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“Buenos días, ¿Con qué puedo ayudarla?”, consulta Nelda Recio, detrás del mostrador de madera de su mercería. “¿Cómo anda? Buscaba unos botoncitos para este saquito que le hice a mi nieta”, le responde la habitué y, enseguida, le enseña su precioso tejido a mano de color rosado.
Nelda, se coloca sus gafas, y le sugiere varios modelos y tamaños. Ambas sonríen cuando aparecen los indicados. “Quedan perfectos, llevo tres pares. Ya estoy soñando con conocer a la beba. El parto está previsto para la semana entrante. La próxima la traigo de paseo en el cochecito”, cuenta la abuela. “Las espero con ansias. Nos vemos pronto”, dice Recio mientras acomoda los estantes con cajitas forradas con papeles floreados y rayados. En su interior están repletas de cintas, elásticos, hilos de algodón, cordones, encajes, pasamanería y puntillas, entre otras curiosidades. “¿Quién sigue?”, pregunta. El reloj marca las diez de la mañana y en la puerta del pequeño negocio, ubicado en Rodríguez Peña 1511, se ha formado una fila. “Necesitaría un metro de elástico ancho y un par de pitucones grises”, anticipa Catalina, una vecina que es clienta desde hace tres décadas de la histórica Casa Munilla, ya considerada una verdadera institución en Recoleta.
“En aquel entonces tenían gran salida las plumas, lentejuelas, hilos, botones franceses”
Su historia comienza a escribirse en Soria, al norte de España. De allí, era oriundo don Felipe Recio, quien con tan solo quince años emigró en 1924 rumbo a “La América”. El jovencito se instaló en Buenos Aires y comenzó a trabajar en una mercería en el barrio de Flores: primero con la atención al cliente y luego con la elección de los proveedores. Después fue encargado de un exclusivo local situado en Carlos Pellegrini y Paraguay. “Antiguamente por aquella zona había varios talleres textiles. Es que se solía realizar toda la ropa a mano y a medida. Papá la remó muchísimo y logró que la mercería tuviera un nombre”, relata su hija.
En aquel entonces tenían gran salida las plumas, lentejuelas, hilos, botones franceses y adornos para los sombreros de las coquetas señoras. “Mi padre siempre nos contaba que muchas se acercaban en busca de los accesorios y materiales para sus vestidos, trajes, blusas y tapados. Y que las fechas en las que más trabajaba eran las patrias (como el Día de la Revolución de Mayo o la Independencia) y en las galas del Teatro Colón”, dice.
En poco tiempo, la mercería se transformó en un punto de encuentro y reunión del barrio. Allí, Felipe conoció a quien se convertiría en el amor de su vida: Nelda Díaz. “Ella trabajaba a la vuelta en una casa de plegados y se acercó a comprar hilos. Mi padre, ni lerdo ni perezoso, la invitó a bailar al Centro Asturiano y no se separaron más” cuenta. De aquella época también rememora el día en que se dio a conocer la triste noticia de la muerte del cantante Carlos Gardel en 1935. “Papá nos contaba que el local estaba repleto y que cuando las clientas se enteraron de la tragedia comenzaron a llorar y a abrazarse”, relata.
Años más tarde, con las obras de ampliación de la Avenida 9 de Julio, el negocio debió cambiar de locación. Las clientas fueron quienes le sugirieron a Recio que se traslade a la zona residencial de Recoleta. Caminando descubrió el lugar indicado cerca del antiguo mercado municipal fundado en 1900.
Así fue como un 14 de julio de 1969 abrió las puertas de la nueva Casa Munilla en un diminuto local con pasillo alargado, estantería de madera, balanza de antaño y una particular escalera caracol. “En el barrio no había mercerías. Se puso en este sitio pequeño pensando que iba a trabajar poco, pero fue un boom otra vez. Mamá también lo acompañó en esta aventura”, rememora, quien se crio en el negocio. Ella, junto a su hermana mayor Nisa, comenzaron a interiorizarse desde pequeñas sobre la buena atención al cliente y la calidad de la materia prima. “Al principio veníamos a ayudar durante nuestras vacaciones y cuando terminamos la secundaria optamos por quedarnos trabajando en el negocio. La mercería tiene algo especial, te atrapa”, reconoce. Hoy, con sus más de 70 años, ambas continúan al frente de la firma.
“Los botones salen siempre, ahora son más simples”
En sus inicios los artículos más solicitados eran las cintas de raso, las puntillas (valencie y batista) y botones. “Estos últimos salen siempre. No importa la época del año. Antes eran de nácar y más decorados. Ahora son más simples. Las hombreras hace 20 años fueron un furor. Ahora volvieron”, reconoce. Hoy, el llamado “pitucón” es el caballito de batalla. “Generalmente lo buscan para los codos de los sweaters y los pantalones escolares de los nenes. Me sorprende lo que sale”, agrega. La lista continúa con las agujas, hilos, cierres y lanas. ¿Algunos objetos curiosos de la tienda? El saca pelusa, los sujeta sábanas, corta hilachas y los rufletes para cortinas.
Ili, trabaja hace más de cuatro años en Casa Munilla, y reconoce que durante la pandemia creció el interés por el bordado y tejido. “Hemos vendido mucha lana para hacer mantas y también hilo mercerizado para crochet de todos los colores”, cuenta. Además, admite que ve un gran interés por el Amigurumi, la técnica de tejido al crochet para realizar diferentes muñecos con forma de animales, unicornios o personajes de películas, entre otros.
La mañana está concurrida. Valeria, otra parroquiana, se acercó con una bolsa con una mantita que está tejiendo. “Me quedé sin hilo”, cuenta y encarga una madeja de color verde agua. Como ella, son varias las que traen sus creaciones para compartir sus avances.
“No, por favor, si esto es parte de mi infancia”
Casa Munilla mantiene la misma estética desde hace más de medio siglo. En más de una oportunidad han intentado reformar o cambiar el mobiliario, pero los clientes les suplicaron que lo mantengan igual. “En un momento pensaron en retapizar las cajas. Y una clienta dijo: “No, por favor, si eso es parte de mi infancia”, agrega Ili. Los cajoncitos, las reglas de madera y las tijeras también tienen fanáticos de todas las edades.
En un rinconcito se encuentra una silla de mimbre que los parroquianos la han bautizado como “el trono de la reina”. Es que allí solía sentarse doña Nelda a tejer. “Todos entran y cuando la ven tienen alguna anécdota o recuerdo lindo”, admiten. Una antigua publicidad de las lanas “La Religiosa”, con una virgen, también suele llamar la atención de los clientes. Incluso varios le toman fotografías de recuerdo.
Doña Nelda y Nisa se han convertido en personajes del barrio: todos las conocen y saludan. “¿Cómo anda el clan Munilla?”, les dice, cariñosamente, el diariero del puesto de enfrente. Osvaldo, de 82 años, conversa con otros vecinos en la puerta del local y reconoce que la mercería es un clásico. “Vengo hace años. De hecho conocí el otro local y a sus padres. Después les perdí el rastro y cuando me mudé a Recoleta nos volvimos a ver”, dice. En su pedido se lleva botones, cierres y unos cordones para zapatillas. Nelda lo confirma: “Incluso acá suelen reencontrarse amigos o familiares. Y hasta suele venir mucha gente que nos recuerda de chiquititos. Además, hay varios que se han mudado de barrio y cuando están por la zona pasan a saludar. “Usted está igual”, me dicen, yo les respondo que es una mentira grande como una casa (risas)”,
Recio se entristece cada vez que oye que alguna mercería de barrio cierra sus puertas. “Es una pena porque cada vez quedan menos”, confiesa, mientras busca un muestrario de antaño repleto de puntillas de encaje. “¿Con qué puedo ayudarla?”, le consulta a una joven de treinta años. Tras observar la vitrina con madejas de lana de todos los colores, le solicita dos de color rojo. “Son para mi abuela que me va a tejer un sweater”, le cuenta, orgullosa. Nelda sonríe y observa la sillita de madera y mimbre en la que se sentaba su madre a ovillar las lanas e hilos.
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