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“Por favor, me sacarías una foto”, le dice, amablemente, un joven a una señorita que justo pasaba por la pintoresca esquina de la Av. Federico Lacroze 3901 y Fraga, en el barrio de Chacarita. Enseguida, se acerca al coqueto maniquí vestido de fotógrafo de la década del 50 con traje, sombrero y una cámara de 35mm en su mano, y sonríe. Ella, inmortaliza el momento. “Muchas gracias, quedó buenísima”, agrega, antes de ingresar al Bar Palacio, en donde se encuentra el icónico Museo Simik. Previo a sentarse en una de las mesas frente a la ventana, para contemplar el reflejo del cálido sol otoñal, recorre el salón y se queda maravillado con la variedad de cámaras antiguas, clásicas y modernas que se encuentran en las vitrinas. Hay de antaño de madera de 1860, daguerrotipos, ferrotipo, pasando por las llamadas “minuteras” hasta otras de reportero gráfico. Conviven junto a fotos en blanco y negro, flashes, ampliadoras, lentes, baterías, rollos y otros objetos de la temática.
“Desde muy chiquitito me gustaron los aparatos. Como los amperímetros o los manómetros. Mi padre tenía taller de herrería y ya con 8 años me gustaba ir a curiosear y meter mano. Tiempo después trabajé en una fábrica de grabados de medallas, trofeos y copas para los torneos deportivos. Hasta que a los 17 años encontré mi verdadera vocación: ser bombero. Sí, aunque no lo creas, antes de ser fotógrafo apague incendios”, cuenta, Alejandro Simik, de 62 años, ubicado en una mesa rectangular de madera vidriada con algunas joyitas de marcas clásicas como la Edixa, Beirette, Laica, Kodak, Contaflex, Nikon, Pentax, entre otras, en su interior. Mientras bebe un café en jarrito comienza poco a poco a relatar su fascinante historia de vida.
Un bombero fascinado en fotografía pericial
Como bombero, primero estuvo en el Cuartel 2 de la avenida Caseros y luego en el 7 del barrio de Flores. Más tarde en un destacamento de la autopista. ”Recién se había inaugurado la autopista 25 de Mayo. Los días de lluvia recuerdo que iba siempre con temor y nervios porque los siniestros solían ser mortales. En muchos casos, teníamos que cortar los automóviles para poder sacar a las víctimas. Era terrorífico”, detalla, quien luego pasó a la sección Investigativa.
Allí, determinaba los causales de los diferentes incendios. “Analizábamos cómo se originó y desarrolló el fuego. Es decir, si había sido accidental o intencional, entre otras cuestiones. En cada investigación me acompañaban a la escena del siniestro especialistas en fotografía pericial. Eran grandes conocedores del oficio, unos verdaderos maestros. Como siempre fui muy curioso comencé a interiorizarme cada vez más en la importancia de la luz. También los acompañaba al laboratorio blanco y negro y allí me explicaron el paso a paso para el revelado. Con ellos aprendí muchísimo”, relata.
Años más tarde se alejó del cuartel y arrancó a estudiar en la Asociación de Fotógrafos. También se capacitó con el reconocido italiano Aldo Bressi. Al tiempo, comenzó a trabajar en eventos sociales entre ellos casamientos, bautismos, comuniones, etc. “Hacía de todo, pero realmente me apasionaba el desafío del relato fotográfico de una boda. Llevaba al salón flashes de estudio, jugaba con la iluminación. Me divertía muchísimo”, dice, quien también se dedicó durante muchos años a la fotografía publicitaria.
El tradicional Bar Palacio
Simik es multifacético y en aquella época dio sus primeros pasos en el mundo gastronómico. Fue a principios de los 90 cuando se puso al frente del “Bar Palacio” en Chacarita. Allí, antiguamente había mesas de billares, pool y juegos de salón (desde naipes hasta dominó). El museo fotográfico llegó tiempo después de casualidad y en plena crisis del 2001. “Estaba sentadito en aquella mesa frente a la ochava, el bar estaba vacío ya que en la calle no había un alma por miedo a los saqueos. Le dije a Hugo, uno de los encargado, que me iba a ir a Plaza de Mayo con la cámara a retratar la historia: De La Rúa se estaba yendo en helicóptero. Ese día saqué varias tomas impresionantes y sentí una corazonada”, rememora.
Luego fue caminando al Mercado de Las Pulgas, en el barrio de Colegiales, y se compró su primera cámara antigua con fuelle. “Recorría los puestitos y me empezó a picar cada vez más el bichito. Luego visité varios compra/venta en Luján. Traía cajones de frutas repletos de fotografías y cámaras. En el garaje de casa me armé, con dos caballetes y un tablón, una mesa y todas las noches me sentaba a seleccionar y separar mis descubrimientos. Me destapaba un vino y me transportaba en el tiempo. Realmente era mágico ese ritual. Me la pasaba horas”, describe.
“Los cartoneros me llaman cuando encuentran alguna cámara en la basura”
Hasta que un día se animó a inaugurar la primera vitrina en el bar con reliquias. Las ubicó debajo de la escalera de madera. Empezó con un par, hasta que juntó más de treinta. Cada una traía una historia diferente. “Los clientes que entraban al bar estaban enloquecidos e incluso me traían algunos recuerdos familiares para decorar los rincones”, dice, mientras toma otro cafecito. Además, durante aquellos años se entusiasmó con la fotografía documental y retrató la vida de los cartoneros. “Los acompañaba en el tren blanco a José León Suárez y compartía el día a día con ellos. Con varios nos hicimos amigos y hasta me llamaban cuando encontraban alguna cámara en la basura”, relata y señala una antiquísima de madera de 1870, una de las primeras de estudio, que encontraron entre los escombros. “Esta, por ejemplo, me la trajo uno de Avellaneda. Estaba hecha pedazos y apolillada en una casona derrumbada. Le realicé todo un laburo de reconstrucción. Allí, encontramos también fotografías de otro siglo”, cuenta y comienza a explicarnos la minuciosa tarea de restauración. Fue casi arqueológico “¿Quedó como nueva, no?”. En ese momento, también comenzó a dar clases en el bar, que sin imaginarlo, se convertiría poco a poco en un museo con aproximadamente dos mil cámaras y objetos temáticos. Luego, llegó otro local similar en San Telmo con cafetería, panadería y 400 artículos de la evolución de la fotografía. Dada su ubicación estratégica lo visitan muchos turistas y aprendices del oficio.
¿El modelo más antiguo?
Una de madera de 1860 inglesa. “Es una de mis preferidas. Disfruto mucho las tomas con estas cámaras. Para mi es increíble sentar al fotografiado, diseñar la escena y pensar en la luz”, detalla. De hecho, hace algunos años armó una muestra llamada “Cámaras de ayer, Imágenes de hoy” en la que retrató a diferentes personalidades argentinas. Desde Juan Carlos Copes, León Gieco, Amadeo Carrizo, Raúl Lavié, Adolfo Pérez Esquivel, China Zorrilla, Marta Minujin, Enrique Macaya Marquez, Betty Elizalde, entre otras figuras del arte, medicina, política y el deporte. “Con el equipo de fotografía íbamos preparados como si fuéramos bomberos. Cada uno se encargaba de algo en particular: iluminación, vestuario, escenografía adecuada para armar la toma, información del protagonista, etc.”, admite. Para dicha producción utilizaron cámaras de 1890, 1900 hasta la década del 50.
Simik reconoce que del oficio le apasiona el desafío de lograr una imagen a través de un aparato, ya sea de madera o una automática. “Fundamentalmente en la fotografía no me gustaron nunca los automatismos. Siempre preferí lograr una buena imagen iluminando el objeto”, admite, quien sueña con poder armar un museo de cine. “Acá cerca del bar tengo un galpón gigantesco repleto de linternas mágicas, filmadoras, proyectores, cintas y materiales históricos de la cinematografía del país y del mundo. Ojalá pronto pueda armar algo para que el público también lo disfrute. Es una pena que estén allí arrumbados. Es cultura”, considera. Además, admite que le fascina escuchar el sonido de los proyectores en funcionamiento. “Incluso a veces más que ver la película. Me parecen impresionantes los mecanismos”, dice entre risas.
“Marche un tostado mixto y un jarrito cortado”, canta, una de las camareras y se acerca a la rústica barra de madera. En una de las mesas un grupo de extranjeros disfruta de una picada con variedad de quesos, fiambres, papas fritas y chops de cerveza tirada. Por la noche, habrá jazz en vivo. “Es mágico poder capturar instantes con las cámaras”, remata. Con su traje de bombero o fotógrafo a Alejandro Simik siempre le generó adrenalina la acción.
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