Inspirada en las antiguas haciendas sevillanas, esta finca en Cruz de Piedra, Maipú, cuenta una historia que fascina y nos sumerge en una atmósfera de ensueño.
“Con la sabiduría se construye una casa, con la inteligencia se mantiene firme, con la ciencia se llenan las despensas de todos los bienes precisos y agradables”. Son versículos del Proverbio XXIV, tallados en el portón de entrada de esta casa por su antiguo propietario, el artista plástico mendocino Sergio Roggerone.
El espacio, que hoy volvemos a recorrer, formó parte del libro de Living "Casas con encanto".
Recorrer esta vivienda con alma de cortijo es sentirse extrañamente transportados a un claustro monacal -pero también a un tiempo de zares, sultanes y marajás-, no sólo por los innumerables testimonios de diversas culturas y religiones que nos salen al constantemente al encuentro, sino porque ese relato parece atravesar al mismo artista. Él, que hasta los veinte años nunca fue más allá de los confines de su provincia, siempre sintió una atracción inexplicable por la cultura oriental, y una identificación tal que vivía añorando una época de la historia que le era, en apariencia, ajena.
Entre viajes en familia que lo llevan a nutrirse de inspiración, y también a mostrar su premiada obra en grandes ciudades de América y Europa, siempre vuelve, sin embargo, a pintar a Cruz de Piedra. Es que es allí donde capturó la fugaz felicidad de los sueños para recorrerla a su aire todos los días de su vida.
En este deslumbrante espacio no existe repetición ni monotonía. Una antigua coronación de la iglesia mendocina de San Nicolás de Talentino, caída en el terremoto de 1864, fue utilizada por el artista como remate de la arcada conduce al jardín de invierno.
El comedor, uno de los pocos ambientes de paredes blancas, sigue el denominador común de una dedicada elaboración: desde la chimenea con molduras hasta el sostén de la araña.
Obra del dueño de casa es también el techo morisco del living, un espacio entelado con saris traídos de la India.
Debajo, una colección de santos y vírgenes latinoamericanos “de mochila”, así llamados porque, debido a su pequeño tamaño, misioneros y peregrinos podían llevarlos consigo en sus viajes.
Recobrando su protagonismo primitivo en el ámbito de la cocina, el fuego brilla a la vista de todos en una chimenea de piedra que, desde su rincón, es la encargada de alegrar y alargar las sobremesas.
Cada elemento contribuye a crear un clima de calidez que responde perfectamente a la hospitalidad de los dueños de casa, generosa y exquisita a pesar de los rigores que les impone una intensa vida profesional e intelectual.
De gran estilo, el baño fue diseñado con el mismo detalle y cuidado que se aprecia en toda la casa.
La galería, poblada por palmeras y todo tipo de jazmines, es uno de los espacios preferidos de la familia para pasar los días de verano.
Sergio Roggerone pintó azulejos al estilo de las mayólicas portuguesas o sevillanas, y las colocó en vivaces composiciones sobre la tapa de la mesa o alrededor de un amplio asiento de material. Son detalles cómo éstos los que dan muestras de su energía y versatilidad.
Con vista al portón de entrada, este rincón de la galería cuenta con inmensos jarrones de barro que evocan una tarde antigua, en algún lugar de México.
El muro que cierra la morada está cargado de evocaciones coloniales.
En un extremo y en el detalle, una de varias opciones para detenerse a contemplar el paisaje.
Tan lograda es la reproducción de este cortijo sevillano, la sombra proyectada por los arcos que se suceden rítmicamente, que parece mentira que esté en pie desde hace sólo unos pocos años.
Fotos: Alejandro Leveratto.
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