, el verdadero victimario, se te venga para los propios, para el daño que remite. Muchas veces al descendiente se le confunde la direccionalidad de la culpa. En el libro los símbolos apuntan a una cura o purgación. El poder reparador del símbolo.
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