Entre los muros donde subsisten dibujos del ratón Mickey y el pato Donald, nombres tachados y una vegetación frondosa que cubre los espacios más recónditos, Tamara Grinberg encontró la materia prima para un testimonio visual inquietante.
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En los confines del predio que albergó la Fundación Felices los Niños, Tamara Grinberg, docente y fotógrafa, se adentró en un mundo cargado de sombras y secretos. Entre los muros marcados por nombres tachados y la vegetación frondosa que invadía los espacios más recónditos, ella encontró la materia prima para un testimonio visual inquietante. Este ensayo fotográfico, que abarca desde 2016 hasta 2019, es mucho más que una serie de imágenes; es un relato fotográfico que también denuncia los abusos sexuales perpetrados por el sacerdote Julio César Grassi durante la década de los años noventa.
A través de la lente de Tamara, las ruinas y los vestigios de una institución envuelta en escándalos y tragedias cobran vida de manera escalofriante. Sin embargo, su enfoque va más allá de la denuncia directa. La artista, no solo documenta lo que ve, sino que también busca capturar las sensaciones de ahogamiento, encierro y violencia simbólica que impregnaban el ambiente.
Negativas para exponer y amenazas
Después de un arduo proceso en el que enfrentó diversas negativas para exponer su trabajo, finalmente encontró apoyo en el Parque de la Memoria. Sin embargo, la exposición de estas verdades incómodas no llegó sin consecuencias. Tras la publicación de una entrevista sobre su trabajo en 2019, recibió amenazas y se ganó enemigos impensados: muchos de sus compañeros de trabajo le retiraron el saludo. A pesar de los obstáculos, ella permaneció firme en su compromiso de compartir los testimonios del horror y arrojar algo de luz sobre la oscuridad en la que todavía se encuentran los sobrevivientes de abusos. Por este trabajo, en 2022, recibió una beca para estudios avanzados en la Escuela Universitaria de Artes TAI en Madrid, donde cursó una maestría en Fotografía Artística y Documental.
En esta entrevista la Colorada del Mal -así se presenta en su web y sus redes sociales- , revela todos los desafíos, el estupor y el miedo que tuvo que afrontar para llegar a concluir y, finalmente, a exponer su obra al público. Todo contribuyó para llegar a este momento: desde su primera impresión al ingresar al predio hasta las dificultades y las revelaciones que enfrentó durante su proceso de documentación, el encuentro con Miriam Lewin - la periodista que hace veintidós años investigó los abusos- las conversaciones con Juan Pablo Gallegos - el abogado que logró la condena a Grassi- hasta el apoyo de Cecilia Nisembaum, curadora de la muestra.
- ¿Cómo llegaste a ser docente en la escuela de la ex Fundación Felices Los Niños?
- Una amiga me comentó que estaban buscando profesores de fotografía y como además de fotógrafa tengo título docente, me presenté para una entrevista y quedé.
- ¿Conocías la historia del lugar?
- De oído, apenas. Sabía que las escuelas que funcionaban allí habían pertenecido a la Fundación y hasta el momento todo lo que sabía del caso Grassi era lo que recordaba por lo que se publicaba en los medios cuando yo tenía 12 años.
- ¿Lo tomaste como un laburo más o te produjo algún cuestionamiento?
- En ese momento no me perturbó porque no sabía cuál era la situación del caso, y tampoco me hablaron del tema en la entrevista ya que todas las escuelas del polo educativo Hurlingham estaban intervenidas por el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires y ya no pertenecían a la Fundación. Pero después encontré que muchas de las personas que trabajaban allí también habían trabajado en el proyecto de Grassi.
- ¿Recordás cómo fue tu primera impresión cuando empezaste a dar tus clases?
- El espacio es monstruoso; son 64 hectáreas de bosque. Ni bien llegás enseguida te das cuenta de que hay algo más allá de lo que se ve a simple vista. En ese momento, el año 2016, la intervención estatal atravesaba un proceso híbrido: los establecimientos educativos estaban intervenidos, pero no todas las sedes que tenía la fundación, entonces todavía había chicos que iban a las escuelas y que vivían y dormían en el hogar del predio. Además, no se cortaba el pasto, el edificio seguía estando muy deteriorado, se estaba cayendo a pedazos. Tenía paredes electrificadas, si llovía no se podían dar clases porque los cables estaban sueltos y salían al exterior, entonces era un peligro; tampoco había calefacción y hacía un frío espantoso.
- ¿Nadie se hacía cargo de las reparaciones?
- No. Se tiraban la pelota unos a otros acerca de quién tenía la responsabilidad de poner la escuela en condiciones y así pasaba el tiempo. Por otro lado, todavía quedaban signos de la época de esplendor de la Fundación, como la grifería francesa de los baños que estaban clausurados cuando yo trabajaba ahí porque no había plata para arreglarlos.
- ¿Cómo fue el proceso de documentar lo que observabas en el predio?
- Empecé a recorrer el lugar. Al terminar mi jornada laboral o un rato antes de empezar me iba a caminar, a veces sola, otras acompañada. No podía contar que estaba trabajando en esto ya que sabía que dentro de las instituciones había gente que defendía a Grassi. La directora de una de las escuelas, por ejemplo, tuvo durante mucho tiempo en su oficina un cartel detrás de su escritorio que decía “Padre Grassi inocente”.
- Era polémico…
- Sí, siempre era incómodo hacer preguntas o hablar del tema, tenía que tener cuidado con quien hablaba.
- Volviendo a tu investigación, ¿qué te llamaba la atención?
- Cuando empecé a recorrer el predio y a darme cuenta de que el lugar era inmenso, descubrí que muchas cosas cambiaban de lugar. Aunque ahí no hubiera nadie, de repente yo caminaba por ahí un día y al siguiente volvía y algo se había movido; un camión, una bicicleta. Eso me dio la pauta de que mucha más gente de la que se suponía que estaba autorizada a entrar tenía acceso al predio. De pronto pasabas un sábado a las 10 de la noche, y veías el portón abierto. Hay otra gente que evidentemente sí tiene acceso al lugar. Cuando descubrí esto fue que decidí empezar a hacer las fotos.
- Tentador, una película de misterio.
- Totalmente. Pero todavía mi acercamiento a la fotografía documental era bastante inmaduro. Yo había estudiado el profesorado en artes visuales, había hecho la licenciatura en artes y era mi primer año en fotoperiodismo en Argra. Entonces, sin saber bien en qué iba a terminar, decidí empezar a acumular fotos todos los días del predio, de manera así bastante compulsiva y solo con el objetivo de registrar todo lo que pudiera. Había un tren, un micro de larga distancia donado por Carlitos Menem Junior, para mí era todo muy impresionante. Finalmente le mostré las fotos a Martín Acosta, profesor mío de fotoperiodismo y me dijo “Esto es tremendo, Tamara”. Y ahí me lo empecé a tomar más en serio. A googlear para saber más de lo que había ocurrido allí.
- Le pudiste poner contexto histórico a las imágenes.
- Claro. Y a partir de darme cuenta de qué era eso que estaba buscando hice un cambio de estrategia metodológica, ya estando mucho más madura en lo que sentía, en lo que quería transmitir. Ya dejaba de ser el recuerdo ese que yo tenía de algo que vi en la tele a mis doce años, de un loco que un día abusó de unos chicos, sino que me di cuenta de que había todo un sistema de abuso que siempre se cometía de la misma manera. Descubrí que ya en la primera pericia psiquiátrica a Grassi se lo declaró como un perfil pervertido y abusador, en 1993. Grassi se paseaba por los canales de televisión con los chicos, mientras que hay testigos que afirman que era algo que se sabía. El cura Igual consigue donaciones y recibe subsidios del gobierno junto con la adjudicación del predio que entonces pertenecía al Inta; a eso se debía el aspecto selvático del predio. Me di cuenta de que la propia gente que estaba ahí sabía de los abusos, cuando él mandaba a llamar a los chicos los celadores caminaban con ellos desde el hogar hasta la casa de Grassi, incluso se dice que dormía algunas veces con ellos. Había una estructura que sostenía el abuso.
- Sin embargo no hay gente en tus fotos.
- Fue una decisión estética. Busqué dejar un registro que no solo respondiera a una denuncia de un caso, sino a la concientización simbólica social de lo que significa eso para todos, para los chicos que sobrevivieron al abuso y para nuestra sociedad. Estéticamente me marcó mucho la película Proyecto Blair Witch, pensando en lo movido de las imágenes para transmitir la sensación de indefensión. No había de donde agarrarse.
- ¿Cómo te sentías en los momentos en que tomabas las fotos?
- Era un momento de mucha tensión ir a hacer la foto. Buscaba climas adversos me adentraba mucho en el bosque, lejos de la entrada al predio, hasta lugares en los que sabía que si gritaba nadie me iba a escuchar. Pero allí encontraba de todo: vestidos de nena tirados, candados, cosas muy extrañas. Esos indicios me daban la pauta de había gente que por las noches vivía ahí, en las ruinas del hogar. Te podías encontrar un día con un día un colchón, otro con una vela prendida. Era una situación de mucha adrenalina, lo fue siempre, por eso trataba de ir acompañada, pero muchas veces fui sola.
- ¿Y no tenías miedo?
- Una vez sentí un ruido y me dio mucho miedo y me puse mal, me dio una especie de ataque de ansiedad. Entonces llamé a una amiga para que me hablara hasta que yo saliera de allí. Tuve que caminar casi dos cuadras y media desde donde estaba hasta la salida, en medio del pasto que cada vez estaba más crecido. A medida que transcurría el tiempo el paisaje se volvía más hostil, las construcciones se iban deteriorando, iban pasando los años y cada vez estaba peor. Mi familia me decía que no fuera más y yo seguía yendo. Pero ese día decidí dejar de seguir haciendo fotos.
- ¿Qué veía tu familia?
- Había muerto mi mamá, algo anímicamente que me hizo mal como para continuar con este trabajo. Además, yo llegaba a mi casa a ir a ver videos de Grassi,y escuchaba entrevistas y googleaba todo buscando información. Me entrevistaba con gente, leía el expediente que después de insistirle muchísimas veces, me prestó Juan Pablo Gallego. Con toda esa información me iba a dormir, soñaba con Grassi, eran pesadillas y me despertaba sobresaltada. Así viví un montón de tiempo. Después, pude terminar de encontrar lo que buscaba sin exponerme a esa sensación de vulnerabilidad que daba estar en medio de la nada. La foto de la Virgen por ejemplo, una escultura enorme que está ubicada muy cerca de la Avenida Gorriti, a solo tres metros de la entrada, un poco más cerca de la civilización.
- No fue tan sencillo...
- Tuve muchos percances. Cuando empecé recién había entrado a la carrera de fotoperiodismo; durante los primeros dos o tres años ni siquiera saqué en RAW, es decir, no guardaba mi negativo, cambié de cámara un montón de veces, hay fotos que están exhibidas en la muestra que las hice con el celular. También hice fotos que ya sabía que no iba a poder utilizar porque tenían una calidad pésima. Y en el proceso ocurrió que al vover a ver algunas imágenes después de varios años o de imprimirlas por primera vez, recién entonces les encontré el sentido. Trabajé también en editar las imágenes. Hay una en la muestra en la que se ven los pies de una persona que me había acompañado ese día y al comienzo no transmitía nada, pero de pronto decidí darla vuelta y así cobró sentido. Incluso sigue sucediendo hoy en el corazón de la obra que aparecen nuevos sentidos.
Cómo está el predio hoy: un polo educativo, un hogar y gendarmería
El terreno donde todavía yacen las ruinas de la Fundación Felices Los Niños está repartido entre un Polo Educativo provincial, un hogar de rehabilitación que administra el Obispado de Morón y un sector de Gendarmería Nacional.
En 1993 el Estado nacional le había cedido a Grassi el uso gratuito del predio, que en ese momento era del partido de Morón, para un proyecto denominado “Hogar Granja Escuela Taller”. Luego de las denuncias por abuso sexual infantil y corrupción de menores que condenaron a Grassi a quince años de prisión y los escándalos de malversación de fondos que rodearon a la fundación, la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE) quedó a cargo del predio, y cedió cinco hectáreas a la Diócesis de Morón y a Gendarmería Nacional. La AABE le otorgó al Obispado de Morón dos hectáreas en las que funciona el hogar de rehabilitación “Casa Nuestra Señora del Buen Viaje”, donde hay entre 50 y 60 chicos en distintas etapas de tratamiento.
De acuerdo al relevamiento de la AABE, las tres hectáreas restantes fueron cedidas a Gendarmería Nacional, que utiliza el terreno como cuartel. En el predio también funcionan 11 complejos educativos. En 2014 la Dirección Provincial de Personas Jurídicas intervino en la fundación para transferir los establecimientos de gestión privada a la órbita estatal. En 2015 se firmó un convenio entre el consejo de la administración “Felices los Niños” y la Dirección General, pero dos años después hubo una nueva intervención con el objetivo de disolver la entidad. De esta manera, en 2018 con las 11 entidades educativas funcionando en todos los niveles (maternal, inicial, primaria, secundaria, formación docente, adultos y formación profesional), se conformó el Polo Educativo de Hurlingham. Las escuelas reúnen unas 2800 personas entre alumnos, docentes y auxiliares, que ocupan diariamente dos sectores, uno con ocho hectáreas y otro con dos y media.
“Quisiera que el espacio se transforme en un lugar donde las víctimas y sobrevivientes de abusos sexuales eclesiásticos puedan acceder a ayuda psicológica, psiquiátrica y lo que sea que necesiten.”, propone Tamara y opina: “Es increíble que no haya una bajada desde la inspección del municipio o desde la Secretaría de Educación respecto a cómo abordar este tema dentro de las aulas.”.
“Lo que puede un cuerpo”, de Tamara Grinberg, puede visitarse hasta el domingo 14 de julio del 2024, con entrada libre y gratuita en el Parque de la Memoria Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, sala PAyS, Av. Costanera Norte Rafael Obligado 6745, CABA. El horario de visitas es de martes a domingos y feriados de 11 a 17 horas.
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