Fue encargada para ocupar el centro de Plaza de Mayo, pero cuando llegó a Buenos Aires y las autoridades descubrieron sus figuras desnudas resolvieron “esconderla” en un rincón de la ciudad
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Se juntó muchísima gente ese jueves 21 de mayo de 1903 en una preciosa plaza del Paseo de Julio, allí en lo que hoy es Leandro N. Alem entre Presidente Perón y Sarmiento. Había gran expectativa por ver esa escultura que estaba tapada y que ya había generado un intenso debate. Se decía que era inmoral, pornográfica, no apta para la inmaculada sociedad porteña. Se decían también cosas explosivas sobre su autora, la joven argentina Lola Mora, que no solo era mujer y escultora (una combinación inaudita en aquel tiempo) sino que además se había ido a estudiar sola a Europa, usaba ropa de hombre, no estaba casada y escandalizaba a todo el mundo con su comportamiento libre y desafiante.
Finalmente, a las cuatro de la tarde, retiraron la lona que la cubría y apareció la Fuente de Las Nereidas en todo su esplendor, tan hermosa como se la ve hoy en la entrada de la Reserva Ecológica de Costanera Sur, con esa recreación del nacimiento de la diosa Venus, esas figuras desnudas inspiradas en la mitología clásica y el estilo majestuoso de las bellísimas fontanas de la ciudad de Roma. El público rugió por el impacto y Lola Mora se sentó en el borde de su obra para recibir las felicitaciones de las autoridades. Pero entre el revuelo, las bandas de música de dos regimientos y los aplausos enfervorizados, comenzó a sobrevolar una brisa que anticipaba el camino complicadísimo que transitaría la famosa fuente durante los años siguientes, en los que sería sometida a traslados y polémicas, rodeada siempre de prejuicios, críticas y escándalos. Igual que su creadora.
Hermosa y maldita
El proyecto Nereidas había comenzado en agosto de 1900, cuando la escultora Lola Mora le ofreció al entonces intendente Adolfo Bullrich una fuente de regalo para la ciudad de Buenos Aires, por aquellos años inmersa en una corriente que buscaba modernizarla al estilo París. La idea era emplazar la fuente frente a la Catedral, donde hoy está la Pirámide de Mayo. Así las cosas, Lola comenzó a trabajar en la obra en Roma, junto a un equipo de tres colaboradores. Primero armaron un modelo más pequeño en arcilla, luego otro en yeso del mismo tamaño que el actual y finalmente se embarcaron en el modelo definitivo.
En Buenos Aires nadie imaginaba claramente el calibre que podía adquirir el proyecto. En aquella época, de hecho, era casi imposible imaginar que una mujer dominara con maestría el arte de tallar un material tan exigente como el mármol y fuera capaz de crear una obra monumental, y mucho menos que concibiera un modelo que pudiera hacer tambalear los cánones de “la moral y las buenas costumbres”. Tal vez imaginaban que Lola traería una fuente vistosa, luminosa e inofensiva, acorde con su condición de mujer y con los tiempos que se vivían. No la conocían.
Dos años más tarde, el vapor Toscana, proveniente de Génova, echó amarras en la dársena del puerto de Buenos Aires. En la bodega traía 28 cajas con bloques en bruto y piezas terminadas que la Mora había embalado en su taller de la via Dogali, en Roma, para terminar de ensamblar aquí. Apenas desembaladas, los pocos testigos que pudieron vislumbrar las primeras piezas se dieron cuenta claramente de que la fuente de Lola Mora sería una verdadera “inmoralidad”.
La escultura, construida en mármol de Carrara, mide aproximadamente seis metros de alto y trece de ancho, y representa el relato mitológico del nacimiento de Venus, quien sale, desnuda, de una gran concha marina sostenida por dos Nereidas, también desnudas, una imagen que se completa con cuatro caballos salvajes domados por cuatro tritones. Todos desnudos, al detalle y en tamaño monumental…
A partir de aquí todo fue confusión. Las autoridades no sabían qué hacer con esa fuente hermosa y maldita. Hubo distintas propuestas de emplazarla en zonas bien alejadas del centro como el Matadero del Sur (futuro Parque Patricios), la Plaza 6 de Junio (futura Plaza Vicente López) o en la vera del arroyo Maldonado (hoy avenida Juan B. Justo). Hubo ríspidas discusiones parlamentarias y la obra estuvo guardada en un galpón durante meses. Finalmente se decidieron por el bajo porteño, donde fue presentada ese 21 de mayo de 1903 y donde se mantuvo hasta 1918, cuando decidieron reubicarla en un lugar más alejado de la honorable y escandalizada sociedad porteña: la Costanera Sur, frente al por entonces balneario municipal. Por allí se quedó décadas, bastante olvidada, aunque el tiempo finalmente hizo lo suyo y se cobró revancha: con el paso de los años y el desarrollo espectacular de Puerto Madero y todos los alrededores, hoy la Fuente de las Nereidas luce divina en una de las zonas más atractivas y fashion de Buenos Aires.
¿Demasiado libre?
Cuando atracó en Buenos Aires el vapor Toscana con las piezas de la Fuente de las Nereidas, Lola tenía 35 años y había llegado unos días antes en la primera clase del Duchessa di Genova. Ya estaba totalmente inmersa en la polémica por los desnudos. Tanto, que estando todavía en Italia, y ante las primeras prevenciones de sus amigos sobre un eventual conflicto con la moralina rioplatense, había evaluado dos ofertas millonarias que le llegaron de Estados Unidos para vender la obra, una del municipio de Filadelfia y otra del alcalde de San Francisco.
Pero Lola, además de un espíritu libre y exquisito, tenía mucha personalidad y decidió jugársela por el sueño de la fuente en Buenos Aires. Le sobraba talento y decisión. No por nada había ganado en 1899 el primer premio en la Exposición Universal de París y era la niña mimada de la bohemia europea. Es más, para despejar los primeros rumores que ponían en duda que fuera ella la verdadera autora del monumento (¿una mujer?, ¡imposible!), trajo varias piezas sin terminar para completar los últimos detalles a la vista del público y la prensa.
Ya en ese momento Lola era considerada una de las grandes artistas de Europa, con un espíritu de libertad muy avanzado para su época.
Su nombre real era Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández y había nacido el 17 de noviembre de 1866 en Salta, aunque se consideraba tucumana ya que tenía solo cuatro años cuando se instaló allí con sus padres, ambos estancieros, y sus seis hermanos. En 1885 la familia se rompió en pedazos: en el lapso de cinco días su madre murió de pulmonía y su padre de tristeza, y los chicos quedaron al cuidado de sus familiares.
Dos años después Lola comenzó a tomar clases de pintura y a financiarlas pintando y vendiendo óleos de personalidades de la sociedad tucumana. Esto la empezó a hacer conocida y le permitió viajar a Buenos Aires y recibir una beca del Estado para perfeccionarse en Roma, donde vivió varios años y donde cambió la pintura por la escultura para siempre. Fue una etapa de esplendor. Su fama comenzó a extenderse por Europa, ganó varios premios internacionales, la crítica la adoraba y vivía en un palacio, donde la visitaban artistas, reinas y príncipes. Pero nunca dejó de hacer obras para la Argentina, como lo prueba la importante colección de esculturas de Lola Mora que se pueden disfrutar en distintas provincias del país.
Al mismo tiempo que crecía su prestigio como artista, también lo hacía su fama de libertina e irreverente, básicamente por atreverse a ser mujer, artista y libre en la sociedad pacata de su tiempo. Las descripciones de la época la muestran en su atelier, montada en caballetes y cantando coplas norteñas mientras golpeaba el mármol con el cincel. Se dice que se vestía con ropa de hombre, y es que para trabajar usaba bombachas de gaucho, blusas sueltas, pañuelos bordados al cuello y una boina para sujetar el cabello.
Sus amigos del viejo continente la llamaban con simpatía “la argentinita exótica” pero en todos lados corrían también comentarios malintencionados. Se la acusó de mantener romances, en Argentina con Julio Argentino Roca y en Europa con el poeta italiano Gabriel D’Annunzio. Se dijo que era bisexual y que, cuando murió, sus sobrinas quemaron todos sus papeles para ocultar las pruebas. Para colmo de males, Lola hacía lo que le venía en gana sin importarle nada la opinión de los demás: a los 42 años se casó con un joven 17 años menor que ella, y a los pocos años se separó y a otra cosa. Demasiada libertad para una mujer.
Leyendas de Buenos Aires
Cerca de 1920 y sin una razón aparente, Lola Mora vendió su palacete en Roma, abandonó la escultura y decidió dedicarse a otros proyectos, algunos bastante estrafalarios. Impulsó un dispositivo que llamó “cinematografía a la luz” para proyectar películas al aire libre y a la luz del día. Diseñó un túnel subterráneo para unir el balneario de Costanera Sur de Buenos Aires con la Casa de Gobierno pasando por debajo de los diques. También compró tierras en Salta para buscar petróleo. Todas estas ideas solo le hicieron perder plata y, dicen, un poco de cordura.
A principios de la década del 30, sin un centavo y cansada de sus propios sueños, se instaló en Buenos Aires, en la casa de sus sobrinas de la avenida Santa Fe al 3000, donde vivió hasta su muerte por un accidente cerebrovascular, ocurrida el 6 de junio de 1936.
Los vendedores ambulantes de la rambla de Costanera Sur cuentan que en las noches de lluvia todavía se puede ver al espíritu de Lola Mora corriendo para proteger del agua a su amada Fuente de las Nereidas. A veces pide un paraguas prestado a algún transeúnte para cubrirla y otras, se trepa a la fuente y seca con un trapito los rostros de sus bellísimas estatuas. Dicen los vendedores que esto es verdad, que cualquiera puede verlo. Leyendas…
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