"Mi viejo montó a caballo hasta los 80 años", nos contó Patricio Gutiérrez Eguía cuando lo visitamos en La Cumbre. También, que cuando la yegua de su padre lo tiró por última vez, él le regaló sus botas a condición de que visitara un lugar que ubicó tras el Cristo de La Cumbre, siguiendo un camino de herradura (es decir, aquel por el que solo pueden pasar caballos) de la época de los jesuitas. Patricio se olvidó del encargo hasta un tiempo después, cuando compró unas hectáreas de campo con un rancho derruido. Entonces a fue contarle a su papá y le dibujó un plano de la ubicación. "Ya lo conocía: era el lugar que me había indicado", nos contó en esta casa que hizo con Teresa, su mujer, y con los buenos oficios del ingeniero Diego Ricardo Cappanera.
Reconstruyeron el rancho con su horno de barro, consiguieron permisos para hacer caminos y, con paciencia serrana, fueron colonizando esa extensión perdida en medio del paisaje que ahora visitan a cada rato con sus hijos, las nueras, los yernos y los nietos. Fue una tarea gigantesca, pero Patricio cita las palabras de Teresa, que le dieron valor para decidirse: "Vos estás loco, pero la vida es una sola; date el gusto".
Este sector se hizo en una etapa posterior siguiendo los códigos de la vivienda: revestimiento de piedra laja y techo de bovedilla con ladrillos pintados de blanco, igual que en la planta alta. Al margen de mirador, es el escenario de multitudinarias comidas en verano.
Cuando compramos el terreno, nos recomendaron hacer la casa lo más cerca posible del viejo rancho y fue un acierto, por algo perduró 200 años esa construcción
Máximo confort en el living: tres sofás mullidos provistos de abrigados ponchos antiguos comprados en remates y dos mesas largas con tapa de cuero crudo que se pueden acercar a los sillones para comer.
La decoración se inspiró en el paisaje, con materiales nobles, tonos suaves y representaciones de plantas y aves.
"Buscamos respetar el estilo serrano, mimetizarnos con el paisaje incorporando piedra del lugar a los volúmenes escalonados".
"Es el lugar de las fotos: el agua y el infinito componen un paisaje inolvidable"
Estudiando y recorriendo, Patricio encontró en su campo pircas de un antiguo asentamiento Comechingón. "Aprendí a leer la montaña. Cuando alguien nos visita, lo llevo a recorrer y le enseño sobre las piedras, las plantas y los animales para que pueda decir: ‘Ahora conozco las sierras’. Es una enorme satisfacción".
Texto: Lucrecia Álvarez.
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